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Médicos de familia
La noticia debería rompernos el corazón o tirarnos el alma a los pies: Un total de 459 plazas de formación de médicos de familia y comunitaria han quedado desiertas en España. Solo cuatro comunidades han cubierto sus cupos, entre ellas no está Andalucía. En este territorio han sido 64 las plazas MIR de médicos de familia sin cubrir, más de la mitad en Jaén. Habrá quien se consuele con que Cataluña (98) y Castilla León (84) vayan por delante en vacantes. No debería ser así por muy testimonial que sea la cifra.
Como tampoco vale la excusa que el deterioro de la sanidad pública, con listas de espera desorbitadas, no solo la padezca Andalucía, sino que se extiende tras la pandemia a todos los territorios de España y otros de Europa con diferente signo político en sus gobiernos. Lo hemos visto en las recientes elecciones del País Vasco como uno de los asuntos mollares de las elecciones que a punto ha estado de costarle al PNV su hegemonía.
Lo vimos en Portugal, aunque con distinto resultado. El auge de la ultraderecha y derrota del Partido Socialista en el país luso se conecta, entre otros aspectos, con el descontento con la atención sanitaria pública, especialmente en el Algarve, región del sur vecina a Andalucía. El presidente andaluz, Juan Manuel Moreno (PP), solía justificar su bajada de impuestos como la misma fórmula de éxito de un socialista como Antonio Costa. Las urnas parecieron darles la razón a ambos, con sus respectivas mayorías absolutas en 2022. Dos años después, ya sabemos lo que pasó en Portugal. Moreno bien podría poner su barba en remojo.
Si bien es cierto que todas las comunidades han incrementado el gasto sanitario, también Andalucía, no ha sido suficiente. No quiero pensar que la razón por la que una plaza de médico de familia sea menos atractiva para los aspirantes que otra especialidad por cuestiones de dinero o de expectativas de hacer carrera en la sanidad privada, lo que es lo mismo. La demanda de especialistas por jubilaciones afecta tanto a la privada como a la pública.
Los barómetros sanitarios del CIS colocan a Andalucía como una de las de mayor descontento con su atención primaria. La tentación de externalizar a la privada las consultas, como está haciendo con la cirugía, para aminorar este descontento, ha sido descartada por Moreno tras intentos ocultos. El Gobierno de la Junta y organizaciones sindicales firmaron en 2023 un pacto por la atención primaria, que los agentes sociales denuncian incumplido. Menos ratio por médico, equiparación salarial con otras comunidades, más medios en las consultas… son algunos de los compromisos. Difícil sin dinero y con carestía de profesionales.
Quizás en esto radica la disminución de atractivo en la especialidad. “Nadie recomendaría a ningún allegado que dedique el resto de sus días a un trabajo donde no se le reconoce, donde no se le retribuye, donde no se le respeta, donde tiene peores condiciones que cualquier otra especialidad”, denuncia UGT Andalucía. Algunas comunidades como Madrid y Aragón han incentivado la convocatoria para cubrir plazas desde 500 euros mensuales a 10.000 anuales. ¿Por qué no Andalucía?
Los incentivos económicos pueden ser parte de la solución para convertir en atractiva la especialidad, pero no es suficiente. Debe haber otras compensaciones. “No podemos hacer creer que solo por vocación van a elegir una especialidad con muchos turnos extra, que no se compensa y que no tiene reconocimiento académico.
“Los jóvenes son muy amantes de su tiempo y es normal, ¿quién no quiere una buena calidad de vida?”, cuestiona una profesional de Galicia. Esta semana ha lugar la repesca para el MIR. Cabe esperar que descolgados de otras especialidades recalen en la de medicina de familia y se completen las plazas vacías. Pero la luz de alarma ya está encendida. Urge un reconocimiento más allá de las palmas y las medallas de héroes del tiempo de la Covid. Aunque sea por pura conexión de la salud de los votantes y su respuesta en las urnas.
Mi experiencia me ha convertido en una defensora sin resquicio de la atención primaria pública. Suelo contar que gracias a un médico de familia se me pudo diagnosticar una enfermedad crónica largo tiempo sin nombre en consultas de especialistas y urgencias.
Fue su empeño el que indujo al especialista al que me remitió, y en contra de la opinión de este, a realizarme una prueba que puso luz a años de síntomas sin nombre, y a su tratamiento. Claro que habrá a quienes no les haya ido bien, pero convendrán que el acierto en las consultas no solo es cuestión de tecnología, sino también de tiempo de dedicación y ojo clínico.
Algo que mejor que ninguno puede desarrollar el médico de familia. Y ojo clínico es de lo que carecen las administraciones públicas, incluida la Junta de Andalucía, por negarle a los sanitarios de atención primaria el reconocimiento económico y científico que merecen. Hasta que las urnas le quiten la venda de los ojos.
La noticia debería rompernos el corazón o tirarnos el alma a los pies: Un total de 459 plazas de formación de médicos de familia y comunitaria han quedado desiertas en España. Solo cuatro comunidades han cubierto sus cupos, entre ellas no está Andalucía. En este territorio han sido 64 las plazas MIR de médicos de familia sin cubrir, más de la mitad en Jaén. Habrá quien se consuele con que Cataluña (98) y Castilla León (84) vayan por delante en vacantes. No debería ser así por muy testimonial que sea la cifra.
Como tampoco vale la excusa que el deterioro de la sanidad pública, con listas de espera desorbitadas, no solo la padezca Andalucía, sino que se extiende tras la pandemia a todos los territorios de España y otros de Europa con diferente signo político en sus gobiernos. Lo hemos visto en las recientes elecciones del País Vasco como uno de los asuntos mollares de las elecciones que a punto ha estado de costarle al PNV su hegemonía.