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A muchos no les importa
No soy nada futbolera, confieso que la liga y los profusos torneos que proliferan por el mundo me provocan una inapetencia total, así que suelo enterarme de sus asuntos relevantes de puro refilón. A veces observo con curiosidad cómo personas de natural apacible pierden la compostura, y hasta la lógica; y también llama mi atención el celo de insignes intelectuales para convencer de que detrás de este juego hay toda una filosofía de vida. Pero he seguido con interés la polémica por la celebración de la Supercopa en Arabia Saudí, un país donde se violan a diario los derechos humanos y, aunque ha habido quejas e incluso plantes, como el de RTVE, no he avistado especial estrépito ni, por supuesto, amago de boicoteo de los clubes, que era lo suyo. Entonces me he puesto a pensar que las víctimas principales son las mujeres, como en la mitad del planeta, y por eso a muchos no les importa.
Sé que en Arabia Saudí no se respetan las libertades de nadie y se tortura y asesina sin miramientos. No obstante, sus ciudadanas llevan la peor parte. Están a merced de esta tiranía por vivir allí, pero además lo están cotidianamente por ser mujeres, segregadas de los varones y guiadas como menores de edad. Imaginen si en lugar de a las mujeres fuera a los negros, por ejemplo, a los que se les encarcelara por bailar o necesitaran de un tutor blanco para casarse o trabajar. Es difícil que el escándalo se arreglara con el par de simplezas esbozadas por el presidente de la Federación, Luis Rubianes, quien ha tenido la desfachatez de sostener que le inspira el altruismo de usar el fútbol como herramienta de transformación social, tal si los 120 millones de euros que se va a repartir con los clubes supusieran un mero estímulo. Jamás se atrevería a llevar la competición en pleno 2020 a la Sudáfrica del apartheid.
Hay lugares aún más infames para nacer mujer. El inventario de atrocidades insoportable es extensísimo. A principios de mes saltó a la televisión una noticia que se emitió con ese tono banal que suele conferirse a los sucesos raros de los finales de los telediarios: el abuelo y el tío de una recién nacida fueron sorprendidos en el instante de enterrarla viva. Ocurrió en India y el mayor espanto del vídeo es la atmósfera de naturalidad del salvaje intento de infanticidio. En una sobrecogedora tribuna, el fundador de la ONG Sonrisas de Bombay , Jaume Sanllorente, relata que es muy común acabar con la vida de un bebé al descubrir que es niña (eso si llega a nacer), de tal suerte que India -el país más peligroso para las mujeres, según la Fundación Thomson Reuters- tiene 63 millones de mujeres menos de las que debería tener.
Perspectiva de género ¿irrelevante?
Por cosas como ésta, ONU Mujeres proclama en cada efeméride que se le pone a tiro que -además de que los estados legislen- es imprescindible avanzar en políticas públicas con un enfoque de género, precisamente el concepto al que se opone Vox con tenaz beligerancia. En Andalucía sabemos de primera mano lo que significa un Gobierno dependiente de la ultraderecha. Llevamos más de 10 meses asistiendo con asombro, lamentablemente menguante, a las traducciones libres que PP y Ciudadanos hacen de las exigencias de sus socios para tapar la carcundia ideológica que están incorporando con sigilo a la gestión. Sin ir más lejos, la Consejería de Hacienda acaba de celebrar unas jornadas sobre economía y presupuestos a la que han borrado del título “en clave de género” por imperativo de sus obsesivos aliados. Lo contaba en este diario Daniel Cela hace un par de semanas, sin que se haya movido ni una hoja de la opinión publicada.
Podría parecer irrelevante. Sin embargo, está muy lejos de ser un capricho: la ultraderecha sabe lo que hace. No es lo mismo sexo que género: el primero se refiere a la categoría biológica, y el segundo, a la sociológica; esto es: a la identidad y a la construcción del papel social que se le asigna a cada persona en función de sus genitales. El género nos dice que la desigualdad entre hombres y mujeres se explica por razones sociales, desde la educación hasta la economía, y que, por tanto, esa desigualdad se combate con políticas públicas. Hasta ahí es precisamente donde se niega a llegar Vox: ni violencia de género ni perspectiva de género, una posición que nunca debería ser tolerada por sus socios. Pero, como en el caso de la Supercopa, los derechos de las mujeres rara vez aparecen como prioritarios, se les considera secundarios y hasta en cierto punto sacrificables. Mientras la moneda de cambio por el apoyo de Vox sean las mujeres, poco cambiará. A muchos no les importa.
No soy nada futbolera, confieso que la liga y los profusos torneos que proliferan por el mundo me provocan una inapetencia total, así que suelo enterarme de sus asuntos relevantes de puro refilón. A veces observo con curiosidad cómo personas de natural apacible pierden la compostura, y hasta la lógica; y también llama mi atención el celo de insignes intelectuales para convencer de que detrás de este juego hay toda una filosofía de vida. Pero he seguido con interés la polémica por la celebración de la Supercopa en Arabia Saudí, un país donde se violan a diario los derechos humanos y, aunque ha habido quejas e incluso plantes, como el de RTVE, no he avistado especial estrépito ni, por supuesto, amago de boicoteo de los clubes, que era lo suyo. Entonces me he puesto a pensar que las víctimas principales son las mujeres, como en la mitad del planeta, y por eso a muchos no les importa.
Sé que en Arabia Saudí no se respetan las libertades de nadie y se tortura y asesina sin miramientos. No obstante, sus ciudadanas llevan la peor parte. Están a merced de esta tiranía por vivir allí, pero además lo están cotidianamente por ser mujeres, segregadas de los varones y guiadas como menores de edad. Imaginen si en lugar de a las mujeres fuera a los negros, por ejemplo, a los que se les encarcelara por bailar o necesitaran de un tutor blanco para casarse o trabajar. Es difícil que el escándalo se arreglara con el par de simplezas esbozadas por el presidente de la Federación, Luis Rubianes, quien ha tenido la desfachatez de sostener que le inspira el altruismo de usar el fútbol como herramienta de transformación social, tal si los 120 millones de euros que se va a repartir con los clubes supusieran un mero estímulo. Jamás se atrevería a llevar la competición en pleno 2020 a la Sudáfrica del apartheid.