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Rajoy y sus muertos
“España ha superado la peor crisis sin que nadie quedara al borde del camino” (Mariano Rajoy, 26 de octubre 2015). Sí, la capacidad de mentir de Rajoy supera todas las expectativas. No puedo dejar de verlo como un Pinocho compulsivo. Y tal es su grado de invención que un día podría salir en rueda de prensa diciendo, con total convencimiento, “por el mar corren las liebres, por el monte las sardinas”, como en la popular canción. Ironías aparte, lo malo es que esa actitud es pura realidad.
No sé si soy la única a la que le ha helado la frase de balance de Rajoy. Pero el caso es que no sólo hay gente que se quedó fuera del camino. Es que hubo quien incluso falleció en ese camino o perdió parte de quién fue.
La muerte es la que vamos a visitar en los cementerios, en un par de días, donde algunos ni se pueden costear unas flores para honrar a sus muertos. Algunos, lamentablemente, tendrán que limpiar las lápidas con los nombres de quienes se sintieron superados y desamparados por esta crisis.
En estos años he conocido suicidios de desahuciados, muertes de enfermos de hepatitis C o de afectados por los recortes en sanidad, y de dependientes que fallecieron antes de tener sus ayudas.
He contado cada una de las muertes por violencia machista en cuya política sólo se ha recortado.
He conocido a personas deprimidas por la crisis que quisieron quitarse la vida. Y me han desvelado las confesiones de familias que ni siquiera podían pagar los entierros de los suyos. He oído a personas decirme que así no merece la pena vivir. He escuchado a enfermos para quienes la angustia de estos años les comió por dentro.
La misma muerte que pisa los talones de cualquier refugiado, la que obliga a que el mar sea para algunos su sepultura y la que condena a otros a ser enterrados en nichos sin nombre y sin familiares que les lloren.
Y, entre los que se quedan, está el reconocimiento de quienes asumen que están muertos en vida, que se levantan como zombis y responden a las actividades del día automatizados, sin pensar y sin expectativas. De aquellos cuya dignidad murió cuando se quedaron sin trabajo o cuando ven a sus hijos en la pobreza. De quienes han tenido que hacer la maleta y emigrar sin desearlo. De aquellos que no pudieron estudiar e incluso de quienes se ven privados de ir al cine o leer un libro, porque para sus bolsillos la cultura es un imposible.
Por eso, cuando escucho ese balance de Rajoy, me obliga a preguntarle: ¿nadie se ha quedado en el camino? ¿Qué ha pasado con los excluidos, con la desigualdad creciente, con los que están en la cuerda floja? ¿Qué ha pasado con los muertos por hepatitis C o con los suicidios por desahucios? Estos, les guste o no, son sus muertos. De su incompetencia e inhumanidad. Si no le importan estos, cómo le van a preocupar los que llevan décadas en las cunetas por una guerra organizada por sus antecesores.
Que nadie venga a dar lecciones. Ya sabemos que la vida no es de color de rosa. Pero en un país donde no importan los muertos que provoca el sistema económico, vivir es un acto de rebeldía. Vivir porque, sencillamente, a veces todo parece un sucio juego donde te quieren llevar a la nada. Vivir para, al menos, gritar en la cara su indecencia e inhumanidad. Vivir, aunque soportemos una carga tremenda, para que esas muertes no queden en vano y que el recuerdo de esas víctimas, en mayor o menor índole, no quede en el olvido. Vivir porque, aunque se lo propongan, no deberían matar nuestras ilusiones, ni nuestra sonrisa, ni nuestros deseos.
Rechazo al que somete hacia el camino de la locura y la muerte, pero también a quien permanece indiferente ante ella.
Rechazo a quienes que se creen el centro del universo. A los ajenos a este drama que, el 20 de diciembre, seguirán condenando a otros a ese final.
Ojala, si lees esto, ese día votes pensando en los que ya no están, en los que han sufrido y los que han padecido estos años. Ojalá… Eso significaría que aún queda te queda humanidad y conciencia. Porque, de lo contrario, no sólo los ganadores tendrán su victoria, sino que te darás cuenta que ya han matado una parte de ti mismo y que te has convertido en uno de ellos.
“España ha superado la peor crisis sin que nadie quedara al borde del camino” (Mariano Rajoy, 26 de octubre 2015). Sí, la capacidad de mentir de Rajoy supera todas las expectativas. No puedo dejar de verlo como un Pinocho compulsivo. Y tal es su grado de invención que un día podría salir en rueda de prensa diciendo, con total convencimiento, “por el mar corren las liebres, por el monte las sardinas”, como en la popular canción. Ironías aparte, lo malo es que esa actitud es pura realidad.
No sé si soy la única a la que le ha helado la frase de balance de Rajoy. Pero el caso es que no sólo hay gente que se quedó fuera del camino. Es que hubo quien incluso falleció en ese camino o perdió parte de quién fue.