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Yo, yo, yo, mi, me, mis necesidades, mi perfección y la trampa del autocuidado

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Soy una joven de los años noventa que no fue criada con el Método Montessori, por lo que lo mismo este análisis no es del todo preciso, pero a veces (bueno, todo el rato) me pregunto cómo hemos llegado hasta este punto de hiper-individualidad en la que la autoprotección y el autocuidado se han convertido en las grandes, y mejores, máscaras del egoísmo y el individuo cómo máxima aspiración de la vida. 

Fácil es hablar de nuestros maravillosos amigos de los cryptobros, los machos-alfa y la fachoesfera que enaltecen el individuo en contra de todo mínimo indicio que se acerque a algo colectivo como puedan ser los servicios públicos o el sentido de comunidad. Sin embargo, siendo estas las formas más explícitas y extremas de lo hiperindividual, hay otras formas más sutiles que nos están rodeando, y tentando, constantemente, puesto que por supuesto que es más cómodo (y placentero para algunas personas) hacerse una mascarilla de tela y ponerse una serie, descansando en casa, que ir a una manifestación por la sanidad pública o encerrarse en la universidad para protestar contra uno de los genocidios que están sucediendo actualmente. O incluso por aterrizar más a lo cotidiano la cuestión; hacer contacto por llamada o visita a algún familiar, con el que no existe ningún conflicto, porque tienes que saber qué pasará en el próximo capítulo. 

Y es que, por mucho que lo queramos llamar autocuidados, es simplemente egoísmo disfrazado de cuidados imponer mis límites y necesidades sobre el resto, situándolos por encima de la otra persona porque tienen que quedar claros; pues si no se cumplen mis deseos es que no están claros, pero sobre todo por no hacernos responsables de nuestros actos para con nuestro entorno. 

Esta falta de empatía (o madurez emocional) hace que todas seamos enemigas, dado que se anula la posibilidad acuerdo o desacuerdo, con la importancia que tiene saber asumir y el habitar el disenso. 

Obviando nuestra interdependencia como especie, ¿estamos desplazando esta dinámica hacia nosotras para con nosotras haciendo más violentas esas dinámicas interpersonales y con el entorno?

Y claro que hay que cuidarse, y no caer en la trampa de querer convertirse en esa aspiración de superheroínas y superhéroes que están en todo, y cree erróneamente que todo lo va a poder resolver y salvar, lo cual no deja de ser otra manifestación del ego. No obstante, estos son los malabares que parecen muchos no querer siquiera tratar de tocar pues, como mucho, dentro de la vorágine de los tiempos que vivimos, subiremos puntualmente una publicación en las redes sociales y dejaremos las calles, las relaciones y los espacios vacíos. 

Si bien, existen muchos matices al porqué nos encerramos en nosotras mismas, llegando a veces a asumir una postura patologizante desde la salud mental porque el ser neurodivergente o discapacitada (o estarlo), se toma como el justificante para mantener ese estado de exclusión. 

La otra cara es la del autocuidado es la hiper-super-ultra-mega-productividad pues, como diría Maga Paiva: entre despertar, meditar, preparar la chía, reflexionar, escribir en el diario, etc. no da tiempo a ser una buena persona. 

Mª Jesús Izquierdo planteaba en “Del sexismo y la mercantilización del cuidado a su socialización: Hacia una política democrática del cuidado” cómo las dinámicas actuales de las relaciones en torno a los cuidados son dinámicas de violencia y dependencia. Y desde aquí me pregunto, ¿qué ocurre cuando soy yo tanto cuidadora como cuidada por mí misma?  

Obviando nuestra interdependencia como especie, ¿estamos desplazando esta dinámica hacia nosotras para con nosotras haciendo más violentas esas dinámicas interpersonales y con el entorno? 

Repensar, construir y generar una práctica de cuidados tanto de otras como de nosotras mismas que no supongan una oda al Ego, ¿seremos capaces de hacerlo?

Soy una joven de los años noventa que no fue criada con el Método Montessori, por lo que lo mismo este análisis no es del todo preciso, pero a veces (bueno, todo el rato) me pregunto cómo hemos llegado hasta este punto de hiper-individualidad en la que la autoprotección y el autocuidado se han convertido en las grandes, y mejores, máscaras del egoísmo y el individuo cómo máxima aspiración de la vida. 

Fácil es hablar de nuestros maravillosos amigos de los cryptobros, los machos-alfa y la fachoesfera que enaltecen el individuo en contra de todo mínimo indicio que se acerque a algo colectivo como puedan ser los servicios públicos o el sentido de comunidad. Sin embargo, siendo estas las formas más explícitas y extremas de lo hiperindividual, hay otras formas más sutiles que nos están rodeando, y tentando, constantemente, puesto que por supuesto que es más cómodo (y placentero para algunas personas) hacerse una mascarilla de tela y ponerse una serie, descansando en casa, que ir a una manifestación por la sanidad pública o encerrarse en la universidad para protestar contra uno de los genocidios que están sucediendo actualmente. O incluso por aterrizar más a lo cotidiano la cuestión; hacer contacto por llamada o visita a algún familiar, con el que no existe ningún conflicto, porque tienes que saber qué pasará en el próximo capítulo.