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El verano de las mujeres
Han pasado tantas cosas este verano que me da la sensación de que en lugar de un par de meses han sido años. Y quiero expresar mi agradecimiento hacia esas mujeres que tantas alegrías me han dado mientras mi ansiedad por el confinamiento térmico iba creciendo.
Tengo que agradecerles que me hayan convertido en una persona más optimista. Seguramente sea una ilusión, lo sé, será transitorio, pero qué quieren que les diga, que me quiten lo bailado.
En mi lista de “gracias”, quiero empezar por Greta Gerwig, la brillantísima directora que consiguió lo que a mí, a priori, me parecía una misión imposible: convertir a Barbie en un icono feminista. Estuve a punto de interrumpir mi descanso vacacional en este diario para escribirle públicamente una carta de amor. Greta me hizo reír a carcajadas, me hizo llorar, me hizo ser consciente (a mí, que me creía tan revisada) de cuanto trabajo de “desprogramación” me queda por hacer y me insufló de una energía que venía necesitando demasiado.
"Lo que les molestó fue una mujer adueñándose de su cuerpo y tomando la palabra. Les molestó que no hubiera nada sexual en esa acción, que no era para ellos, sino para ella misma, para nosotras"
“Quiero ser la que crea las cosas, no la idea” dice en un momento dado la Barbie estereotípica, la representación de todos los estándares perfectos a los que supuestamente las mujeres tenemos que aspirar. Las dos veces que oí esta frase (sí, fui dos veces al cine a ver la película) me emocioné hasta las lágrimas. En esas palabras vi a la propia Greta, que comenzó su carrera como actriz, y me vi a mí misma y a todas las mujeres que en un momento dado decidimos tomar la voz y ser las autoras de las historias. Gracias, Greta.
Días después, en el Sonorama, Eva Amaral desnudaba su pecho mientras decía: “Porque nadie nos puede arrebatar la dignidad de nuestra desnudez. La dignidad de nuestra fragilidad, de nuestra fortaleza”. Eva me recordó a aquella Olympia de Manet que causó el escándalo y la crítica en el Salón de París. Ni el tema ni la desnudez eran nuevos, la historia del arte estaba repleta de Venus desnudas recostadas, pero la diferencia radicaba en que esta vez la mujer representada no tenía una actitud pasiva como sus antecesoras, no era un objeto para la admiración y disfrute de los hombres. Olympia era una mujer real que sostenía la mirada al espectador, que se mostraba como un sujeto pensante y sintiente, que se revelaba contra su propia iconografía.
Y no se equivoquen, no fueron los pechos de Eva los que causaron el malestar de ciertos sectores, los pechos desnudos les encantan cuando aparecen en las portadas de las revistas o se los intercambian en fotos de sus grupos de whatsapp. Lo que les molestó fue una mujer adueñándose de su cuerpo y tomando la palabra. Les molestó que no hubiera nada sexual en esa acción, que no era para ellos, sino para ella misma, para nosotras. Gracias, Eva.
Lloré, claro que lloré cuando pitaron el final. Porque ahí no había 23 jugadoras, ahí estábamos todas con el corazón lleno de esperanza y reparación
Y la cosa continuó, porque días después me sorprendí gritando sola en casa, como si me fuera la vida en ello, ante la final del mundial femenino de futbol. No soy especialmente futbolera, no crean, pero esto no era fútbol, esto era otra cosa. “Hemos crecido pensando que este no era nuestro lugar, que el fútbol era un lugar que no nos pertenecía”, decía la jugadora de la selección Irene Paredes. Y todas conocemos muy bien esa sensación. En aquellos últimos minutos de partido había memoria, había recuerdos de infancia, años de resignación, de ninguneos, de negación de espacios. Y lloré, claro que lloré cuando pitaron el final. Porque ahí no había 23 jugadoras, ahí estábamos todas con el corazón lleno de esperanza y reparación.
Ver las imágenes de niños animando a las jugadoras fue de lo más bonito que me ha pasado en los últimos meses. Una foto se me quedó grabada, la de un niño pequeño llevando la camiseta de Alexia Putellas. “Aquellos para los que nunca seremos referentes”, decía la periodista Gemma Herrero en un magnífico artículo relacionado con el esperpento que vino después. Esta frase se me quedó grabada porque sé que es verdad, porque la vivo, la siento en mi día a día, pero aquella foto, aquel niño, me hizo pensar que quizá sí era posible, que los chicos del futuro no solo querrán ser como Messi, sino como Alexia Putellas, como Jenni Hermoso, como Olga Carmona, y entonces el mundo será mucho mejor. Gracias, campeonas.
Y por último, un agradecimiento acompañado de recomendación. Vayan a ver la hermosa película de Itsaso Arana Las chicas están bien, otra enorme directora con voz propia que ha creado una obra de una belleza apabullante en la que me hubiera quedado a vivir. Cuenta la directora que comprendió que la incomodidad, la fragilidad, el sentirse diferente pueden ser una fortaleza, algo que nos lleva a crear. Gracias, Itsaso y gracias a todas las mujeres que deciden ser sujetos de sus palabras, de sus actos, de sus historias. Como manifestó en Twitter hace unos días mi admirada Maruja Torres, yo me alegro de estar viva para haberlo visto.
Han pasado tantas cosas este verano que me da la sensación de que en lugar de un par de meses han sido años. Y quiero expresar mi agradecimiento hacia esas mujeres que tantas alegrías me han dado mientras mi ansiedad por el confinamiento térmico iba creciendo.
Tengo que agradecerles que me hayan convertido en una persona más optimista. Seguramente sea una ilusión, lo sé, será transitorio, pero qué quieren que les diga, que me quiten lo bailado.