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“Cuando me detectaron VIH pensé que era el final de mi vida”

Victoria, portadora de VIH.

Juan Miguel Baquero

Victoria. Con ese nombre quiere aparecer en la entrevista. Cree que es mejor guardar el anonimato –por su familia, precisa– y elige un apodo ficticio que marca el único camino a seguir en la lucha contra el Virus de la Inmunodeficiencia Humana (VIH): el éxito, el premio… la vida.

Todo lo contrario a cuando hace diez años conoció que era seropositiva. “Cuando detectaron VIH pensé que era el final de mi vida”, cuenta a eldiario.es Andalucía. Pensó “que ahí terminaba todo”. Aquel día desapareció su sonrisa, justo cuando una visita médica rutinaria desveló la infección. La falta de información sobre VIH, el virus causante del Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (Sida) convertía ser portador en sinónimo de un final: “la muerte”.

En Andalucía, las transmisiones se han reducido en un 93% desde el año 1994. En los últimos cinco años, 21.000 personas se han hecho la prueba rápida de detección con resultado positivo solo en el 2% de los casos. Existe, eso sí, un repunte en las infecciones de mujeres que tienen relaciones sexuales con hombres. Victoria no sabe cómo sucedió, cómo llegó el virus a su cuerpo. Pero sí sabe la importancia de la prevención, del conocimiento y la ruptura de prejuicios y estigmas. Y de encontrar apoyo, como ella hizo en el Centro Comunitario de VIH y otras Infecciones de Transmisión Sexual Adhara. Un lugar donde recuperar la sonrisa y “un abrazo que me salvó la vida”.

¿Nunca supo cómo llegó la infección a su cuerpo?

No lo sé. Fui al médico por una anemia y ahí me dieron el diagnóstico. Pero no sé cómo fue. Me gustaba hacer deporte, estaba bien… si no fuera por esa anemia tal vez nunca lo hubiera sabido.

¿Cómo recuerda ese momento?

Cuando detectaron VIH pensé que era el final de mi vida. Me alarmé e hice lo mismo con mi familia. Pensé que ahí terminaba todo, mis sueños y todo lo que tenía en mente. Aquel día se me fue la sonrisa. Llegué a tener una depresión muy fuerte. Yo misma me aislaba, incluso de mi familia más cercana.

No me lo creía. Decía qué es esto. Le preguntaba a la doctora si me iba a medicar, si me iba a sanar… me desvanecí. La doctora se asustó, no sabía bien cómo explicarme. Vino ella con más médicos a levantarme del suelo. Sabía que era algo muy delicado pero no sabía si me podía curar o no.

¿Sentía miedo?

Me asusté mucho. Era miedo a todo, a las cosas cotidianas. No tenía ninguna información, ni siquiera sobre la diferencia entre tener VIH y Sida. Lo desconocía. Nunca me habían hablado de eso. Escuchar Sida, VIH… era horroroso. La muerte.

¿Y su familia?

Me lloraban en vida. Tampoco tenían información.

¿Cómo le afectaba en el día a día?

Yo misma puse mis utensilios aparte. Lavaba mi ropa sin mezclar con las demás. Mi vaso no lo usaba nadie… pero conforme fuimos ganando información, pues nada, todos somos iguales. Compartimos todo. Y entre grandes y pequeños de la familia, no hay diferencia ninguna.

¿Qué le hizo ver luz al final del túnel?

Tenía que ir al médico, al hospital a por medicamentos. Y me dijeron que Adhara trabajaba allí. Expuse mi caso. Una persona me escuchó mucho, con atención. Cuando me iba, me dijo: todavía no.

¿Y qué hizo?

Me dio un abrazo que duró diez minutos. Fue el abrazo que me salvó la vida. Salí de allí libre y feliz. Necesitaba conocer a personas que me comprendieran, que estuvieran en mi misma condición. Que hubiesen pasado por lo mismo. Cuando uno está recién diagnosticado se viene abajo. Así lo viví y pienso que le pasa a todo el mundo.

Hace una década desde que descubrió que era seropositiva. ¿Ha cambiado la situación?

Claro, muchísimo. En información y en prevención, pero también en la ayuda que recibimos. Hoy en día no pasa nada, tomando el tratamiento adecuadamente y cuidándonos un poquito hacemos vida normal.

¿El primer paso en la batalla contra el VIH y el Sida es la detección precoz?

Hay mucha gente infectada y lo desconoce. A los que somos portadores… bien, nos ven y en apariencia no tenemos nada. Pero el que no lo sabe, sin querer, puede hacer mucho daño. Hay que ser responsable, ayudar y cuidad al prójimo. Y quien sepa que lo tiene no debe cometer la irresponsabilidad de no tomar precauciones.

Y no sé por qué no lo hacen. Si es por ignorancia o lo que sea. Practicar sexo con desconocidos, sin prevención ninguna, es tomar riesgo. Esto no es un juego, no es broma. Hay que cuidarse si luego no queremos lamentarnos. Y gracias a que tenemos la medicación gratuita, si tuviéramos que pagar con la crisis que estamos atravesando, muchos cogeríamos Sida. Cuestan muy caro. Antes venían los precios, entre 800 o casi 900 euros. Hay que ser responsable, hacerse la prueba.

De nuevo el miedo, la desinformación.

Claro. Desconocemos. Me ves bien, como otra persona. Pero yo soy portadora, lo sé. ¿Y aquel que no lo sabe? ¿A cuántos puede transmitir el virus sin saberlo? No hay que esperar. Si te haces un control preventivo ya estás seguro que no tienes y no puedes infectar a nadie.

¿Habrá conocido a otras personas en ese minuto cero?

Sí, y me veo identificada por lo que yo pasé. Los miro, trato de acercarme, de hablarles… pero están aislados. Lo mismo que me pasó. Hace poco vi a una señora con un bebé de tres meses. Me acerqué, le dije lo bonita que era y le pregunté cuánto tiempo hacía que estaba 'con esto'. No quise decirle algo directo para no herirla. Y me dijo: “me detectaron con mi primer hijo, hace ocho años, y mi niño está sano y mi bebé igual. Pero nadie de mi familia lo sabe, nada más que mi esposo”. Recordé el abrazo que me dieron el día que me cambió todo. Le dije: no está sola y tienes que cuidarte para cuidar de los tuyos.

¿Qué rutina médica supone tener VIH?

Cada seis meses voy a mi control y quince días antes me hacen una analítica. El virus aparece como indetectable, mis defensas están bien… no tengo nada. Tomo una pastilla cada noche y ya está. Si le quito la etiqueta nadie sabe siquiera lo que estoy tomando. El resto… como una persona normal (ríe).

¿Qué mensaje quiere dejar el Día Mundial de la Lucha contra el Sida?

Que merecemos respeto. Y mucho cariño. Que hay que luchar contra los prejuicios para normalizar, esto no es un castigo divino. A quien lo tenga, que no pasa nada. Con controles rutinarios, medicamento… temo más a una diabetes que a tener VIH. Al resto recomendar que se hagan pruebas. Para el contagio no hay condición social, cualquiera puede ser portador. Y si este testimonio mío llega a cualquier rincón, a cualquier persona que esté viviendo los primeros días de su diagnóstico… quiero hasta llorar. Que no pasa nada. Pueden casarse, tener niños, todo normal. Yo lo pasé muy mal, creí que moría, pero eso se supera. A estas personas les mando un fuerte abrazo como el que me dieron un día y me salvó la vida.

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