Desdeelsur es un espacio de expresión de opinión sobre y desde Andalucía. Un depósito de ideas para compartir y de reflexiones en las que participar
Portacoces
La palabra es capaz de lo mejor y de lo peor, ya nos lo enseñó Esopo con sus fábulas. Pero lo que sorprende es la respuesta beligerante de quienes dicen defender el lenguaje de las palabras incorrectas mientras callan y consienten el ataque a la Igualdad y la convivencia minimizando y escondiendo las consecuencias de la desigualdad.
La reivindicación de la Igualdad, algo que debería ser la primera acción de cada día del Gobierno y de todas las instituciones, tanto por ser el único Derecho Humano reconocido formalmente y limitado estructuralmente, como por las graves y objetivas consecuencias que acarrea su déficit para las mujeres (violencia de género, homicidios, agresiones sexuales, violaciones, acoso, abuso, brecha salarial, precariedad…), se debe hacer a través de múltiples vías que permitan llegar a los diferentes escenarios de la sociedad y a la conciencia, pues es allí donde anida la desigualdad.
Una de ellas, y muy necesaria, es la reivindicación del lenguaje inclusivo o no sexista, y no por capricho o “por molestar”, sino como forma de definir la realidad sin que esta venga reflejada por la exclusividad de un masculino plural o singular. Lo que no se nombra no existe, y menos en una sociedad tan inmediata y acelerada como la actual. Por lo tanto, si no nombramos lo femenino no existirá, y si se nombra con lo masculino como neutro, “lo de las mujeres” seguirá existiendo como un complemento suyo y bajo sus referencias.
El lenguaje inclusivo busca una “descripción” de la realidad tal y como es, con sus matices, diferencias y diversidad, y lo hace de varias formas. Una, a través de la mención específica de hombres y mujeres, como sucede con el famoso “todos y todas”; otras, feminizando palabras que tradicionalmente sólo eran aceptadas en masculino, como juez y jueza; y otras, al realizar una llamada a la reivindicación para que se tome conciencia de la desigualdad que impregna al lenguaje, por cierto nada fortuita ni casual, sino reflejo de una cultura androcéntrica que toma lo masculino como universal en cualquier espacio de la sociedad. Y esa reivindicación puede ser una demanda de cambio o, simplemente, una llamada de atención.
En esa línea de concienciación a través del lenguaje, la Unidad de Igualdad de la Universidad de Granada ha hecho un calendario con los meses en femenino que ha tenido mucho éxito en sus dos ediciones (CalendariA 2017 y CalendariA 2018), pero que también ha generado el ataque de los “puristas del lenguaje e impuros de Igualdad”. Los mismos que aceptan sin rechistar el uso del cuerpo femenino en famosos calendarios internacionales, rechazan a voces el uso del femenino en los meses del año…
Por eso, que las palabras de Irene Montero al hablar de “portavoces y portavozas” hayan levantado tanto revuelo no es casualidad. Todo es consecuencia de esas personas que están dispuestas a dar una patada o “soltar una coz”, en sentido popular, ante cualquier reivindicación a través del lenguaje no sexista, quedándose en la literalidad de la palabra sin ver el sentido de la acción. Podrá gustar más o menos, pero es evidente que Irene Montero ha conseguido lo que pretendía: que se hable de lenguaje inclusivo, y que “se retraten” quienes toman la estrategia por el objetivo y no paran de dar rodeos a la hora de avanzar hacia la Igualdad.
Y esas personas que se ofenden por el mal uso del lenguaje y se amparan en su defensa son los mismos que no se inmutan y miran para otro lado cuando en la misma sede parlamentaria y en referencia a la desigualdad social, se pronuncian a la perfección palabras como “recortes”, “brecha”, “precariedad”, “pobreza”, “violencia”, “asesinatos”, “desahucio”, “rescate”… O los que justifican que una diputada conservadora dijera aquello de “que se jodan” tras la reforma laboral que abría el diccionario por las palabras antes mencionadas.
La incorrección del lenguaje no está sólo en el léxico de las palabras, sino que con frecuencia lo está más en su uso. Y en esa funcionalidad del lenguaje con frecuencia los silencios son más expresivos que los propios enunciados, como cuando los candidatos Rajoy y Rivera guardaron “silencio” ante al pregunta sobre violencia de género planteada por la moderadora, en el transcurso del debate electoral de junio de 2016.
La Igualdad requiere el uso del lenguaje inclusivo, y para ello no tenemos que entregar a lo masculino lo que no le pertenece. Por eso tampoco debemos caer en la trampa de entender que todo lo que no termine en “a” debe ser considerado masculino. Aceptar que sólo la terminación en “a” es el universo femenino en el lenguaje significa reforzar el argumento de una cultura patriarcal que ha “okupado” la realidad, y la ha hecho suya sobre la legitimidad de los hechos y el uso expansivo de su poder y recursos.
Debemos avanzar hacia la Igualdad y en el uso del lenguaje inclusivo diferenciando la acción y la reivindicación. Los “portacoces” estarán atentos para responder con su indignación y sus ataques ante las palabras incorrectas que piden Igualdad, pero callarán y consentirán el uso correcto de las palabras que mantienen la desigualdad y la injusticia social.
La palabra es capaz de lo mejor y de lo peor, ya nos lo enseñó Esopo con sus fábulas. Pero lo que sorprende es la respuesta beligerante de quienes dicen defender el lenguaje de las palabras incorrectas mientras callan y consienten el ataque a la Igualdad y la convivencia minimizando y escondiendo las consecuencias de la desigualdad.
La reivindicación de la Igualdad, algo que debería ser la primera acción de cada día del Gobierno y de todas las instituciones, tanto por ser el único Derecho Humano reconocido formalmente y limitado estructuralmente, como por las graves y objetivas consecuencias que acarrea su déficit para las mujeres (violencia de género, homicidios, agresiones sexuales, violaciones, acoso, abuso, brecha salarial, precariedad…), se debe hacer a través de múltiples vías que permitan llegar a los diferentes escenarios de la sociedad y a la conciencia, pues es allí donde anida la desigualdad.