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La Junta como espectadora
Una de las cosas que más llaman la atención de la rutilante era de Juan Manuel Moreno Bonilla es que como presidente de Andalucía no se siente concernido por casi ningún problema. Tal si fuera un mero espectador que de vez en cuando interactúa y alza la mano para arrojar tomates al escenario. Rémoras estructurales que no ha mucho --cuando él estaba en la oposición-- eran responsabilidad exclusiva de la Junta (véase: el paro, los bajos niveles industriales y de renta o la sequía) ahora son solo culpa de Sánchez, así, sin nombre de pila ni título, que llevarlos es privilegio de la buenagente. Que si encima es “normal y moderada” (la buenagente), como, a decir de los múltiples hagiógrafos, es el caso de Moreno, puede lucir incluso un diminutivo, Juanma, a modo de marca electoral. Simplificando, que me escapo trepando por las ramas: la nueva doctrina consiste en que mientras las dificultades son cuestiones de Estado, el universo de lo amable es de su única incumbencia.
Dirán que es un clásico, y no les falta razón. Es sabido que al cambiar de lugar en el cuadrilátero, los políticos adoptan el rol que habían criticado ferozmente, con frases y tesis gemelas (claro que, a veces, los guionistas de discursos son los mismos). Y también añadirán que las incoherencias y los contrasentidos pertenecen al Pleistoceno, como he oído argumentar. En esto ni les doy la razón ni les bailo el agua: hace menos de cuatro años. En calidad de integrante de la fauna pleistocénica y, si me apuran, del Holoceno, opino que es muy sano recordar cómo era el paisaje y paisanaje de anteayer porque eso ayuda a comprender el de hoy. Ya saben, la importancia de la memoria y todo lo demás. La oposición de Moreno fue hiperbólica --cero templanza--, de ceño fruncido, tremendista y negra, que conste en acta (de hecho, figura en el diario de sesiones del Parlamento); si bien ese no es el tema, sino el desparpajo de sacudirse lo malo que ocurre en el territorio que gestiona, y que se lo compren. Un Gobierno búho, que mira pero nunca es responsable.
Los de Moreno Bonilla van echando balones fuera, de tal suerte que se diría que la Junta es una simple intermediaria que se dedica a trasladar lo que le viene
Entre herencias recibidas de todo pelaje (los déficits, no las infraestructuras que funcionan), el misterio de los cajones que siembran dudas maliciosas nunca aclaradas, discriminaciones de pecho herido, mesas de diálogo para pedir dinero, y una letanía de evasivas, los de Moreno Bonilla van echando balones fuera, de tal suerte que se diría que la Junta es una simple intermediaria que se dedica a trasladar lo que le viene. Nada está en su mano. Apenas goza de competencias, salvo la de convertir el “infierno fiscal” del 0,2% de la población en un paraíso (Ayuso dixit); y el 99,8% restante que se alegre por ellos y no sea envidioso. Ya van dos: sucesiones y patrimonio. La audaz estrategia es malmeter con el populismo retrechero a los catalanes, engatusando a sus empresas con rebajas de impuestos, pese a que Andalucía es una comunidad receptora neta por pobreza, bajo PIB y alto desempleo; y que necesitará de más solidaridad del resto de España. Hasta pretenden abrir una oficina (en otra época, chiringuito) in situ para tocarles las narices de cerca.
La trompetería de la propaganda es ensordecedora. Ni existe ya el voto cautivo, ni la red clientelar al calor del poder, ni siquiera datos malos, aunque los indicadores, tozudos, siguen siendo los de 2018: la noria gira pero no avanza. Lo que sí aumenta es el relato grandilocuente que trata de imponer una realidad falsa que solo halla respuesta en el necesario deseo de mejorar, aún a costa de negar la realidad, como dejó escrito Hannah Arendt, la filósofa de cabecera de estos tiempos. Empacho de gesta heroica: la rebaja fiscal va por el tercer acto solemne, pues parece que Juanma le ha cogido gusto al boato tras la bajada de escalera de la mano de su esposa a lo Gloria Swanson en Sunset Boulevard durante su coronación como presidente. En lo demás, que le registren. Me viene a la memoria un viejo chiste surrealista muy al pelo. Resulta que un hombre cae desde lo alto de la Giralda y a su alrededor se arracima una pequeña muchedumbre preguntando qué ha pasado. El tipo se levanta y, al tiempo que se sacude la chaqueta, dice: “No sé, yo acabo de llegar”.
Una de las cosas que más llaman la atención de la rutilante era de Juan Manuel Moreno Bonilla es que como presidente de Andalucía no se siente concernido por casi ningún problema. Tal si fuera un mero espectador que de vez en cuando interactúa y alza la mano para arrojar tomates al escenario. Rémoras estructurales que no ha mucho --cuando él estaba en la oposición-- eran responsabilidad exclusiva de la Junta (véase: el paro, los bajos niveles industriales y de renta o la sequía) ahora son solo culpa de Sánchez, así, sin nombre de pila ni título, que llevarlos es privilegio de la buenagente. Que si encima es “normal y moderada” (la buenagente), como, a decir de los múltiples hagiógrafos, es el caso de Moreno, puede lucir incluso un diminutivo, Juanma, a modo de marca electoral. Simplificando, que me escapo trepando por las ramas: la nueva doctrina consiste en que mientras las dificultades son cuestiones de Estado, el universo de lo amable es de su única incumbencia.
Dirán que es un clásico, y no les falta razón. Es sabido que al cambiar de lugar en el cuadrilátero, los políticos adoptan el rol que habían criticado ferozmente, con frases y tesis gemelas (claro que, a veces, los guionistas de discursos son los mismos). Y también añadirán que las incoherencias y los contrasentidos pertenecen al Pleistoceno, como he oído argumentar. En esto ni les doy la razón ni les bailo el agua: hace menos de cuatro años. En calidad de integrante de la fauna pleistocénica y, si me apuran, del Holoceno, opino que es muy sano recordar cómo era el paisaje y paisanaje de anteayer porque eso ayuda a comprender el de hoy. Ya saben, la importancia de la memoria y todo lo demás. La oposición de Moreno fue hiperbólica --cero templanza--, de ceño fruncido, tremendista y negra, que conste en acta (de hecho, figura en el diario de sesiones del Parlamento); si bien ese no es el tema, sino el desparpajo de sacudirse lo malo que ocurre en el territorio que gestiona, y que se lo compren. Un Gobierno búho, que mira pero nunca es responsable.