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La Real “Academía”

10 de diciembre de 2020 22:44 h

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La Real Academia Española de la Lengua, según cifras del Ministerio de Igualdad, ha pasado, en 15 años, de tres a ocho académicas numerarias. Es decir, la representación de mujeres ha aumentado de un 7,32 a un 17,39% en 2019. Celebramos, qué duda cabe, que la representación femenina en este organismo con financiación y funciones estatales se haya más que multiplicado por dos en los últimos años. Aún así estimamos que no es permisible y no es “humano” que la mitad de la población siga infrarrepresentada en este órgano decisorio. Si el propio Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) apunta que una lengua es “el sistema de comunicación verbal y casi siempre escrito, propio de una comunidad humana”, en “humana” tenemos un problema porque los estándares que sirven para su normalización siguen siendo patrimonio, si no exclusivo, sí mayoritario de la mitad masculina de la humanidad hispanohablante. Ensimismada en actuar de policía ortográfica, ponderando la ética de regurgitar extranjerismos disfrazados y de mantener a flote la diversidad regional desde la Patagonia, la Real Institución ignoró durante mucho tiempo los diversos avisos académicos y de la sociedad civil que llamaban a una profunda revisión hasta que se hizo inevitable actuar.

Conviene recordar que el artículo 1 de sus estatutos reza que para alcanzar sus fines la institución “estudiará e impulsará los estudios sobre la historia y sobre el presente del español, divulgará los escritos literarios, especialmente clásicos, y no literarios que juzgue importantes para el conocimiento de tales cuestiones, y procurará mantener vivo el recuerdo de quienes, en España o en América, han cultivado con gloria nuestra lengua”. Parece obvio que esta labor de juicio, inevitable y cuanto menos parcialmente subjetivo, no solo sirve para “limpiar, fijar y dar esplendor” a la lengua, como reza el lema de la Institución, sino que también sirve para controlar y definir el estándar -la artificialidad- de la misma, reflejando así su naturaleza también inevitablemente política.

De las 88 referencias a autoridades intelectuales, solo hay un 2,27% de referencias a escritoras: santa Teresa y santa Gertrudis ¡Concepción Arenal, Rosalía de Castro, Emilia Pardo Bazán, María Moliner, María Zambrano, Zenobia Camprubí, levantaos y andad!

Que esta labor de control de la lengua que realiza la “Academía” confirma que de eso, y no de una “Acadenuestra” se trata, da fe el estudio sobre el DRAE (NOMBRA) dirigido por Eulàlia Lledó (1994) así como otros de Mercedes Bengoechea. Tales estudios demuestran que en el DRAE se hace referencia a 260 nombres de varón frente a solo 44 de mujer; que de los 299 adjetivos que usa, 268 son masculino y masculino genérico, y que los 31 femeninos incluyen algunas perlas como “guapillo, mentirosilla” (para definir el sufijo -illo/-illa) y ejemplos tales como “No aguanto a tu amiga. Es una petarda”; “Es una comecocos; sus teorías no tienen pies ni cabeza” o “Trata a su marido como a un trapo”, haciendo gala de un discurso misógino, incluso cuando como en “Esta niña es un cielo”, las características que la describen son, en comparación al masculino, de embeleso. Es más, de las 88 referencias a autoridades intelectuales en estos ejemplos, 86 citan a autores o fragmentos de autoría masculina (destacan 18 referencias a Cervantes; 5 a Aristóteles; 4 a Kant y 3 a Góngora y a Byron), procediendo el 2,27% de referencias a escritoras únicamente de santa Teresa y santa Gertrudis. ¡Concepción Arenal, Rosalía de Castro, Emilia Pardo Bazán, María Moliner, María Zambrano, María de Maeztu, Zenobia Camprubí, levantaos y andad!

Ya fuera porque la androcéntrica y limitada selección de textos literarios no permitiera otra opción o porque, y en definitiva ese es el problema, se trata de una interpretación o criterio mancomunado de la Institución, quien pretenda defender más de 100 años de diccionario tuerto tendrá que recurrir a factores extralingüísticos, por mil veces que se repita el axioma de que un cuchillo “no es responsable” de su uso. En esencia, ese axioma refleja la misma crítica que se hace en la cuestión de la intervención por un lenguaje/lengua sin sesgos cuando lo que se quiere es desplazar el debate del problema radical, de origen, de esta Real Institución de Varones que pensó y sigue pensando: ¡esta Academia es mía!

Quien pretenda defender más de 100 años de diccionario tuerto tendrá que recurrir a factores extralingüísticos, por mil veces que se repita el axioma de que un cuchillo “no es responsable” de su uso

Y sin embargo, tuvieron que ser factores extralingüísticos los que llevaron a la Academia a un lavado de cara más o menos subrepticio. Hasta 2017, cualquiera podía consultar: “huérfano/a: […] A quien se le han muerto el padre y la madre o uno de los dos, especialmente el padre”; “madre: Hembra que ha parido / Padre: varón o macho que ha engendrado”; “mujer: persona del sexo femenino / varón: ser humano de sexo masculino”. La debilidad que suponía la exposición de tamañas desvergüenzas en la primera versión online del DRAE allá por 2011 se hizo insostenible. De forma aleatoria y sin justificación de tipo alguno - aún esperamos el informe de esta actuación- se improvisó entonces una revisión con perspectiva de género a la que no se le ha querido dar ese nombre que depuró el diccionario de los mencionados ejemplos.

Señores de la RAE: si la lengua no es sexista, y ustedes no lo son, ¿cómo llegaron a esas conclusiones y las publicaron? ¿Y qué les hace pensar que concluyeran satisfactoriamente toda la labor pendiente o que su condición masculina mayoritaria sea algo totalmente irrelevante al efecto? ¿De verdad creen que si el 82,61% de la RAE estuviera formada por mujeres esta institución que sigue dirimiendo la herramienta con la que pensamos seguiría usando los mismos ejemplos, definiciones y fuentes? No se trata de que haya tantos académicos inútiles varones como mujeres, que también. Ni siquiera de diccionarios sin pilila. Se trata de asegurar que el proceso de creación del estándar lingüístico garantice una perspectiva “humana”, en su porcentaje natural, de que la creación holística del idioma se democratice, se libere día a día, texto a texto, reconociendo el debido protagonismo a la mujer en todo el proceso.

El estándar del idioma sin sesgo se ampara en la ley 3/2007, de Igualdad efectiva entre Mujeres y Hombres que, en su artículo 14.11, se refiere a la “implantación de un lenguaje no sexista en el ámbito administrativo y su fomento en la totalidad de las relaciones sociales, culturales y artísticas”, ley que no se está cumpliendo. Una parte del funcionariado ve una cuestión partidista, otra parte quiere pero no sabe cómo y la redacción ya sea de Boletines Oficiales nacionales o autonómicos, webs institucionales o apps se acaba configurando desde su instinto lingüístico. Y en este contexto, la “Academía” de los Varones se permite publicar algún que otro juicio de valor que obnubile la razón en cualquier medio afín de manera que la discusión recaiga en si “el mapa” o “la mano” son de un género gramatical u otro como si ello fuera verdaderamente relevante en vez de serlo el hecho de que la sociedad esté reclamando que el lenguaje cumpla con la función política de transformación social que reclama nuestra democracia paritaria. Pero es que se está incumpliendo la ley que nos habla también de la composición equilibrada de género como máxima para los órganos públicos de carácter decisorio. Tal vez haya llegado el momento de aplicar el sistema de cuotas, que sabemos que no es perfecto, pero es el más eficiente, para convertir la “Academía” en una verdadera “Acadenuestra”, perfectamente paritaria. Para ello, Bachelet: “Si una mujer entra a la política, cambia la mujer, si muchas mujeres entran a la política, cambia la política”.

La Real Academia Española de la Lengua, según cifras del Ministerio de Igualdad, ha pasado, en 15 años, de tres a ocho académicas numerarias. Es decir, la representación de mujeres ha aumentado de un 7,32 a un 17,39% en 2019. Celebramos, qué duda cabe, que la representación femenina en este organismo con financiación y funciones estatales se haya más que multiplicado por dos en los últimos años. Aún así estimamos que no es permisible y no es “humano” que la mitad de la población siga infrarrepresentada en este órgano decisorio. Si el propio Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) apunta que una lengua es “el sistema de comunicación verbal y casi siempre escrito, propio de una comunidad humana”, en “humana” tenemos un problema porque los estándares que sirven para su normalización siguen siendo patrimonio, si no exclusivo, sí mayoritario de la mitad masculina de la humanidad hispanohablante. Ensimismada en actuar de policía ortográfica, ponderando la ética de regurgitar extranjerismos disfrazados y de mantener a flote la diversidad regional desde la Patagonia, la Real Institución ignoró durante mucho tiempo los diversos avisos académicos y de la sociedad civil que llamaban a una profunda revisión hasta que se hizo inevitable actuar.

Conviene recordar que el artículo 1 de sus estatutos reza que para alcanzar sus fines la institución “estudiará e impulsará los estudios sobre la historia y sobre el presente del español, divulgará los escritos literarios, especialmente clásicos, y no literarios que juzgue importantes para el conocimiento de tales cuestiones, y procurará mantener vivo el recuerdo de quienes, en España o en América, han cultivado con gloria nuestra lengua”. Parece obvio que esta labor de juicio, inevitable y cuanto menos parcialmente subjetivo, no solo sirve para “limpiar, fijar y dar esplendor” a la lengua, como reza el lema de la Institución, sino que también sirve para controlar y definir el estándar -la artificialidad- de la misma, reflejando así su naturaleza también inevitablemente política.