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¿Guerra de vacunas? ¡Liberen las patentes!

6 de abril de 2021 20:58 h

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Si te lo montas bien puedes producir vacunas a tal escala como para mudarte a una mansión de Mumbai (India) por 100 millones de euros, alquilarte otra en Londres para tus escapadas por 58.000 euros a la semana o fardar con algún Rolls Royce, uno más de tus 35 coches de lujo. Sobre todo ahora, cuando se ha desatado una guerra comercial provocada por la escasez de vacunas. Si no fuera por los millones de muertos, daría hasta risa. Y es que si personajes como Adar Poonawalla, el “príncipe de las vacunas”, se pueden permitir ese tren de vida se debe, en parte, a que la Unión Europea, como el resto de países del lado privilegiado, ha abogado por el libre mercado para abordar una crisis sanitaria como esta.

Mientras en Rusia o China ya tenían desarrolladas sus vacunas, Europa, en un gesto de prepotencia trasnochada -indigno cuando los muertos se cuentan por millones- despreció todo lo que no viniera de la Big Pharma occidental. Esa política, que está costando vidas, nos deja en ridículo. Un país de nuestro entorno, como Marruecos, está vacunando a un ritmo muy superior al de todos los Estados de la UE (excepto Malta).

En Europa, ya lo sabemos, Pfizer no envió todas las dosis comprometidas de su carísima vacuna porque Israel pagó un 50% más, AstraZeneca no tiene empacho en esconder en hangares clandestinos millones de dosis producidas en el continente para exportarlas al Reino Unido del Brexit, o directamente sacarlas de tapadillo a otros países de la Commonwealth. Quien paga manda, ¿no? Eso lo sabemos nosotros y cualquier dirigente de la Unión Europea. Da igual que finjan escandalizarse y en ruedas de prensa amenacen, con mirada torva y palabras graves, a esa misma industria farmacéutica con la que, en plena sintonía, han pactado con alevosía y opacidad el futuro de nuestra salud. Esas ruedas de prensa no dejan de ser una manera de soslayar el verdadero fondo de la cuestión: por qué no tenemos vacunas de libre patente.

La política ensimismada de Europa con las vacunas ha demostrado que, en el desprecio a los demás, sigue presa de su pasado colonial

El despropósito europeo llega a tal extremo que hace poco nos enterábamos de que, desde casi un año atrás, un equipo finlandés desarrolló una vacuna con patente libre. Para homologarla solo le faltaba la última etapa de los ensayos clínicos, pero el Estado le denegó la financiación precisa. Hoy día, con recursos envidiables y una población de tan solo cinco millones y medio de habitantes, Finlandia podría tener inmunizada a su población y cualquier país con capacidad suficiente estaría produciendo esa vacuna. Sin embargo, como buen Estado miembro, optó por los contratos turbios con las grandes farmacéuticas. Para colmo, según publicó The Lancet, se calcula que, tirando a la baja, los productores de vacunas han recibido 10.000 millones de dólares de fondos públicos y de organizaciones sin ánimo de lucro. Con esa cifra cuesta entender que no se les obligara a liberar las patentes, pero también que, del mismo modo que compartimos instituciones financieras, Europa no cree infraestructuras sanitarias que puedan fabricar nuestras propias vacunas.

Se estima que únicamente con liberar las patentes de las vacunas de la COVID se producirían 60 millones de dosis al día, cinco veces más que en la actualidad. Solo en España ya andamos entre los 80.000 y los 100.000 muertos, pero nuestro país, con el Gobierno “más social de la historia”, ha vuelto a posicionarse en contra de las patentes libres. En una pandemia que arrasa por todo el globo, Europa ni siquiera sabe ser egoísta. Si tan solo un 0,1% de las dosis se está administrando en países de ingresos bajos, las nuevas mutaciones del virus nos golpearán antes o después, y nuestras codiciadas vacunas no serán eficaces contra todas ellas.

La política ensimismada de Europa con las vacunas ha demostrado que, en el desprecio a los demás, sigue presa de su pasado colonial, de la misma vieja prepotencia, de un espíritu aleccionador que le ha dejado en evidencia y le ha arrastrado a una guerra comercial que buscó airadamente y ha acabado por perder. Todo lo que no pase por aprobar la liberación de patentes en época de pandemia será una falsa cura de humildad. Y de nuevo costará vidas.

Si te lo montas bien puedes producir vacunas a tal escala como para mudarte a una mansión de Mumbai (India) por 100 millones de euros, alquilarte otra en Londres para tus escapadas por 58.000 euros a la semana o fardar con algún Rolls Royce, uno más de tus 35 coches de lujo. Sobre todo ahora, cuando se ha desatado una guerra comercial provocada por la escasez de vacunas. Si no fuera por los millones de muertos, daría hasta risa. Y es que si personajes como Adar Poonawalla, el “príncipe de las vacunas”, se pueden permitir ese tren de vida se debe, en parte, a que la Unión Europea, como el resto de países del lado privilegiado, ha abogado por el libre mercado para abordar una crisis sanitaria como esta.

Mientras en Rusia o China ya tenían desarrolladas sus vacunas, Europa, en un gesto de prepotencia trasnochada -indigno cuando los muertos se cuentan por millones- despreció todo lo que no viniera de la Big Pharma occidental. Esa política, que está costando vidas, nos deja en ridículo. Un país de nuestro entorno, como Marruecos, está vacunando a un ritmo muy superior al de todos los Estados de la UE (excepto Malta).