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Desdeelsur es un espacio de expresión de opinión sobre y desde Andalucía. Un depósito de ideas para compartir y de reflexiones en las que participar

Instrucciones para que no se te pase el arroz

Campaña de la Asociación de Familias Numerosas de Madrid en una estación de metro.

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Recuerda: el arroz, como la pasta, hay que comerlo al dente para mantener a raya el índice glucémico. Date una vuelta por el supermercado. Esconde el cansancio de las diez horas de trabajo. Lee con atención las etiquetas. Elige el arroz largo. Cuando pagues, sé amable con la cajera. Aunque se equivoque. Aunque sea lenta. Sé amable con sus ojeras azules. Con su generación X. Siente tu móvil vibrando en el bolso. Desbloquéalo. Abre el mensaje de esa amiga a la que hace tiempo que no ves porque se mudó a Madrid para buscar trabajo. Pon el video generado por una IA de la Asociación de Familias Numerosas con el que han vestido las marquesinas de las calles madrileñas. “¿Se te está pasando el arroz? Te la están colando”. 

Cuando llegues a casa, quítate los zapatos. Lava el arroz con furia para quitarle el almidón. Recuerda la primera regla: Dos medidas de agua por una de arroz. Conciliar la vida familiar con varios hijos es lo mismo que arreglártelas para ir al gimnasio o salir de copas con tus amigos. Es solo cuestión de buscar el equilibrio perfecto.

Segunda regla: Vigila el tiempo. Nadie quiere un arroz blando, pastoso, sin forma. Te sientes como el residuo del trigo cuando se avienta y criba, como la granza de arroz. A los 30, si no has empezado a cocinar el proyecto de la maternidad, alguien te recordará que el agua empieza a evaporarse, que el arroz está ahí, esperando, que, si no lo haces ya, terminarás echándolo todo a perder.

Tercero: el fuego, constante una vez haya hervido. No demasiado fuerte, no demasiado bajo. Cuidado con las distracciones, con los sueños que se te ocurran fuera de la cocina. Nada de ambición profesional, nada de viajar, nada de aspirar a un sueldo digno, a la pareja idónea, a un alquiler asequible. La receta social no admite improvisaciones. La llama tiene que estar bajo control, el control de otros.

Cuarta regla: No lo remuevas mucho. Si decides apartarte de la receta original e innovar algo, tendrás problemas. La familia, cuanto menos diversa, mejor. Nada de familia homoparental, reconstituida, compuesta, de acogida, temporal, adoptiva o extensa. Por supuesto, nada de familia sin hijos, aunque para tener una familia no haga falta tenerlos. Vuelve a darle Play al anuncio. Ponlo de fondo mientras cocinas. Quizás te apetezca un arroz caldoso, o quieras probar a saltearlo y hacer algo completamente diferente. Cuidado con no estar segura, cuidado con salirte de la norma. Acabarás sola y arrepentida.

Quinta regla: Consigue el punto de sal correcto. Los bebés lo arreglan todo. Si tienes una grieta en tu matrimonio, si tu cama hay noches que tiembla de soledad y no sabes por qué, ten hijos. No es cierto eso que dicen de que los bebés transforman un resquicio en abismo. Seguro que quienes lo dicen no tienen ni idea, que no te la cuelen.

Sexta regla: el momento de apagar el fuego es crucial. Ni demasiado pronto ni demasiado tarde. “¿35 años y sin hijos? Se te está pasando el arroz”. El reloj biológico se convierte en una amenaza constante, una cuenta atrás en la que cada decisión profesional, cada relación fallida, cada aventura personal se vive como un error. El tiempo, te dicen, no espera.

Pregúntate: ¿Por qué los que tienen muchos hijos quieren que el resto también los tengamos? ¿De dónde nace tanto proselitismo?

No tener dinero para vestir a la prole no es excusa. No tener un alquiler digno cerca de un colegio público no es excusa. No tener cómo pagar una persona que se quede con tus cinco hijos para que tú puedas acabar la jornada laboral precaria no es óbice; endósaselos a los abuelos, a los de pensión exigua

Vas al baño para desmaquillarte. Vuelves a la cocina-salón-estudio-dormitorio para poner la mesa. Repites: A la juventud os la están colando. No sabes bien quién, pero sí sabes que tienes un doble grado y muchas horas de estudio a tus espaldas, que no necesitas que nadie te diga lo que quieres: no tener dinero para vestir a la prole no es excusa. No tener un alquiler digno cerca de un colegio público no es excusa. No tener cómo pagar una persona que se quede con tus cinco hijos para que tú puedas acabar la jornada laboral precaria no es óbice; endósaselos a los abuelos, a los de pensión exigua. Al fin y al cabo, los nietos dan la alegría que no pudieron dar los hijos porque estaban todo el día trabajando. 

Vuelves a darle al Play al anuncio que parece un catecismo denostado y que pone la pasividad en el punto de mira. Tu pasividad, la de los millennials, la de la generación de cristal, tan frágiles e hiperprotegidos: no tenéis hijos porque sois pasivas y os falta espíritu de sacrificio, en lugar de entender que no tener hijos sin tener tiempo ni recursos para la crianza es un ejercicio de responsabilidad y sensatez que muchos no tuvieron, que existe una imposibilidad de mantener la familia sin desfallecer en el intento. Confundir razones con excusas. Piensas: no se nos pasa el arroz por no tener hijos. No tener hijos es a veces una decisión.

Pregúntale a tu pareja si la próxima vez te puede echar un cable con la cocina. Que se encargue del arroz. De moverlo con furia. Con cariño. Cuando el día esté frío y cuando soplen los cuarenta grados. Cuando no os veáis por los turnos cambiados. Cuando uno deba salir a tirar la bolsa de basura que el otro llena. Cuando se extinga el deseo. Que no lo deje reposar mucho. Lo justo. Con valor. Con dudas. Con miedo. Con cansancio, pero que por favor sea él quien se encargue del arroz, que por algo parece que a él nunca se le pasa.

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