Durante los últimos 13 meses hemos asistido a un genocidio televisado en la Franja de Gaza. Hemos visto como Israel impedía la entrada de cualquier suministro que ayudara a sostener la posibilidad de una vida digna. Hemos contemplado impotentes como Israel invadía El Líbano continuando con su proyecto expansionista y colonial llevándose por delante, al menos, otras 3,100 vidas más.
Millones de personas hemos salido a las calles en todos los rincones del planeta para mostrar nuestra solidaridad con la lucha del pueblo palestino y libanés, y para expresar nuestra profunda indignación por la inacción y la complicidad de las instituciones internacionales. 13 meses después, más de 45,000 vidas menos y ni una sola sanción, ni una sola medida de presión efectiva contra un país que ha reducido a escombros la Franja de Gaza y la, ya maltrecha, credibilidad de los líderes mundiales para garantizar los derechos y mantener la paz. La realpolitik, el pragmatismo y la competencia por el poder global han primado los intereses geoestratégicos a la defensa de la vida y de los valores sobre los que se construye nuestra Humanidad.
Necesitamos dejar de ver Palestina como algo lejano y comprender que esta crisis humanitaria y de humanidad ha puesto en evidencia una crisis democrática y de gobernanza global que nos interpela a todas. La lucha del pueblo palestino por su libertad está entrelazada con aquella por la justicia global, contra el capitalismo voraz, la emergencia climática, el racismo o el patriarcado. Necesitamos despertar del letargo de la impotencia que sentimos ante la magnitud de la tragedia, identificar estas conexiones y defender esta lucha como nuestra porque, literalmente, nos va la vida en ello.
Uno de los factores que vertebran la impunidad israelí y alientan el genocidio es el rol que juega su industria militar y de “seguridad”. Entender su importancia y el impacto que tiene en los procesos de securitización a nivel global es clave para comprender la urgencia y el efecto que tendría la imposición de un embargo militar global a Israel, medida en la que muchas voces llevan insistiendo desde hace meses, entre ellas expertos en derechos humanos y la propia Relatora Especial de Naciones Unidas sobre la situación de los derechos humanos en los territorios Palestinos ocupados desde 1967, Francesca Albanese.
Apostar por un modelo de seguridad diferente, basado en derechos y no construido a costa de estos es una cuestión de estado que define un modelo de gobernanza. Es, por tanto, una responsabilidad colectiva
A nadie se le escapa que sin armas no habría guerra. Hay estudios que afirman que, si EEUU hubiera dejado de venderle armas a Israel, éste se habría quedado sin munición en tan solo 3 días. Ya han pasado más de 400 días y las armas estadounidenses siguen llegando a Israel, entre otros, a través de nuestros puertos. Dejar de vender armas a Israel es clave, pero igualmente importante es dejar de comprar, financiar y mantener la industria militar israelí.
Israel utiliza a Palestina como un laboratorio de la represión. Desarrolla y testea sus productos en masacres como las que estamos viendo estos días sobre presos y presas que han narrado desgarradores testimonios de torturas, violencia sexual y horribles vejaciones sufridas en cárceles israelíes, también sobre manifestantes que simplemente defienden su derecho a una vida digna. Sus productos se exportan al mercado internacional bajo el sello “Probado en Combate” para que gobiernos como el nuestro legitimen a través de estas compras un modelo de seguridad construido sobre la sangre y el sufrimiento del pueblo palestino.
Este sello, de dudosa excelencia, ha hecho que la industria de la represión israelí se posicione como una de las más influyentes a nivel global y se convierta en una de las principales suministradoras de servicios de seguridad de muchos países que ahora, dependen de Israel para garantizar su “seguridad nacional”. Esta dependencia dificulta la imposición de un embargo militar completo como medida sancionadora por los gravísimos crímenes cometidos, contribuyendo, por un lado, a sufragar los gastos del régimen de apartheid israelí y por el otro, a mantener su impunidad. Apostar por un modelo de seguridad diferente, basado en derechos y no construido a costa de estos es una cuestión de estado que define un modelo de gobernanza. Es, por tanto, una responsabilidad colectiva.
Este modelo de industria de la guerra es la representación más cruda de un capitalismo salvaje que se lucra con la muerte y la opresión. Representa un militarismo sangriento y exporta un modelo de seguridad basado en la otredad, en el fortalecimiento de muros frente al fortalecimiento de políticas públicas que sitúen a las personas en centro y que garanticen el derecho a disfrutar de una vida libre de miedo, de violencia y de miseria.
Hay que desapuntalar la industria de la guerra y el modelo de relaciones internacionales basado en la 'realpolitik', en este pragmatismo diplomático que construye enemigos y se apoya en la violencia para combatirlos no sólo como la respuesta más práctica, sino como la única posible
Además, es un modelo enormemente contaminante, que acelera la emergencia climática siendo responsable del 5,5% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Durante los 120 primeros días de bombardeos sobre la Franja de Gaza se emitió una cantidad de emisiones equiparable a las emisiones anuales de 26 países juntos. Pero también, la industria de la guerra es la antítesis de los valores feministas: el uso de la violencia para ejercer poder, el poder desde arriba frente a la cooperación desde abajo, la muerte frente a la vida.
Hay que desapuntalar la industria de la guerra y el modelo de relaciones internacionales basado en la realpolitik, en este pragmatismo diplomático que construye enemigos y se apoya en la violencia para combatirlos no solo como la respuesta más práctica, sino como la única posible. Este modelo ha arrasado ya con demasiadas vidas. No permitamos que destruya también nuestra capacidad de soñar. Y no tomemos esto como una propuesta ingenua o naif, defendámosla bien en serio porque si nos quitan la capacidad de soñar, nos habrán arrebatado nuestra capacidad para transformar.
El primer paso para cambiar una realidad es poder soñarla diferente y eso es algo que el pueblo palestino no ha dejado de hacer. Ahora más que nunca, en medio de esta pesadilla, no podemos cejar en el empeño de soñar una realidad diferente. Construyamos colectivamente una “dreampolitik” que haga de la lucha del pueblo palestino el catalizador central de una revolución sistémica mucho más profunda. Defendamos bien despiertas nuestro soñar con una Palestina libre para que podamos alcanzar de manera urgente esta utópica realidad.
Durante los últimos 13 meses hemos asistido a un genocidio televisado en la Franja de Gaza. Hemos visto como Israel impedía la entrada de cualquier suministro que ayudara a sostener la posibilidad de una vida digna. Hemos contemplado impotentes como Israel invadía El Líbano continuando con su proyecto expansionista y colonial llevándose por delante, al menos, otras 3,100 vidas más.
Millones de personas hemos salido a las calles en todos los rincones del planeta para mostrar nuestra solidaridad con la lucha del pueblo palestino y libanés, y para expresar nuestra profunda indignación por la inacción y la complicidad de las instituciones internacionales. 13 meses después, más de 45,000 vidas menos y ni una sola sanción, ni una sola medida de presión efectiva contra un país que ha reducido a escombros la Franja de Gaza y la, ya maltrecha, credibilidad de los líderes mundiales para garantizar los derechos y mantener la paz. La realpolitik, el pragmatismo y la competencia por el poder global han primado los intereses geoestratégicos a la defensa de la vida y de los valores sobre los que se construye nuestra Humanidad.