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De medallas y fotos en el móvil

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Los domingos resulta agradable un paseíto por el mercadillo de la Plaza del Cabildo de Sevilla; o los jueves por el Jueves de la calle Feria. Paré en los muchos puestos que tienen muchas medallas y pregunté: ¿las tiene de la Guardia Civil? Sí, rebusca que ahí hay unas pocas. No solo, en las tiendas cercanas a la Catedral hay medallas a disposición y por los madriles, en los alrededores de la Plaza Mayor, además de tazas de café con leche, las hay para dar y regalar. Se reparten muchas medallas, aún y así hay gente que no tiene ninguna y las compra; porque después del primer aprecio, por necesidad o porque sus herederos se desprenden de chismes para dejar hueco, hay mercado. Incluso en vida los meritorios titulares de tan grandes distinciones al por mayor ya no ven utilidad.

Si los móviles tuvieran carrete, habría en los vertederos de las cercanías de los reales de los saraos infinidad de ellos con fotos pedidas y luego indeseables. Las fotos de los móviles son también algo así como las medallas, uno se las cuelga y se pavonea, pero quisiera desprenderse de ellas por otros motivos.

En una caseta de la Feria de Abril de Sevilla, un miércoles glorioso, alrededor de políticos de postín locales, autonómicos y federales, se congregaba, como en otros años, un enjambre de menesterosos, contratistas, empresarios de BOE, proyectistas, editores menores, meritorios orgánicos, publicistas, pidones en general. Se acumulan en una especie de melé, se recrea el harpastum, deporte que jugaban los legionarios romanos béticos y que es origen del fútbol y el rugby. Creo que también de la bulla gorda, una pelea incruenta por llegar al rincón de los santos de sus devociones y esperanzas.

Que los políticos tengan una especial vis atractiva para los facinerosos es algo natural, ahí hay tajo. Que los políticos caigan una otra vez, y la Guardia civil, en lo mismo, bien sea con contratos, manejos turbios, influencias, favores, recomendaciones es que no tiene explicación

Por supuesto que hubo fotos a discreción de todos con todos, sin solicitud previa de credenciales ni mucho menos de certificado de penales. Risas, abrazos, pasteleo, mamoneo, hojana, atributos todos de la tierra. Al atardecer, cuando los forasteros, una especie de domingueros de Feria, empezaron a ausentarse- si no iban a los toros- llegaron las primeras noticias alarmantes desde la estación de Santa Justa, por donde suele pasar toda esa tribu de menesterosos de lo que sea. Al parecer la policía había montado un dispositivo en una de esas operaciones con nombres ingeniosos y allí estaba cayendo, uno tras otro, en la red desplegada con la facilidad propia del cazador de tórtola.

Corrió el pánico, la inquietud, porque nadie sabía con quién se había hecho la foto en aquellos momentos de felicidad entre vapores sanluqueños. Alguna guasa hubo el día siguiente en la prensa, pero no un chivatazo gráfico general de lo ocurrido; hubo llamadas: la familia se protege. Lo cierto es que si hubieran sido medallas, que en cierto sentido lo eran, las fotos de los móviles hubieran acabado en fosas, a martillazos y en el microondas. Pero no están destruidas, están a disposición de quien las tenga para ponerlas a disposición de sus señorías cuando se organice un paso de tórtola o una marea de pesca prospectiva que algo caerá.

Que los políticos tengan una especial vis atractiva para los facinerosos es algo natural, ahí hay tajo. Que los políticos caigan una otra vez, y la Guardia civil, en lo mismo, bien sea con contratos, manejos turbios, influencias, favores, recomendaciones es que no tiene explicación, salvo que antes o simultáneamente algunos políticos y aledaños hayan sido menesterosos de fotos, medalla de la Guardia civil  y contratos. 

Los domingos resulta agradable un paseíto por el mercadillo de la Plaza del Cabildo de Sevilla; o los jueves por el Jueves de la calle Feria. Paré en los muchos puestos que tienen muchas medallas y pregunté: ¿las tiene de la Guardia Civil? Sí, rebusca que ahí hay unas pocas. No solo, en las tiendas cercanas a la Catedral hay medallas a disposición y por los madriles, en los alrededores de la Plaza Mayor, además de tazas de café con leche, las hay para dar y regalar. Se reparten muchas medallas, aún y así hay gente que no tiene ninguna y las compra; porque después del primer aprecio, por necesidad o porque sus herederos se desprenden de chismes para dejar hueco, hay mercado. Incluso en vida los meritorios titulares de tan grandes distinciones al por mayor ya no ven utilidad.

Si los móviles tuvieran carrete, habría en los vertederos de las cercanías de los reales de los saraos infinidad de ellos con fotos pedidas y luego indeseables. Las fotos de los móviles son también algo así como las medallas, uno se las cuelga y se pavonea, pero quisiera desprenderse de ellas por otros motivos.