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La última cabriola del voto útil

17 de junio de 2022 22:56 h

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En la recta final de una campaña, cuando los nervios arrecian, la cosa se pone de encefalograma cóncavo. Con esto de intentar barrer para adentro las últimas pizcas de simpatías desperdigadas por el suelo –ya se han recogido las butacas de los respectivos teatros ambulantes y apagado las luces–, todos los candidatos sueltan majaderías. Ninguno se salva y no persuaden a casi nadie. Debe ser que han acumulado tal enredo en la cabeza tratando de liar a los ciudadanos que llega un momento en que cualquier argumento les parece convincente. Por muy peregrino que sea. Cómo se explica, si no, que se eche a rodar la cabriola de que el voto útil para frenar a Vox es apostar por el político que inauguró las alianzas con los ultras en España y ha gobernado plácidamente con su apoyo. Eso sin descartar, además, una futura coalición. A ver quién lo iguala.

No invento nada, son titulares recientes. Votar a Juan Manuel Moreno Bonilla garantiza que Vox no cruce los muros de San Telmo, y si finalmente Macarena Olona se instala con su motosierra en el ala oeste de San Telmo, do moran y se avituallan aún las huestes del dicharachero Juan Marín, será por culpa de Juan Espadas. A este paso estoy por creer que Moreno posee cualidades mágicas, como, según cuentan los cronistas, es la de hacer que los electores confundan la izquierda con la derecha, al PSOE y Por Andalucía con el PP. Ha sido colocar astutamente banderitas blanquiverdes en las sillas de los mítines (y quitar las de la gaviota) y los socialistas que frisan los senderos centristas han acabado por estar más desorientados que la paloma de Rafael Alberti, que por ir al norte fue al sur y creyó que el trigo era agua.

Los poderes especiales de Moreno para engatusar al respetable han funcionado admirablemente también a la hora de convertir a Vox en un partido cabal y razonable. Es lo que tiene la polivalencia

Porque no queda tiempo para más performances electorales, es tarde para eso, pero acaso hubiera servido de reclamo para atraer masivamente a votantes de izquierda –es una idea– números de hipnosis parecidos al que vivió el personaje que interpretaba Woody Allen en La maldición del escorpión de jade. Cuando le decían “Constantinopla”, se quedaba como en éxtasis, perdía la voluntad y obedecía ciegamente. No me digan que no habría sido electrizante ver a Moreno pronunciar sus palabras talismán: “moderado, sereno, templado, tranquilo”, y que en un santiamén se formara una larga cola de simpatizantes recién convertidos para desfilar, con la mirada férvida clavada en el infinito, rumbo a las urnas para depositar ordenadamente sus papeletas. Una lástima.

Ocurre, sin embargo, que los poderes especiales de Moreno para engatusar al respetable han funcionado admirablemente también a la hora de convertir a Vox en un partido cabal y razonable. Es lo que tiene la polivalencia. Se lo propuso a principios de la legislatura, cuando se tomó la foto de la firma del pacto junto a Ortega Smith, Teodoro García Egea y Francisco Serrano (el ex juez investigado por estafa), y las glosas de la capacidad de diálogo de los ultras y la inclinación al consenso cayeron en cascada. Está en las entrevistas y, sobre todo, en el diario de sesiones del Parlamento andaluz, donde ha ejercido como caballero andante para defender con su espada flamígera la honra mancillada de los miembros de Vox, quienes se atrevieron (todavía sigo en estado de shock) a mandar a tomar por culo (sic) a la presidenta de la Cámara sin consecuencias.

En Andalucía, Vox dejó de asustar hace tiempo, mezclado en las tradiciones folclóricas, el mundo taurino o la caza

Durante la campaña, la estrategia ha mutado y el afán de Moreno ha sido alejarse del contagio tóxico de la extrema derecha. No obstante, la labor divulgativa había sido sobradamente fabulosa, y con tanta pericia que están incrustados en el paisaje. En Andalucía, Vox dejó de asustar hace tiempo, mezclado en las tradiciones folclóricas, el mundo taurino o la caza. Cierro este cuaderno con una cita de la periodista Oriana Fallaci de su libro Un hombre. La he usado otras veces, pero es que la encuentro perfecta; cuando las cosas están hechas es mejor tirar de ellas. “La costumbre es la más infame de las enfermedades porque nos lleva a aceptar cualquier desgracia (...) Por costumbre se vive junto a personas odiosas, se aprende a llevar cadenas, a padecer injusticias y a sufrir (...). La costumbre es el más despiadado de los venenos porque penetra en nosotros lenta y silenciosamente, y crece poco a poco nutriéndose de nuestra inconsciencia (...)”. Nos vemos en las urnas.

En la recta final de una campaña, cuando los nervios arrecian, la cosa se pone de encefalograma cóncavo. Con esto de intentar barrer para adentro las últimas pizcas de simpatías desperdigadas por el suelo –ya se han recogido las butacas de los respectivos teatros ambulantes y apagado las luces–, todos los candidatos sueltan majaderías. Ninguno se salva y no persuaden a casi nadie. Debe ser que han acumulado tal enredo en la cabeza tratando de liar a los ciudadanos que llega un momento en que cualquier argumento les parece convincente. Por muy peregrino que sea. Cómo se explica, si no, que se eche a rodar la cabriola de que el voto útil para frenar a Vox es apostar por el político que inauguró las alianzas con los ultras en España y ha gobernado plácidamente con su apoyo. Eso sin descartar, además, una futura coalición. A ver quién lo iguala.

No invento nada, son titulares recientes. Votar a Juan Manuel Moreno Bonilla garantiza que Vox no cruce los muros de San Telmo, y si finalmente Macarena Olona se instala con su motosierra en el ala oeste de San Telmo, do moran y se avituallan aún las huestes del dicharachero Juan Marín, será por culpa de Juan Espadas. A este paso estoy por creer que Moreno posee cualidades mágicas, como, según cuentan los cronistas, es la de hacer que los electores confundan la izquierda con la derecha, al PSOE y Por Andalucía con el PP. Ha sido colocar astutamente banderitas blanquiverdes en las sillas de los mítines (y quitar las de la gaviota) y los socialistas que frisan los senderos centristas han acabado por estar más desorientados que la paloma de Rafael Alberti, que por ir al norte fue al sur y creyó que el trigo era agua.