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La izquierda partida

Es vieja, muy vieja. Se trata de la historia de siempre, con otros nombres, otros modos, otra presentación. Primero unir y después desunir, agrupar y dispersar, mancomunar y romper; con todas las combinaciones de alianzas y fraccionamientos imaginables. Así hasta el infinito, como un ejército de Sísifos desquiciados que cuando logran elevar el peñasco gigante a la cumbre con un encomiable esfuerzo colectivo, lo dejan caer rodando hacia el valle. Regreso a la falda de la montaña y vuelta a empezar. La tenacidad de la izquierda para partirse a sí misma es inagotable. Lo que ahora ha hecho Teresa Rodríguez en Andalucía al desligarse de Podemos se ha visto en muchas ocasiones. Tanto como sus consecuencias: la batalla de las esencias de la izquierda verdadera suele desembocar en un relato confuso para el común de los electores, que finalmente acaba reflejándose en la merma de votos.

Porque una buena parte de los ciudadanos no puede sustraerse a la impresión de que detrás de las barreras insalvables para convivir bajo un proyecto de referencia, y del supuesto choque de fundamentos morales que conduce inexorablemente a la parcelación de partidos, en realidad palpita la clásica y vulgar pelea por el poder, las ambiciones y las rencillas entre los dirigentes. Eso es lo que mayormente queda, y nadie debe extrañarse, pues es lo único comprensible en esta intrincada trama de disensos, sobre todo si encima es reincidente. Cada vez va siendo más difícil que el electorado acepte la máxima de que es imprescindible la comunión exacta y completa de principios para conseguir una acción política conjunta. No cuela. Le pasó a Izquierda Unida y le está pasando a Podemos, aunque las épocas sean muy diferentes.

Es verdad que han cambiado las generaciones y los marcos de debate, aunque no la táctica de disfrazar las desavenencias orgánicas y personales de disputas ideológicas de fondo. Durante unos cuantos años seguí como cronista a IU de Andalucía y pude observar de cerca este fenómeno. En varios momentos alcanzó picos considerables de respaldo en las urnas y consiguió ser determinante. Sin embargo, al poco tiempo le era imposible contener el impulso de autolesionarse con divisiones y subdivisiones. El procedimiento era sencillo: ataques impostados de pureza aguda, una argucia muy eficaz para descabalgar o aupar a las diferentes facciones amigas que, por cierto, mutaban continuamente en forma, tamaño y posición, igual que las dunas móviles de Doñana. No había nada más efectivo que acusar de vendido al PSOE a quien se quisiera abatir. Al entrecejo. Enseguida saltaban los resortes oportunos y se iban perfilando los bandos. No sé si les suena.

La gran transformación sin duda ha sido Internet. Aquí los paralelismos son imposibles porque el método es distinto y distante. Las asambleas de Izquierda Unida las ganaban quienes más tiempo eran capaces de resistir al pie del cañón, el grupo de incombustibles que echaba las persianas de madrugada. Alguna victoria se lograba por puro aburrimiento. De ahí salió la expresión para definir a estos pertinaces del dogma, que mantenían a ultranza su posición, como “zorrocotrocos”, una palabra que sonoramente lo dice todo. El consejo andaluz, el máximo órgano entre congresos, era entonces abierto a la prensa, y cuando los oradores atisbaban a los dos o tres periodistas que no teníamos otra que acudir, empezaban a hablar de manera enigmática, con parábolas solo para iniciados en plan quien la lleva la entiende. Todo terminaba con la eterna petición de “un debate sin límite”, frase que siempre se pronunciaba moviendo levemente la cabeza para remarcar el retintín.

Ahora se usa el término transversalidad, si bien el sentido es el mismo: dar cabida a lo que se mueve a la izquierda del PSOE, trabajar para ser compañeros de viajes sin abrazar el ideario entero, y tratar de evitar el despropósito de degenerar en el absurdo de un partido hecho a medida de cada persona. IU fue fundada en Andalucía en 1984 y dos años más tarde en el resto de España, siguiendo la estela del no en el referéndum de la OTAN (que finalmente fue sí). Aglutinaba un amplio espectro de partidos e independientes con la hegemonía del PCE, que se fueron desanimando, languideciendo y marchándose. La izquierda partida tiene una larga historia y tradición, en España y en Europa. Pero no parece muy oportuno que ande haciéndose spin-off precisamente cuando la derecha está en fase de acoplamiento en incluso de refundación.

Es vieja, muy vieja. Se trata de la historia de siempre, con otros nombres, otros modos, otra presentación. Primero unir y después desunir, agrupar y dispersar, mancomunar y romper; con todas las combinaciones de alianzas y fraccionamientos imaginables. Así hasta el infinito, como un ejército de Sísifos desquiciados que cuando logran elevar el peñasco gigante a la cumbre con un encomiable esfuerzo colectivo, lo dejan caer rodando hacia el valle. Regreso a la falda de la montaña y vuelta a empezar. La tenacidad de la izquierda para partirse a sí misma es inagotable. Lo que ahora ha hecho Teresa Rodríguez en Andalucía al desligarse de Podemos se ha visto en muchas ocasiones. Tanto como sus consecuencias: la batalla de las esencias de la izquierda verdadera suele desembocar en un relato confuso para el común de los electores, que finalmente acaba reflejándose en la merma de votos.

Porque una buena parte de los ciudadanos no puede sustraerse a la impresión de que detrás de las barreras insalvables para convivir bajo un proyecto de referencia, y del supuesto choque de fundamentos morales que conduce inexorablemente a la parcelación de partidos, en realidad palpita la clásica y vulgar pelea por el poder, las ambiciones y las rencillas entre los dirigentes. Eso es lo que mayormente queda, y nadie debe extrañarse, pues es lo único comprensible en esta intrincada trama de disensos, sobre todo si encima es reincidente. Cada vez va siendo más difícil que el electorado acepte la máxima de que es imprescindible la comunión exacta y completa de principios para conseguir una acción política conjunta. No cuela. Le pasó a Izquierda Unida y le está pasando a Podemos, aunque las épocas sean muy diferentes.