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Trabajar gratis... y dar las gracias
En estos días de tertulias y discursos, a veces, se mencionan los derechos laborales. Y matizo el “a veces”, porque apenas se comenta que estos han sido los más vapuleados y pisoteados en los últimos años. Punto por punto. Reforma tras reforma. Y también mucho antes de la llegada de la crisis. Este tsunami sólo ha sido la excusa perfecta para machacar lo poquito decente que quedaba.
La campaña ha sido bien orquestada y con todo tipo de amenazas. Que si los sindicatos no sirven para nada (aunque podamos cuestionar su comportamiento y gestión). Que si los empresarios pagan demasiado por nosotros. Que si hay que hacerles una rebajita en impuestos… o las empresas se nos van de España. Que si tienes que hacer currículum y por algo hay que empezar. Que el mercado está muy competitivo y, si tú no quieres, hay alguien dispuesto en tu lugar…
Así, los empleos salen como en una especie de subasta, pero al revés. El mejor postor es el que está dispuesto a trabajar por el menor precio posible. Hasta que un día, el “precio” de salida es “GRATIS”. Y la sala enmudece. Y entonces, entre los asistentes, alguien levanta la mano. Y dice... “Yo”. Y luego, como si fuera una erupción, empieza una cadena de “yo”, de unos y otros, peleándose por ese “trabajo” gratuito. Y añado “trabajo” entre comillas porque eso no debería llamarse así, sino esclavitud.
¿En qué maldita hora se nos fue la cabeza para aceptar trabajar gratis? Asumo que yo he sido una de ellas, impulsada por esa dinámica de “o lo coges o alguien lo hará por ti”. Y esa aceptación me pesa como la mayor de las losas. Pero, a día de hoy, aún me tengo que quitar de encima ofertas con esa condición. Y da igual que tengas más de treinta años y conozcan tu experiencia laboral. Con todo el descaro. Como contrapartida, para convencerte, dan la excusa de la “visibilidad” y que lo puedes añadir en tu currículum. ¿Qué visibilidad ni visibilidad? ¡Lo que yo quiero es cobrar y que aparezca en mi vida laboral, más allá del currículum! Y cobrar un sueldo decente. Que, aunque tenga que ser autónoma (esa es otra soga al cuello que daría para otro artículo), mi trabajo y esfuerzo sea pagado.
Ha llegado un momento en el que reclamar un salario parece un acto revolucionario. Decir que quiero un salario para pagar mi comida y mis facturas, recibe una cara de reprobación del jefe de turno. Encima, incluso piden estar agradecido… ¿Dar las gracias, por qué? ¿Porque se queden con nuestro dinero? ¿Con la fuerza y valor de nuestro trabajo? ¿Porque no nos den de alta? ¿Por dejarme sin pagar las facturas ni la comida? ¿Estamos locos? El empresario no es una ONG, pero el trabajador tampoco. Hasta que te debes plantar y decir... “en mi hambre mando yo” porque, casualmente, el que te lo ofrece NUNCA, JAMÁS, trabaja gratis.
¿Cuándo perdimos la cabeza? Creo que en ello tiene mucho que ver esas prácticas gratuitas instaladas en los estudios (con el gran aporte de la universidad que mira hacia otro lado) y con las que se sustituye a personal. Incluso esa tendencia a implantar actividades de voluntariado que, en casos evidentes, cubren la falta de plantilla. Las cifras de paro (que no se quieren arreglar, salvo con parches) son la justificación para imponer esas condiciones. Para que el empresario no reciba como beneficio sólo un porcentaje proporcional de su inversión... sino el 100%.
No estamos en China ni en Bangladesh, donde los grandes empresarios que algunos medios se empeñan en alabar se hacen de oro al contratar mano de obra barata y esclava. Ocurre aquí. Y probablemente en tu casa. Y, probablemente, a ti. Eso es mano de obra regalada. La otra táctica es que empieces gratis y que si, ya si vas bien, te contratan en un futuro. A pesar de que no es tu primer empleo. De que conocen cómo trabajas y tu trayectoria. No... No debe ser así. Desde el primer minuto en el que mi fuerza de trabajo cubre lo que necesitas, debo obtener mi compensación.
Necesitamos reformas laborales. Y una de las más importantes es que no se permitan ofertas gratuitas. Que por ley estuviesen prohibidas. Sé que esto es ampliable. Porque las horas extras no pagadas esconden lo mismo. De permitirse, quedaría demostrado que la esclavitud no se abolió, sino que se disfraza de “oportunidad laboral”.
Si lo rechazas, viene el discurso clásico. Ese que está bien asumido por parte de una clase obrera que, confusos en su identidad, reproducen como papagayos el mensaje del patrón. Después te dicen que eres un vago. Que quieres vivir del paro. Que a tu edad, yo ya estaba independizado de casa. Que no trabajas porque no quieres… Pero, oye: trabaja gratis, no te quejes, da las gracias y calla.
Si pienso mal, todo esto huele a una estrategia a largo plazo que tira para atrás. Que tengamos nuestras vidas laborales con poquitos años, sólo con algunos días sueltos y horitas cotizadas… y así habrá poquitas pensiones que pagar el día de mañana. Al fin y al cabo, dirán que hay que quitarse gente de encima... Salvo que, cuando lleguemos a viejos, nos quedemos en la calle, con un pañal de trapo, sin dientes, malnutridos, y pidamos con la mano en alto que alguien nos arroje una moneda por compasión. Aquella moneda que, cuando debió ocurrir, NO nos dieron por nuestro trabajo.
En estos días de tertulias y discursos, a veces, se mencionan los derechos laborales. Y matizo el “a veces”, porque apenas se comenta que estos han sido los más vapuleados y pisoteados en los últimos años. Punto por punto. Reforma tras reforma. Y también mucho antes de la llegada de la crisis. Este tsunami sólo ha sido la excusa perfecta para machacar lo poquito decente que quedaba.
La campaña ha sido bien orquestada y con todo tipo de amenazas. Que si los sindicatos no sirven para nada (aunque podamos cuestionar su comportamiento y gestión). Que si los empresarios pagan demasiado por nosotros. Que si hay que hacerles una rebajita en impuestos… o las empresas se nos van de España. Que si tienes que hacer currículum y por algo hay que empezar. Que el mercado está muy competitivo y, si tú no quieres, hay alguien dispuesto en tu lugar…