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Hipótesis sobre la desaparición de Ramón Tamames

26 de febrero de 2023 22:29 h

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Soy devoto de Andrea Camilleri, me inspira y lo imito, tal vez porque, además de mi admiración literaria, me une a él sentirme moro de nuestras Sicilias. No sé cuándo, pero, un día, Ramón Tamames desapareció. Nadie supo cómo, pero desapareció por un escotillón del escenario. Camilleri cuenta que en su caso ocurrió en una representación, un drama litúrgico, La Muerte, en la que su desaparecido interpretaba el papel de Judas. Era un misterio, ya una leyenda; el inspector Santoro, después de décadas de hipótesis, pensaba que no había muerto, solo desaparecido.

Según el inspector, había desaparecido disfrazado; como pistas, en la investigación se echaron en falta en el pasadizo que empezaba al pie de la escalerilla, debajo del escotillón, ropas de pobre, una peluca -siempre las pelucas- y una vistosa barba, todo procedente de una  proveedora de trajes y maquillaje. 

Coincidí con don Ramón años antes de su desaparición, en Sevilla. En el Centro de Documentación Europea de la Universidad Hispalense, donde me dedicaba a cosas de investigación, organizamos unas jornadas, y vino. Lo recuerdo afable, culto y dado a enseñar, enciclopédico. Él fue el que me descubrió la importancia de las rociás nocturnas en el valle del bajo Guadalquivir aún en tiempos de sequía. Entonces se dedicaba al agua.

Dicen que es muy anciano, pero como soy mayor, siento simpatía por algunos viejos y poca o ninguna por muchos jóvenes. No es la edad. Habrá, debe haber, mejores argumentos que ese

Ahora ha aparecido y dicen de él cosas terribles. Era comunista, como otros muchos que ahora no parece que lo fueron, como si haber sido comunista y no serlo ahora fuera extraordinario, o fuera peor que afirmar ser socialista y no serlo. O ser franquista y alardear de liberalismo. 

También dicen que es muy anciano. Más que senecto. Como soy mayor, siento simpatía por algunos viejos y poca o ninguna por muchos jóvenes. No es la edad. Habrá, debe haber, mejores argumentos que ese, nos lo podemos permitir. Estamos en una locura bélica conducidos por un señor octogenario, que dice presentarse a la reelección. También los católicos tienen un papa más allá de Joe Biden y mantenemos a un rey en Abu Dabi que seguiría siendo rey, a pesar de su edad, si no fuera fácil de gatillo.

También dicen de él no sé qué del tinte del pelo, en un país en donde los peluquines, los peliteñidos, los jóvenes turcos, sólo revolucionarios capilares, triunfan en el fútbol, las artes, el periodismo o la política. No, debe haber mejores argumentos, nos lo podemos permitir.

Don Ramón, antes comunista, como otros, lo que quiere es retumbar y de camino reírse y qué mejor que esa cámara de resonancia, a manera de botija, que es el Congreso

Don Ramón se va a presentar como candidato en una moción de censura, ahora que ha aparecido después de haberse esfumado, dicen, por el escotillón. Son las cosas de la democracia y la Constitución. La moción de censura es un mecanismo constitucional que se aplica y, a veces, da buenos resultados, que vale incluso para los nazis y falangistas que se sientan en el Congreso porque otros de su misma ideología los han votado; ello a pesar de que añoran un régimen  en el que no se votaba y a su caudillo no se le podía censurar, so pena de paredón o tener que huir por el escotillón.

Alguna gente me comenta indignada que se podría dar el caso de que, dada la caserización del parlamentarismo español, don Ramón fuera presidente. Pues sí, pero también podría darse que, mediando desgracias no parlamentarias, Froilán Marichalar Borbón fuera Rey de España. Así hemos constituido esto, es la Transición. 

La mayoría de la gente no nos explicamos la decisión de don Ramón, primero desaparecido y luego aparecido

Así y todo, memes incluidos y faltas de respeto, la mayoría de la gente no nos explicamos la decisión de don Ramón, primero desaparecido -o quizá lo desaparecieron (esto no lo contempla Camilleri en ninguna hipótesis)- y luego aparecido. Como miembro de la senectud soy muy dado, en realidad siempre lo he sido, a recordar las enseñanzas de los mayores, de mi agüela Paca que era analfabeta y sabia. Se me apareció la otra noche y me dijo: “Niño, don Ramón lo que quiere es peer en botija pa que retumbe”.

Y ya lo tengo claro, don Ramón, antes comunista, como otros, lo que quiere es retumbar y de camino reírse. Y qué mejor que esa cámara de resonancia, a manera de botija, que es el Congreso de los Diputados. Quizá todo tenga que ver con que su desaparición no fuera voluntaria, algo que tampoco vio el  inspector Santoro.

Soy devoto de Andrea Camilleri, me inspira y lo imito, tal vez porque, además de mi admiración literaria, me une a él sentirme moro de nuestras Sicilias. No sé cuándo, pero, un día, Ramón Tamames desapareció. Nadie supo cómo, pero desapareció por un escotillón del escenario. Camilleri cuenta que en su caso ocurrió en una representación, un drama litúrgico, La Muerte, en la que su desaparecido interpretaba el papel de Judas. Era un misterio, ya una leyenda; el inspector Santoro, después de décadas de hipótesis, pensaba que no había muerto, solo desaparecido.

Según el inspector, había desaparecido disfrazado; como pistas, en la investigación se echaron en falta en el pasadizo que empezaba al pie de la escalerilla, debajo del escotillón, ropas de pobre, una peluca -siempre las pelucas- y una vistosa barba, todo procedente de una  proveedora de trajes y maquillaje.