Permítanme un breve inciso personal a modo de introducción. La mitomanía es un sentimiento que me genera un reparo prácticamente automático; quizás sea lo natural en una persona a la que los simbolismos patrióticos, religiosos o similares le resultan particularmente extraños y lejanos. Sin embargo, a todo el que me conoce un poco le consta que con la figura de Julio Anguita siempre he hecho una excepción a ese planteamiento general.
Evidentemente, esta admiración personal parte de una afinidad ideológica de base, pero casi más relevante para mí ha sido el profundo sentido ético de servicio público que ha presidido su dilatada actividad política y la seriedad/rigurosidad que sin excepción han acompañado a sus posicionamientos y discurso. Respecto a lo primero, sigo sin tener ninguna razón que lo cuestione, pero en el segundo aspecto, en las últimas semanas se han hecho públicas algunas declaraciones del ex coordinador general de Izquierda Unida que me han sorprendido a la par que preocupado.
A raíz de un artículo publicado en Cuarto Poder junto a Héctor Illueca y Manuel Monereo a principios de septiembre, Julio Anguita ha intervenido en diversos medios de comunicación aludiendo a la existencia de “millones de personas” tratando de ingresar a Europa, calificando de “buenistas” que invitan a “venir a todos los que quieran” a aquéllos que defienden políticas migratorias y de fronteras alternativas a las actuales o afirmando que las “migraciones acabaron con el imperio romano”. Estas declaraciones se alejan del rigor característico del político cordobés, ya que:
-Los datos oficiales de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM) y de FRONTEX (UE), entre otros, indican que, a pesar del repunte de llegadas que se está observando en la frontera sur española, desde el año 2015 vivimos una drástica caída de entradas por vía irregular en el conjunto de las fronteras europeas.
-Lo que se suele calificar como “buenismo” en materia de migraciones, realmente es algo tan moderado como reclamar un mínimo respeto del Derecho Internacional de los Derechos Humanos y que se habiliten vías de acceso legales, ordenadas y seguras al territorio europeo, vías que brillan por su ausencia en la actualidad.
-Por último, desde mi humildísima condición del último de la fila de los aficionados a la historia, considero que señalar a las migraciones como culpables de la caída del imperio romano es cuando menos una afirmación incompleta y/o sesgada.
Comparto con cualquier lector de estas líneas que mis cuitas con la mitomanía son francamente irrelevantes. Sin embargo, creo que las circunstancias que analizamos en el presente artículo son preocupantes porque son un síntoma de que la ultraderecha europea está ganando la batalla del discurso en el binomio “migraciones-derechos humanos”.
Por supuesto que debe alarmarnos la concatenación de buenos resultados electorales que la extrema derecha está cosechando a lo largo y ancho del continente (incluso parece que es posible que España también acabe siendo afectada por la marea ultra según los últimos sondeos). Pero más peligroso aún puede ser el cambio de coordenadas que en el tablero político general europeo se está generando a la hora de tratar las migraciones y el control de fronteras por el crecimiento del neofascismo. Las fuerzas políticas tradicionales, conservadoras y socialdemócratas, asumen postulados impensables hace unos años con la falsa esperanza de que así frenarán la sangría de votantes hacia los partidos extremistas, por una parte, y también decaen, por otra, los parapetos de lo “políticamente correcto”, dinamitados por la mayor difusión de los planteamientos ultras en los medios de comunicación masivos.
Es en este contexto donde nos deben hacer reflexionar las recientes declaraciones de uno de los principales referentes de la izquierda española de los últimos 30 años. Sinceramente, creo que cuesta imaginar hace tan solo diez años a Julio Anguita valorando positivamente propuestas económicas nacional-proteccionistas de un partido como la Liga Norte italiana, o sosteniendo argumentos respecto a los flujos migratorios que, si no conociéramos a su autor, fácilmente se podrían achacar a un portavoz de VOX. A mi juicio, esta circunstancia tan solo se puede entender en ese campo de juego político distorsionado por el ruido neofascista.
Por lo tanto, es indispensable que desde la sociedad civil no minusvaloremos la relevancia capital de la batalla del discurso en materia de derechos humanos en general, y de las migraciones en particular. Hay que superar la tentación de ceder al hastío que provoca la sensación de “clamar en el desierto”, y no dejar sin respuesta cualquier planteamiento dialéctico que socave de forma directa o indirecta la indemnidad de la dignidad humana. Aún a riesgo de dejarse algún mito por el camino…
Permítanme un breve inciso personal a modo de introducción. La mitomanía es un sentimiento que me genera un reparo prácticamente automático; quizás sea lo natural en una persona a la que los simbolismos patrióticos, religiosos o similares le resultan particularmente extraños y lejanos. Sin embargo, a todo el que me conoce un poco le consta que con la figura de Julio Anguita siempre he hecho una excepción a ese planteamiento general.
Evidentemente, esta admiración personal parte de una afinidad ideológica de base, pero casi más relevante para mí ha sido el profundo sentido ético de servicio público que ha presidido su dilatada actividad política y la seriedad/rigurosidad que sin excepción han acompañado a sus posicionamientos y discurso. Respecto a lo primero, sigo sin tener ninguna razón que lo cuestione, pero en el segundo aspecto, en las últimas semanas se han hecho públicas algunas declaraciones del ex coordinador general de Izquierda Unida que me han sorprendido a la par que preocupado.