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¿Por qué el valle del Guadalquivir es uno de los lugares habitados más calurosos del planeta?

Desde Sevilla hasta Andújar, pasando por Écija, Córdoba y Montoro, el triángulo irregular que conforma la depresión del Guadalquivir en todo su tramo medio, encajonado entre los sistemas montañosos de Sierra Morena al norte, y las Sierras Subbéticas al sur, es una de las regiones climáticas más características de toda la Europa continental por los tórridos veranos que año tras año padece. Casi como una tradición estival, las máximas durante el verano sitúan a este pequeño rincón del mundo, donde cohabitan más de dos millones de personas, bajo el foco de los lugares más cálidos de todo el planeta abriendo informativos que traspasan las fronteras nacionales.

Los registros históricos apuntan a cotas de la primera división del calor planetario. Los 46.6 °C de Sevilla Aeropuerto del 23 de julio de 1995, y los míticos 46.9 °C de Córdoba aeropuerto y 47.4 °C de Montoro-Vega Armijo del 14 de agosto de 2021, si bien lejos (relativamente) de las máximas que suelen darse en el Valle de la Muerte estadounidense, el interior de Argelia o la Península Arábiga, hacen de nuestra zona una de las regiones habitadas más cálidas del planeta que no se localiza en regiones de aridez extrema.

Es el valle del Guadalquivir, un corredor fluvial capaz de compartir picos de precipitación superiores a 1.000 litros anuales, frecuentes heladas invernales y hasta nevadas ocasionales, con registros de temperatura propios de regiones áridas subtropicales, y al que la Agencia Estatal de Meteorología le dedicó un estudio en 2018 de mano de Nicolás Bermejo, para explicar las peculiaridades que hacen de esta depresión la particular 'sartén' española.

El valle del Guadalquivir y su 'privilegiado' enclave

Que la depresión del Guadalquivir quede a escasos 15 kilómetros del norte africano, antesala del contenedor cálido sahariano, la hace especialmente vulnerable para las intrusiones cálidas que con frecuencia se dan entre los meses de junio a septiembre. Son entradas de aire muy cálido que tienden a estabilizarse sobre la península y que encuentran en nuestro valle un cajón orográfico ideal en el que asentarse y recalentarse. Un punto de partida idóneo para la entrada en juego de otros factores que sitúan a todo el valle como el rey indiscutible de los registros diarios por temperaturas máximas peninsulares.

¿Y cuáles son esos factores que disparan el mercurio con más facilidad que en cualquier otra área peninsular? Según el estudio de Nicolás Bermejo, obedecen fundamentalmente a cuestiones orográficas locales que activan mecanismos de brisas facilitando el recalentamiento superficial. Dicho de otro modo, que el valle esté donde esté y que tenga la disposición y el relieve que tiene hacen de este un 'horno' natural de primer orden.

Un juego de relieve y brisas

Lo primero para entender el porqué del verano en el valle reside en un fenómeno barométrico completamente imperceptible para sus habitantes, la baja térmica de verano. Un fenómeno meteorológico que abarca todo el curso medio, y parte del bajo, del río Guadalquivir. Consiste en la formación de un centro de bajas presiones en superficie en las primeras horas del día. Gracias a la insolación matutina el aire superficial se expande y disminuye la presión, formándose primero sobre la vertical de Andújar y Montoro, y extendiendo su dominio valle abajo hasta llegar casi a la desembocadura con el paso de las horas. Una suerte de burbuja invisible que envuelve desde Andújar hasta Sevilla las capas bajas de la vega, y que sirven de estabilizador del viento en superficie para facilitar el calentamiento en los primeros metros sobre el suelo.

Se trata de un área perfecta para el encajonamiento del aire, que facilita el recalentamiento en superficie durante las horas centrales del día.

Dicha baja sigue casi a la perfección la evolución orográfica, curso abajo, del relieve del valle. Un área perfecta para el encajonamiento del aire, que facilita el recalentamiento en superficie durante las horas centrales del día. Así, resulta habitual que, durante los episodios cálidos, sean precisamente las zonas medias y llanas de cotas medias las primeras en calentarse. Algo que ocurre a partir de mediodía en los fondos de los valles, cuando el encajonamiento hace las veces de “horno natural” para una masa de aire estable y estancada.

Y es precisamente aquí donde las particularidades locales hacen de puntos como el de Montoro, localizaciones especialmente sensibles para alcanzar registros de récord. Que la temperatura máxima registrada en una estación automática española sea donde Sierra Morena y los sistemas subbéticos se aproximan no es casualidad. Aún siendo esta una zona de valle, aún de altitud muy baja, las cercanías de las dos laderas serranas hacen que el volumen de aire superficial a calentar sea menor que, por ejemplo, el de Córdoba aeropuerto. A menor volumen, mayor recalentamiento, lo que explica en buena medida las diferencias diarias, casi constantes, entre los registros de una y otra estación.

Nicolás Bermejo en su estudio hace referencia además al juego de brisas de valle y de montaña que tiene lugar durante los días de estabilidad atmosférica en la depresión del Guadalquivir, y que juegan un papel fundamental para disparar o contener las temperaturas a lo largo de la región. Dichos juegos se aprecian perfectamente en los registros de dirección de viento de cualquier estación meteorológica del curso medio. Viento del este que acrecienta el recalentamiento en superficie, y que pasado el mediodía rola rápidamente a “sures”, “suroestes” y “oestes” para contener el ascenso de temperatura, bien por el aporte de humedad desde la desembocadura hasta la frontera del curso medio, bien por el aumento de turbulencia en las capas bajas de la atmósfera. Así, en días y puntos donde el viento no altera las condiciones de estabilidad, el recalentamiento superficial adquiere mayor entidad.

Los puntos cálidos peninsulares y el mito de los 50 grados

Que las particularidades orográficas y de latitud hagan del valle del Guadalquivir la particular 'sartén' de España, especialmente por regularidad y constancia, no quiere decir que no existan otros puntos de interés en episodios cálidos peninsulares. Hasta ahora el récord de temperatura máxima en la península Ibérica se localizaba en Amareleja, en el valle del Guadiana en territorio luso. El 1 de agosto de 2003 la localidad portuguesa alcanzaba también los 47.4 °C, registro compartido con la localidad cordobesa de Montoro desde el pasado mes de agosto.

Y es que casi todos los valles y depresiones hidrográficas de la mitad sur peninsular reúnen condiciones para alcanzar registros extremos de calor en episodios favorables. El Alentejo portugués, con la depresión que forma el Tajo en su desembocadura portuguesa, y el ya mencionado valle del Guadiana, tanto en territorio español como luso, han dejado constancia del potencial cálido de dichas cuencas en el pasado reciente. Los 46.6 °C que se registraron en la estación meteorológica de El Granado, en la provincia de Huelva, o los 46 °C en Badajoz alcanzados en agosto de 2018, dan buena muestra de las características 'horneadoras' del Guadiana.

Recientemente, durante la ola de calor del 13 al 16 de agosto, el valle del Genil dejaba un histórico registro de 46 grados en la capital granadina, a 700 metros de altitud. En Murcia, gracias a los vientos locales que afectan a la vega del Segura, se fijaba una nueva máxima histórica de 46.1 °C el pasado 15 de agosto. A escasos nueve kilómetros, en el observatorio meteorológico de la base área de Alcantarilla, se alcanzaban por primera vez los 46.8 °C para una serie histórica de 80 años.

Registros extremos que dan idea del potencial de la península Ibérica para alcanzar valores que rocen o superen la frontera de los 48 °C. Barrera a priori 'asequible' en advecciones cálidas como la de julio de 2017 o agosto de 2021, donde las particularidades de las brisas locales entre Córdoba y Montoro impidieron registros aún más elevados. Una barrera que de superarse aún quedaría lejos del mito de los 50 grados peninsulares, y de los que solo existe constancia escrita en registros de dudosa fiabilidad.

Un techo, el de los 50 grados, propio de regiones áridas desérticas y sub-desérticas, difícilmente alcanzable incluso en países de extrema calidez. Es el caso de Riad, capital de Arabia Saudí, en pleno centro de la península Arábiga. Los 48.2 °C del 7 de agosto de 1998 constituyen su máxima absoluta, tan solo 9 décimas por encima de la máxima histórica española. Un buen referente para saber dónde estamos, y donde podríamos llegar a estar.

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