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Martes de Carnaval
¿Quién dijo que la pandemia iba a terminar con los carnavales? La justicia acaba de emitir una sentencia en forma de chirigota por la que absuelve a Cristina Cifuentes en el Caso Máster del Instituto de Derecho Público de la Universidad Rey Juan Carlos. Y, en su popurrit, fulmina a quienes, sin duda por admiración hacia la lideresa, facilitaron un título que no merecía. Qué cajonazo más grande para la profesora Cecilia Rosado, de la Universidad Juan Carlos de Madrid, y para la funcionaria María Teresa Feito, ex asesora de la Comunidad Autónoma de Madrid, que tendrán que chuparse in extremis un año y seis meses y tres años de prisión por un delito de falsedad documental. Ella se limitó a recibir el regalo y sonreír como en un cartel de las Fiestas Típicas.
Seguramente, más temprano que tarde, se demostrará que cuando la pillaron mangando maquillaje en unos grandes almacenes estaba preparándose para salir en una murga canaria. Su retrato, ya desvaído por el paso del poder, no deja de ser el de esa España toda, la malherida España, que de Carnaval vestida nos la pusieron, pobre y escuálida y beoda, para que no acertara la mano con la herida.
Son muchos los mamarrachos que vivimos en este entierro de la sardina democrática. Y entre soberanos que también tenían su verdadera patria en Suiza, marichalares en patinete y urdangarines en tercer grado, abundan los arlequines de ocasión, los honorables con el canut en Andorra como si fueran youtubers, los pequeños nicolases y los grandes banqueros.
Entre Cristina Cifuentes e Isabel Díaz Ayuso, ya dirimió la historia la gran final de estos carnavales. Veníamos del mundo analógico de Esperanza Aguirre, pasamos al digital con Miss Máster y entramos al ciberespacio dos puntos cero con la actual presidenta de lo mismo. Entre princesas destronadas, princesas del pueblo y princesas de verdad que se van a hacer un erasmus privado a Gales, en donde ya no se hacen públicos, asistimos al insólito suceso de que la ex lideresa de España dentro de España no pierda el juicio aunque haya perdido la partida. Aquí un propio ha perdido el curro por perder la noción de lo que es TVE y no envenenamos a los disidentes como en Rusia pero encarcelamos a unos cuantos responsables públicos por hacer un paripé soberanista y dar pie a que la envenenadora Rusia cuestione nuestro Estado de derecho. Arderán los tweets de las estepas con lo de la sentencia del máster y volverá a vivirse en La Moncloa una recreación de las célebres peleas en broma de Juanito Valderrama y Dolores Abril.
El mayor carnaval del mundo siguen siendo los esperpentos de Valle-Inclán y por los espejos cóncavos del Callejón siguen pasando los Bárcenas que se parecen a Rajoy como la Gurtel se parece a Aznar y las equis resultan igualitas a González.
Todo en la vida es carnaval, como reza el cantable discotequero. Pero el mayor carnaval del mundo siguen siendo los esperpentos de Valle-Inclán y por los espejos cóncavos del Callejón siguen pasando los Bárcenas que se parecen a Rajoy como la Gurtel se parece a Aznar y las equis resultan igualitas a González.
El Covid favorece, sin duda, los bailes de máscaras, nunca mejor dicho, desde las calles de Isla Cristina a los teatros de Málaga, de Córdoba, de Sevilla o de Madrid. Pero la fiesta está en la calle y está en los medios de comunicación, que son las grandes avenidas contemporáneas, por donde circula la eterna cabalgata del poder.
Así, se llevan mucho este año los disfraces de animales: el otro máster del universo más conocido de este país, Pablo Casado, entre paletada y paletada de nieve, se dejaba ver hace unos días con unos lechoncillos en un vídeo sin duda casual. Absténganse de comentarios procaces: los animales han demostrado sobradamente su influencia electoral, como comprendimos en su día cuando a los de Vox les bastó montar a caballo para entrar en el Parlamento de Andalucía como si fueran otra vez Espartero. Y tampoco olviden que la victoria de Juan Manuel Moreno Bonilla en las últimas elecciones andaluzas, se vio precedida de una toma en la que susurraba, como un Robert Redford de las terneras, a las vacas de un pariente.
Las calles están llenas de gente vestida de peligrosos piratas o de dulces heidis, de comisarios villarejos al que interpretara soberbiamente El Gómez de Cádiz, de asustaviejas sin rulo de papel, carpantas sin techo y gangsters que parecen gangsters. El carnaval sigue ahí, como el dinosaurio de Monterroso. Aunque lo prohíba una dictadura o un coronavirus.
El carnaval sigue ahí, pero olvidamos a veces que es un carnaval. Del tres per cent al Caso Bankia, los libretos de la actualidad se llenan de cuplés que, al contrario de los de carnaval, se olvidan al otro día. ¿Quién recuerda acaso qué ocurrió con el caso Matesa, con las PSV o con los ERE fraudulentos, que no fueron todos los ERE? Nuestra memoria también se pone una careta o se la cambia, en función de que en las carnestolendas de la vida pública española, salgan malparadas de esa fiesta nuestras siglas favoritas o las contrarias.
Don Carnal se enfrenta a Doña Cuaresma, como en unas primarias del calendario, en estos días en que se absuelve a los mangantes y se encarcela a los letristas. Y, hoy, cuando arda el Dios Momo, definitivamente tendríamos que darnos cuenta de que la Audiencia Nacional se parece mucho al Gran Teatro Falla.
¿Quién dijo que la pandemia iba a terminar con los carnavales? La justicia acaba de emitir una sentencia en forma de chirigota por la que absuelve a Cristina Cifuentes en el Caso Máster del Instituto de Derecho Público de la Universidad Rey Juan Carlos. Y, en su popurrit, fulmina a quienes, sin duda por admiración hacia la lideresa, facilitaron un título que no merecía. Qué cajonazo más grande para la profesora Cecilia Rosado, de la Universidad Juan Carlos de Madrid, y para la funcionaria María Teresa Feito, ex asesora de la Comunidad Autónoma de Madrid, que tendrán que chuparse in extremis un año y seis meses y tres años de prisión por un delito de falsedad documental. Ella se limitó a recibir el regalo y sonreír como en un cartel de las Fiestas Típicas.
Seguramente, más temprano que tarde, se demostrará que cuando la pillaron mangando maquillaje en unos grandes almacenes estaba preparándose para salir en una murga canaria. Su retrato, ya desvaído por el paso del poder, no deja de ser el de esa España toda, la malherida España, que de Carnaval vestida nos la pusieron, pobre y escuálida y beoda, para que no acertara la mano con la herida.