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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

La parábola de la 'Mariscada del Sena'

  • Basta con una imaginación de andar por casa para sospechar lo que se habría escrito, declamado y bramado en las tertulias y redes si los protagonistas de la cena de Casa Bigote hubieran sido los componentes del anterior Ejecutivo

Érase una vez, en una Andalucía muy lejana, que a la Consejería de Agricultura se le ocurrió promocionar el langostino de Sanlúcar en los mercados extranjeros. La iniciativa no era una rareza, pues surgió en el XIII Salón Internacional de Alimentación (SIAL), que se celebraba en París, donde el resto de los participantes hacían lo propio con sus productos. Así que al presidente de aquella Andalucía lejana, que entonces era José Rodríguez de la Borbolla, la idea le pareció apropiada y se organizaron tres degustaciones en un restaurante flotante del Sena. Una para los importadores franceses, otra para la prensa especializada y una última para los críticos gastronómicos. Borbolla ni siquiera acudió.

Pero sucedió que el escándalo alcanzó cotas apoteósicas. Los cronistas hablaron de fastuoso banquete, de comilona y ágape monstruoso. Se encadenaron los chistes, el choteo en la radio fue incesante, los columnistas exprimieron su mordacidad más cruel, hubo una caricatura del presidente transmutado en langostino y hasta un sesudo editorial con tintes dramáticos en algún periódico. La parábola de la 'Mariscada del Sena', como la apodaron los comentaristas de hace ahora 30 años, nos dejó una enseñanza práctica: el maridaje de la política y los mariscos es letal. Y también una moral: el juego sucio en el desgaste del adversario carece de límites y cualquier cosa es válida para abatir una pieza.

Que se lo digan, si no, a Antonio Rodrigo Torrijos, antiguo portavoz de Izquierda Unida en el Ayuntamiento de Sevilla, cuya extensa trayectoria se desmoronó hará menos de una década por unas fotografías (servilleta a modo de babero, en qué estaría pensando) durante la Feria del Marisco de Bruselas. Su persecución fue sañuda, bárbara e implacable. Y cuanto más se explicaba, más ácidas eran las invectivas; no se levantó el pie. El éxito de aquel derribo fue tal que alumbró una especie de unidad de vigilancia especializada, rastreadores de gambas y langostinos que apuntaban con su dedo escrutador a todo personaje público pillado en flagrante ingesta de crustáceos. Una auténtica locura. Y una ridiculez.

Por eso asombra que el nuevo Gobierno en pleno de la Junta -que tanto ha explotado la caza del marisco culpable, aunque sea de ración a un euro- se fuera el lunes pasado nada menos que a la catedral del langostino de Sanlúcar en la víspera de un consejo, e incluyera el evento, tan ricamente (nunca mejor dicho), en su orden del día. Sin complejos, que se dice ahora. Sobre todo, quita el habla que encima los consejeros pretendan benignidad y la amplitud de miras que ellos nunca tuvieron cuando andaban patrullando en plan vigilantes de la gamba, aplaudiendo los hirientes ripios sin gracia de sus trovadores trasnochados.

Basta con una imaginación de andar por casa para sospechar lo que se habría escrito, declamado y bramado en las tertulias y redes si los protagonistas de la cena de Casa Bigote hubieran sido los componentes del anterior Ejecutivo. Y qué decir si nos remontamos a un gabinete con comunistas. ¡Vade retro, Satanas! Menudo estrépito. Los matices y aclaraciones de que si se ha pagado a escote o solo fueron unos pocos chocos ni se esbozarían. Lo estoy visualizando. Primaría el hecho de haber cenado en el establecimiento símbolo del langostino para anunciar por la mañana medidas contra las “vergonzosas” tasas del paro juvenil.

Toda la basura que se arroja al mar, tarde o temprano la devuelve la marea. He aquí la tercera enseñanza que nos trae la parábola de la 'Mariscada del Sena', ahora que el Gobierno ha cambiado de color. La demagogia y la estridencia en política siempre tienen un efecto bumerán, porque el crédito -o la impunidad, según se mire- son efímeras. La indulgencia mediática de la que disfrutan en este su fulgurante ascenso ni es granítica ni eterna; con lo que están experimentando deberían saberlo. Y tenerlo en cuenta, claro, que para eso están las parábolas.

  • Basta con una imaginación de andar por casa para sospechar lo que se habría escrito, declamado y bramado en las tertulias y redes si los protagonistas de la cena de Casa Bigote hubieran sido los componentes del anterior Ejecutivo

Érase una vez, en una Andalucía muy lejana, que a la Consejería de Agricultura se le ocurrió promocionar el langostino de Sanlúcar en los mercados extranjeros. La iniciativa no era una rareza, pues surgió en el XIII Salón Internacional de Alimentación (SIAL), que se celebraba en París, donde el resto de los participantes hacían lo propio con sus productos. Así que al presidente de aquella Andalucía lejana, que entonces era José Rodríguez de la Borbolla, la idea le pareció apropiada y se organizaron tres degustaciones en un restaurante flotante del Sena. Una para los importadores franceses, otra para la prensa especializada y una última para los críticos gastronómicos. Borbolla ni siquiera acudió.