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Solidaridad urgente

Pepe Garrido

Miembro del área de Solidaridad Internacional de la APDHA —
23 de julio de 2024 20:29 h

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Parece que fue la poeta nicaragüense Gioconda Belli la que formuló aquello de “la solidaridad es la ternura de los pueblos”, una frase que ya es patrimonio común de la humanidad. Una afirmación poderosa que dibuja el escenario de la relación entre las personas, los pueblos y los países, donde la justicia, la igualdad y la compasión con el “otro” deben ser la clave de bóveda en estas relaciones.

Con esa inspiración, en 1994, en el corazón de la selva Lacandona, en Chiapas, se levantaba por “un mundo nuevo” el ejercito zapatista con el subcomandante Marcos. Mientras, en nuestro país, muchos parques y plazas se llenaron de tiendas de campaña que reclamaban el 0,7 % de los presupuestos públicos para solidaridad y cooperación internacionales. Comenzó una ola de manifestaciones, miles de personas se convirtieron en voluntarios de oenegés que llevaron el “¡0,7% YA!” a ayuntamientos, diputaciones y gobiernos regionales. Muchas administraciones aumentaron sus partidas presupuestarias, aunque solo algunas llegaron a esa cifra mítica.

La solidaridad y la cooperación internacionales calaron en una parte importante de la sociedad. En 1998 surgió la Acción Global de los Pueblos, una gran coordinadora mundial de movimientos contra el “libre comercio”, entre otros objetivos, cuya primera reunión se celebró en Ginebra coincidiendo con la conferencia ministerial de la OMC. Muchas creímos que, efectivamente, el mundo estaba cambiando y nos atrevimos a pedir que se aboliera la deuda de los países empobrecidos. Así, ese mismo año, algunas organizaciones pusieron en marcha la campaña “Deuda Externa, Deuda Eterna”, vinculada a acciones internacionales con las que se exigía la condonación de la deuda, impagable, de los estados más pobres. Al año siguiente se constituye la Red Ciudadana por la Abolición de la Deuda Externa (RCADE), que logra movilizar en el año 2000 a más de un millón de ciudadanos y 25.000 voluntarios a través de la consulta social por la abolición de la deuda.

La solidaridad se olvidó en nuestros discursos, muchas oenegés desaparecieron, los escasos presupuestos públicos destinados a solidaridad se redujeron rápida y drásticamente y. El sueño de otro mundo posible volvía a posponerse

El milenio comenzó con rotundidad: “Otro Mundo es Posible” se afirmaba en Porto Alegre, en el primer Foro Social Mundial. Decenas de miles de personas pertenecientes a movimientos sociales y entidades académicas, junto con intelectuales de talla internacional como Noam Chomsky, James Petras, Lula da Silva, Rigoberta Menchú, Samir Amin, Eduardo Galeano o Leonardo Boff, reflexionaron sobre cómo resistir la ofensiva neoliberal planteando la necesidad de cambiar el orden mundial y donde la solidaridad y la justicia definieran ese otro mundo posible.

Desde 2001 se fueron desarrollando luchas y movimientos antiglobalización por todos los rincones del planeta, vinculados a los foros sociales que se celebraban cada año. Al mismo tiempo, el capitalismo fue rearmándose ideológica y militarmente, sobre todo después de los atentados del 11-S. Fueron años donde los estados y las elites mundiales ejercieron una potente represión contra las grandes manifestaciones antiglobalización. A pesar de ello, el 15 de febrero de 2003 se produce la mayor movilización social mundial ocurrida hasta entonces. La ciudadanía dijo “NO” a la guerra contra Irak.

Hasta que llegó el año 2008 con la crisis financiera mundial. Las políticas de austeridad y los recortes económicos, sociales y de derechos, se impusieron. El movimiento antiglobalización y los numerosos movimientos sociales de todo el mundo se encontraban muy debilitados después de años de resistencia a los continuos ataques neoliberales. La solidaridad se olvidó en nuestros discursos, muchas oenegés desaparecieron, los escasos presupuestos públicos destinados a solidaridad se redujeron rápida y drásticamente y. El sueño de otro mundo posible volvía a posponerse.

La solidaridad frente al fascismo, contra la xenofobia y el racismo, ante la pobreza y la exclusión, frente a la violencia y el machismo. La solidaridad para todas las personas, para los pueblos y el planeta Tierra. La solidaridad es el camino, posiblemente el único, para construir otro mundo posible

Desde entonces, con algunas excepciones como el Movimiento 15M o todas las iniciativas solidarias generadas en la pandemia, el pensamiento neoliberal no ha tenido freno. Abriendo de esta manera la puerta al discurso de la ultraderecha, instalada ya en muchos gobiernos. Así, con la ayuda de la fabricación de bulos, se van imponiendo la criminalización de las personas inmigrantes, el “nosotros primero y el consecutivo aumento del racismo y de la xenofobia, que llevan a un nacionalismo radical, la negación de la violencia contra las mujeres, la homofobia y el rechazo a la evidencia científica de la crisis climática. Es decir, el fascismo es enemigo de la justicia social, la solidaridad y los derechos humanos y su discurso crea sociedades profundamente insolidarias y violentas. Porque el fascismo es el egoísmo de los pueblos.

Me atrevería a afirmar que la lucha contra el fascismo pasa hoy por recuperar con urgencia la solidaridad. Creo que los colectivos como las mareas en defensa de los servicios públicos (salud, educación, pensiones, entre otros), las protestas contra la turistificación, las organizaciones sindicales, los partidos políticos de izquierda, los activistas por los derechos humanos, los que pelean por un trabajo digno, las plataformas contra los desahucios, las redes en defensa de los inmigrantes, los movimientos por la justicia climática, los defensores de los derechos LGTBI y, sobre todo, el movimiento feminista, con su incuestionable potencial movilizador, tienen que volver a incorporar y visibilizar el concepto de la solidaridad en su imaginario y en su discurso, en su simbología y en sus acciones.

La solidaridad frente al fascismo, contra la xenofobia y el racismo, ante la pobreza y la exclusión, frente a la violencia y el machismo. La solidaridad para todas las personas, para los pueblos y el planeta Tierra. La solidaridad es el camino, posiblemente el único, para construir otro mundo posible, porque sigue siendo la ternura de los pueblos y por favor, paremos el genocidio en Palestina.

Parece que fue la poeta nicaragüense Gioconda Belli la que formuló aquello de “la solidaridad es la ternura de los pueblos”, una frase que ya es patrimonio común de la humanidad. Una afirmación poderosa que dibuja el escenario de la relación entre las personas, los pueblos y los países, donde la justicia, la igualdad y la compasión con el “otro” deben ser la clave de bóveda en estas relaciones.

Con esa inspiración, en 1994, en el corazón de la selva Lacandona, en Chiapas, se levantaba por “un mundo nuevo” el ejercito zapatista con el subcomandante Marcos. Mientras, en nuestro país, muchos parques y plazas se llenaron de tiendas de campaña que reclamaban el 0,7 % de los presupuestos públicos para solidaridad y cooperación internacionales. Comenzó una ola de manifestaciones, miles de personas se convirtieron en voluntarios de oenegés que llevaron el “¡0,7% YA!” a ayuntamientos, diputaciones y gobiernos regionales. Muchas administraciones aumentaron sus partidas presupuestarias, aunque solo algunas llegaron a esa cifra mítica.