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Lo que (no) nos jugamos en Europa

No es que los ciudadanos no sepan que en Europa nos jugamos mucho. Es que no sienten que tengan parte en el juego. Esa es la clave de la abstención que, según pronostican todas las encuestas, va a ser histórica en estas elecciones. Con razón o sin ella (yo pienso que con razón), la gente siempre ha sentido que Bruselas quedaba muy lejos. Y posiblemente ha ocurrido lo mismo al revés: en Bruselas han ido viendo a la gente cada vez más distante y pequeñita.

Creo que sabemos perfectamente que lo que se decide en Europa nos afecta. Como para no enterarse, en medio de esta auténtica pesadilla de recortes. No hace falta que nuestros políticos nos lo recuerden. Por eso cuando nos animan a votar con el argumento de que Europa influye mucho en nuestras vidas dan ganas de levantarse y exclamar exasperados como Jack Nicholson en Mejor Imposible: “¡Yo me estoy ahogando y tú me describes el agua!”.

Otra cosa es que sepamos cómo se deciden las cosas y quién lo hace. Porque está el Parlamento Europeo, que es lo único que elegimos el día 25, pero manda más la Comisión (que no votamos), y luego está la troika (que tampoco votamos y manda todavía más), y también el Eurogrupo y el Ecofin. Sin olvidarnos del Consejo Europeo, que, cuidado, no hay que confundir con el Consejo de Europa o con el Consejo de la Unión Europea (no me lo invento, son tres organismos diferentes!). Está Durao Barroso, está Van Rompuy, está Mario Draghi, y finalmente que no en último lugar, está Angela Merkel. A estos tampoco los votamos. En definitiva, ¿quién manda aquí? O, como dijo Kissinger, ¿a qué número hay que llamar para hablar con Europa?

Durante estas tres décadas el europeísmo de los españoles -que batía récords en los sondeos- se ha alimentado sobre todo con cifras: las de los millones de euros de fondos europeos invertidos en la agricultura o en grandes infraestructuras (54.000 millones sólo en Andalucía desde 1986). Podíamos movernos de país con el DNI, nos cambiaron la peseta, alguno de nuestros hermanos se fue de Erasmus y seguíamos perdiendo en Eurovisión. En eso, poco más o menos, nos contaron que consistía ser europeo.

No se me entienda mal: el dinero recibido ha sido determinante para el desarrollo de Andalucía, que lo ha aprovechado quizá mejor que ninguna otra región mediterránea: sólo hay que darse una vuelta por el sur de Italia o por Grecia para darse cuenta de la diferencia. Lo que quiero decir es que se ha hecho poco para construir un relato común de Europa, una opinión pública o una conciencia de ciudadanía europea en la que daneses y andaluces pudiéramos sentirnos igualmente identificados. Y ahora que el hada buena de Bruselas se ha convertido en la despiadada madrastra de los recortes (son palabras de Borrell, ex presidente del Parlamento europeo) y se va cerrando el grifo de las ayudas (22% menos en los próximos seis años), se ha esfumado nuestra confianza, no en los actuales gobernantes de Bruselas, sino en la misma idea de la Unión Europea.

También los partidos políticos han practicado su propia forma de abstención, con campañas dominadas por discursos sobre temas nacionales, regionales y hasta locales, en los que hablar de Europa se dejaba para las partes aburridas. Y los medios de comunicación tampoco han ayudado: ni uno solo de los más importantes tiene, 30 años después, una sección dedicada a la actualidad comunitaria. TVE no ha emitido ni uno de los debates entre los grandes candidatos de esta campaña y su espacio dedicado a Europa prácticamente compite en horario con la teletienda. Todo lo que suena a europeo parece dar una enorme pereza.

En esta campaña todos los partidos piden a los ciudadanos que sigan sintonizados con Europa. Que no se queden dormidos ni cambien de canal. Que participen con su voto. Muchos recuerdan con razón, como Machado, que si nosotros no hacemos la política puede que la hagan contra nosotros. Pero para eso es necesario que quienes salgan elegidos el día 25 afronten la difícil tarea de desmontar una estructura europea que sin ninguna duda no está funcionando y que arrastra serios déficits democráticos. Porque no es que la gente no quiera jugar en Europa. Es que todavía estamos esperando a que nos pasen de verdad el balón.

No es que los ciudadanos no sepan que en Europa nos jugamos mucho. Es que no sienten que tengan parte en el juego. Esa es la clave de la abstención que, según pronostican todas las encuestas, va a ser histórica en estas elecciones. Con razón o sin ella (yo pienso que con razón), la gente siempre ha sentido que Bruselas quedaba muy lejos. Y posiblemente ha ocurrido lo mismo al revés: en Bruselas han ido viendo a la gente cada vez más distante y pequeñita.

Creo que sabemos perfectamente que lo que se decide en Europa nos afecta. Como para no enterarse, en medio de esta auténtica pesadilla de recortes. No hace falta que nuestros políticos nos lo recuerden. Por eso cuando nos animan a votar con el argumento de que Europa influye mucho en nuestras vidas dan ganas de levantarse y exclamar exasperados como Jack Nicholson en Mejor Imposible: “¡Yo me estoy ahogando y tú me describes el agua!”.