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Salgo del armario

Rancio

Lo reconozco, no me gusta que me manden vídeos porno por los grupos de Whatsapp, pero como creo que mis amigos me van a dar caña y van a pensar que soy “especialito”, no digo nada.

Sí, es verdad, cuando estoy en la calle y alguien mira en plan borde a una tía y comenta algo de sus tetas o de su culo, me siento incómodo. Pero como me da miedo parecer Pepito Grillo, no digo nada.

Ahora, con la celebración del Orgullo, veo muchos memes sobre mariquitas, y como me da cosa romper el buen rollo entre colegas por una tontería así… pues no digo nada.

Pero ayer pasó algo.

Precisamente, en uno de los grupos de whatsapp en los que estoy, alguien mandó un meme homófobo sobre cómo agacharse correctamente estos días en el centro de Madrid. Yo hice lo de siempre: no decir nada. Sin embargo, otro amigo, con mucha educación, dijo que no le gustaban demasiado esas bromas, que si era posible evitarlas. Y se aclaró, y no pasó nada. A raíz de aquello, he pensado que tampoco pasa nada por decir las cosas y que igual no estoy tan solo. 

Así que salgo del armario.

Soy tan tonto que me decepciona cuando un amigo con pareja me dice que se quiere enrollar con otra tía, pero no digo nada porque me da miedo dejar de ser considerado “normal”. Nunca he ido a un puticlub porque me pondría más triste que caliente, y no entiendo que alguien a quien estimo lo haga. Simplemente, si llega el momento de la noche en el que se propone, me voy a casa… sin decir nada.

Antes, con más energía, sí discutía; pero ahora, cuando alguien dice que los moros que están aquí no se adaptan, que muchos refugiados son terroristas, que los gitanos si no te la dan a la entrada te la dan a la salida, que las feminazis no se depilan, o que los maricones son unos guarros promiscuos… casi nunca digo nada. Y la verdad es que me fastidia.

Al mantra cuñado ese de “que yo no tengo nada contra los mariquitas, que yo tengo muchos amigos gays”, yo le añado que, la mayoría de la gente a la que admiro son homosexuales. No es discriminación positiva, es que desde siempre me han gustado los luchadores, los que lo han tenido complicado y han salido. 

En mis libros, el personaje más rancio, Jiménez, se enamora de una transexual que se llama Triana. Y es maravilloso cuando algún amigo de los que hace bromas con los gays, me coge y me dice “Tío, Triana tiene todo el arte”.

Muchas veces recuerdo una noche en el carnaval de Cádiz. Los chavales sevillanos nos montábamos en el último tren que iba de Sevilla a Cádiz y nos pegábamos toda la noche de botellón para volvernos en el primero, prácticamente en coma. Básicamente, era el mismo plan que en Sevilla, pero disfrazados de trogloditas o de momias con papel higiénico. Aquella noche, yo tendría 17 ó 18 años.

INCISO– Pasan los años y no encuentro un disfraz mejor que el de unos que vi aquella noche y que iban con una bata y una inmensa Q de cartón colgada al cuello. Les pregunté de qué iban y me dijeron “De Cubatas”. –FIN DEL INCISO.

 

El caso es que íbamos por una calle del Barrio de la Viña, que es uno de los barrios donde se mueve el Carnaval, y yo iba contando un chiste de mariquitas.

Un gaditano, de unos 50 años, muy amanerado, me cortó en seco y me dijo, dándome con el dorso de la mano en el hombro: “Mariquita no, di Maricón que suena a bóveda”. Yo me quedé cortado, y aún más cuando otro que venía con él completó: “Pues mira, a mí siempre me ha sonado más a campanario: mariCÓNNNNNN”. Yo me partí de risa, estuvimos un rato juntos y me contaron, a refilones, la mierda que era salir del armario hace años, y las heridas que tenían que aguantar aún, aunque lo hicieran con una sonrisa.

Mi salida del armario, lo reconozco, es una tontería al lado de esa, pero seguro que hace que mis amigos, con todo lo que nos queremos y lo especiales que me parecen, se sientan raros. Perdonadme, sois maravillosos, tanto que muchas veces pienso que mandamos un GIF de una tetona a las 9 de la mañana por cumplir con un estereotipo que no es el nuestro, y que no cuestionamos por costumbre. Ojalá. 

Por cierto, aquella respuesta magistral de “Maricón, que suena a bóveda” la dio Miguel Molina. En un teatro de Callao, en Madrid, comenzaron a gritarle “Mariquita, Mariquita” y él respondió la magistral frase. Eran los primeros años del franquismo y le dieron una paliza a la salida con la que le desfiguraron la cara. A mí, como mucho, me echarán de algún grupo de Whatsapp. Desde luego es una prueba de que algo hemos avanzado.

Lo reconozco, no me gusta que me manden vídeos porno por los grupos de Whatsapp, pero como creo que mis amigos me van a dar caña y van a pensar que soy “especialito”, no digo nada.