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La neurosis andaluza del PP
A los dirigentes del PP andaluz no les basta cada mañana con el argumentario de la calle Génova para responder todos a una como Fuenteovejuna cada vez que les preguntan por los recortes, la ley del aborto o la última idea brillante que se haya destilado en la Moncloa. Eso vale para las trincheras mediáticas de Madrid, pero no para una región donde, además de defender lo indefendible que les viene de arriba, soportan una orfandad más propia de las novelas de Dickens que de un partido que presume de haber ganado las elecciones autonómicas más atragantadas de su historia.
Hoy, 22 meses después de que se desencajaran todas las mandíbulas de la calle San Fernando, el PP andaluz sigue sin resolver un enigma que empieza a ser de Cuarto Milenio: quién asumirá de verdad el liderazgo del partido tras la inminente marcha de un Juan Ignacio Zoido, que se ha hartado de hacer de Otelo en las Cinco Llagas y que sería capaz de cederle el testigo a un holograma antes que seguir unas cuantas semanas compatibilizando este cargo con la Alcaldía de Sevilla.
La culpa no es sólo de Rajoy. Nadie puede sorprenderse de que el presidente del Gobierno deje en el pudridero la cuestión del relevo. El nombramiento de un candidato a la Presidencia de la Junta debe ser su prioridad número 1.154 (no está confirmado que el asunto se tratara en la reunión con Obama) y si él dice que lo arreglará “después del turrón”, todos sabemos que puede ser después de los pestiños del Jueves Santo o con 42 grados de temperatura en los asfaltos.
La culpa es de la cultura de partido del PP. Mucho hablar sobre las lagunas de las primarias del PSOE (y yo soy el primero en denunciarlas) pero, pese a sus graves defectos, la realidad es que en el Partido Socialista al menos ha habido un intento más o menos serio de fomentar un nombramiento que cuente con la militancia. En el PP no, y nadie lo denuncia desde dentro.
El PP está en su legítimo derecho de tener otro modelo de partido, pero las consecuencias están ahí. El paso de los días les atropella y la orfandad y la falta de autonomía de sus dirigentes andaluces se han tornado clamorosas: a expensas de que el del “gran liderazgo” tome una decisión, no hay un mínimo referente para contrapesar a una Susana Díaz que se pasea por Andalucía como Aníbal por Cartago.
En público pueden decir lo que quieran, pero en privado es imposible que se hagan más trampas a sí mismos. El PP andaluz atraviesa una crisis de liderazgo dañina para ellos y, lo que sí nos tiene que preocupar, dañina para Andalucía. Han ganado unas cuantas elecciones, pero cualquiera diría que siguen en el diván del psiquiatra relamiéndose sus neurosis. Ya es hora de que lo abandonen, si es que les dejan.
A los dirigentes del PP andaluz no les basta cada mañana con el argumentario de la calle Génova para responder todos a una como Fuenteovejuna cada vez que les preguntan por los recortes, la ley del aborto o la última idea brillante que se haya destilado en la Moncloa. Eso vale para las trincheras mediáticas de Madrid, pero no para una región donde, además de defender lo indefendible que les viene de arriba, soportan una orfandad más propia de las novelas de Dickens que de un partido que presume de haber ganado las elecciones autonómicas más atragantadas de su historia.
Hoy, 22 meses después de que se desencajaran todas las mandíbulas de la calle San Fernando, el PP andaluz sigue sin resolver un enigma que empieza a ser de Cuarto Milenio: quién asumirá de verdad el liderazgo del partido tras la inminente marcha de un Juan Ignacio Zoido, que se ha hartado de hacer de Otelo en las Cinco Llagas y que sería capaz de cederle el testigo a un holograma antes que seguir unas cuantas semanas compatibilizando este cargo con la Alcaldía de Sevilla.