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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

Fotos con piel de plátano

Los anglosajones, que han inventado una palabreja para casi todo, las llaman ‘photo-ops’. Son momentos fotográficos cuidadosamente preparados para lanzar un mensaje concreto. Obama abrazando en el despacho oval a la enfermera curada de ébola. Fraga saliendo del agua en Palomares. Arias Cañete zampando ternera en plena crisis de las vacas locas. La presencia de los dirigentes mundiales en la manifestación de este fin de semana en París estaba pensada para transmitir un mensaje de liderazgo frente el terrorismo y de cercanía ante la tragedia con los cientos de miles de ciudadanos que se manifestaban en las calles. ¿El resultado? Exactamente el opuesto: la imagen captada desde un tejado muestra una élite distanciada del pueblo, protegida de los propios manifestantes, aislada. A todos los efectos, una foto con efecto boomerang.

Hay veces que estas imágenes tan preparaditas se revientan por imprevistos, por la gracieta de un fotógrafo o por simple mala suerte. Un pavo le picó en la entrepierna a Bush en un posado antes del tradicional thanksgiving. El alcalde de Londres quiso promocionar las olimpiadas lanzándose en tirolina y se quedó atascado y colgando en mitad del trayecto, para recochineo del público asistente. A David Cameron un jugador de rugby le puso los cuernos en una foto de grupo. Jean-Claude Juncker no tuvo otra ocurrencia que saludar a nuestro ministro De Guindos en Bruselas agarrándolo por el cogote, delante de toda la prensa. El eurocomisario Fischler visitó Jaén en plena guerra de la PAC para demostrar que no era el demonio de los olivareros y acabó en las noticias como el guiri que le dio un mordisco a una aceituna cruda.

Otras veces lo que las chafa es su falsedad. Como cuando Bush quiso agasajar a las tropas en Irak y se presentó ante las cámaras con una pantagruélica bandeja de pavo (¿qué le pasa a este hombre con los pavos?) que, como después se descubrió, era de atrezzo. Sarkozy y el escaloncito que se hizo colocar tras el atril para parecer tan alto como Obama. Rajoy saltando de charco en charco en las playas negras del Prestige con traje chaqueta y mocasines. O cuando Zapatero convocó a los fotógrafos para un estudiado robado de su sesión de running junto al primer ministro británico.

El caso de París es en parte un ejemplo de esto. Puede comprenderse que Merkel, Cameron, Hollande, Rajoy, no puedan arriesgarse a mezclarse con una multitud de ese calibre. Podría haber un terrorista emboscado, o, peor aún, un parado, un preferentista o una familia con dependiente a cargo. Sus asesores han intentado la cuadratura del círculo –que estuvieran en la manifestación sin estar realmente- y, ley de Murphy mediante, la cuadratura les ha dado en toda la cara. Bien mirado, la polémica no es tanto que la foto contraste con la realidad, sino todo lo contrario: que parece describirla con bastante acierto. Y esto puede aplicarse a todos los ejemplos citados antes.

Si imágenes como éstas acaban guardándose en la memoria colectiva porque son metáforas cargadas de verdad. De una parte de verdad, al menos. El falso pavo de Bush se interpretó como el reflejo gráfico de sus mentiras en la guerra de Irak, al igual que el picotazo era la prueba de su idiotez. El efusivo saludo de Juncker, la asfixia de los recortes impuestos a España por Bruselas. Los zapatitos de Rajoy, lo alejado que estaba del drama real del chapapote. Un amigo asesor suele decir que, en comunicación política, de poco sirve lo primero si falta lo segundo (y viceversa). En París, los líderes del mundo querían darse un figurado baño de masas y a cambio las masas nos hemos dado, a través de ellos, un baño de realidad.

Los anglosajones, que han inventado una palabreja para casi todo, las llaman ‘photo-ops’. Son momentos fotográficos cuidadosamente preparados para lanzar un mensaje concreto. Obama abrazando en el despacho oval a la enfermera curada de ébola. Fraga saliendo del agua en Palomares. Arias Cañete zampando ternera en plena crisis de las vacas locas. La presencia de los dirigentes mundiales en la manifestación de este fin de semana en París estaba pensada para transmitir un mensaje de liderazgo frente el terrorismo y de cercanía ante la tragedia con los cientos de miles de ciudadanos que se manifestaban en las calles. ¿El resultado? Exactamente el opuesto: la imagen captada desde un tejado muestra una élite distanciada del pueblo, protegida de los propios manifestantes, aislada. A todos los efectos, una foto con efecto boomerang.

Hay veces que estas imágenes tan preparaditas se revientan por imprevistos, por la gracieta de un fotógrafo o por simple mala suerte. Un pavo le picó en la entrepierna a Bush en un posado antes del tradicional thanksgiving. El alcalde de Londres quiso promocionar las olimpiadas lanzándose en tirolina y se quedó atascado y colgando en mitad del trayecto, para recochineo del público asistente. A David Cameron un jugador de rugby le puso los cuernos en una foto de grupo. Jean-Claude Juncker no tuvo otra ocurrencia que saludar a nuestro ministro De Guindos en Bruselas agarrándolo por el cogote, delante de toda la prensa. El eurocomisario Fischler visitó Jaén en plena guerra de la PAC para demostrar que no era el demonio de los olivareros y acabó en las noticias como el guiri que le dio un mordisco a una aceituna cruda.