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Un 4 de diciembre vivo

Secretaria general de Podemos Andalucía —

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Tenemos una Andalucía con listas de espera interminables en la sanidad, que alimenta la educación privada con fondos públicos y que sigue soportando niveles de paro y precariedad insultantes. Una Andalucía que deteriora la joya natural de Doñana y que recorta el presupuesto de igualdad con cotas alarmantes de violencia machista. ¿Esta es la Andalucía que queremos?

No había nacido cuando dos millones de andaluzas y andaluces salieron a la calle aquel 4 de diciembre de 1977. Pero estoy segura de que no era esta la Andalucía por la que lucharon.

Hace 46 años, el pueblo andaluz quiso que el currelante tuviera “escuela gratis, medicina y hospitá y que haya trabajo, cultura y properiá”. El gran Carlos Cano supo leer como nadie el alma de un pueblo que salía de las tinieblas de una dictadura y buscaba la libertad.

Y la democracia y el progreso en Andalucía tuvo nombre propio: la autonomía. El autogobierno representaba la esperanza para emprender un nuevo tiempo donde Andalucía recobrara su esplendor histórico. Donde no fuéramos más que nadie, pero tampoco menos. Una Andalucía como la que más, como dijo nuestro querido compañero José Luis Serrano.

 

Por mucho que quieran ocultarlo, la realidad es que Moreno Bonilla fue el primer dirigente del PP que le abrió la puerta a la ultraderecha y blanqueó sus excesos. Un balance objetivo de la gestión del PP en la Junta no pasa la nota de corte del suficiente

El 4 de diciembre de 1977, los andaluces y andaluzas dijimos que somos un pueblo y no lo hicimos de cualquier manera. Ganamos el derecho de ser pueblo en la calle y en las urnas, superando cada barrera que nos imponían y cristalizando la gesta ganando nuestro Estatuto en 1981.

Pero, rápidamente, se estableció el cloroformo de un régimen que adormeció conciencias y compró paz social, vía ERE’s y redes clientelares. El pensamiento crítico fue anestesiado a través de un monopolio mediático que hoy sigue existiendo, solo que ha cambiado de dueño. Las políticas públicas que se impulsaron demostraron su inutilidad a la hora de reducir la brecha histórica con el conjunto del estado. Andalucía se convirtió en un desierto industrial y las cifras récord en pobreza y desempleo se consolidaron.

Desactivar las políticas depredadoras de derechos sociales, las mismas que inició el PSOE en la Junta y que, ahora, desarrolla sin freno y sin careta Moreno Bonilla, es una tarea urgente. El actual presidente de la Junta, como fiel seguidor de Ayuso, solo que con sonrisa, aplica las mismas políticas de desenfreno neoliberal del nuevo PP trumpista que ha heredado Feijóo.

Por mucho que quieran ocultarlo, la realidad es que Moreno Bonilla fue el primer dirigente del PP que le abrió la puerta a la ultraderecha y blanqueó sus excesos. Un balance objetivo de la gestión del PP en la Junta no pasa la nota de corte del suficiente. Al contrario, Andalucía ha retrocedido. Moreno Bonilla ha convertido la televisión pública en un mero tentáculo de la propaganda partidaria de la derecha. Ha pervertido nuestra autonomía convirtiéndola en un simple instrumento de confrontación con el Gobierno del estado, atendiendo así a los intereses partidistas del PP.

Moreno Bonilla le ha dado la espalda a los intereses del conjunto del pueblo andaluz, privilegiando a una selecta minoría de ultramillonarios y se ha convertido en un problema para el 99% de los andaluces y andaluzas. Su actuación en Doñana ha sido grotesca y ha puesto en peligro la conservación y continuidad del parque.

Nuestro andalucismo no es el regionalismo del agravio comparativo ni el andalucismo de pandereta. Lo decimos alto y claro: Andalucía es una nación y, como tal, la plurinacionalidad de España no se entiende sin nuestra tierra

El Gobierno de Moreno Bonilla ha evidenciado sus prioridades al oponerse al impuesto a las grandes fortunas aprobado por el Gobierno de progreso y ha hecho el ridículo al perder el recurso ante el Tribunal Constitucional. Ha demostrado su ineficacia en la gestión con un nivel paupérrimo de ejecución en los fondos europeos o con el bono joven de alquiler. Jamás un Gobierno andaluz gozó de tantos fondos públicos para poder acometer los grandes problemas que padecemos y jamás se ha visto un mayor nivel de ineficacia y mala gestión.

El destrozo de los servicios públicos y, en concreto, de la sanidad, es un ataque a la línea de flotación de una sociedad avanzada. El colapso de la atención primaria, las listas de espera, los conciertos con la sanidad privada, tienen como objetivo abrir yacimientos de negocio privado a costa de la salud de los andaluces y andaluzas.

Ante este panorama, necesitamos volver a ser pueblo. Toca hablar de futuro y abrir nuevos caminos de esperanza. Porque Andalucía no es singular solo por su larga historia y rica cultura, sino también porque adolece de problemas estructurales, debilidades y amenazas que nos han conducido a la subalternidad política y a la dependencia económica.

Hay que ganar Andalucía y derrotar de una vez el régimen que canta el himno por obligación protocolaria. Nosotras y nosotros lo hacemos sintiendo en el corazón el ansia de justicia que aún sigue pidiendo tierra y libertad.

 Y es fundamental, profundizar y desarrollar las potencialidades del Estatuto de Autonomía. Esperamos que muchos de los artículos de la norma suprema andaluza se cumplan y tengan recorrido en transferencias, competencias y presupuesto.

Reivindicamos una herencia. La de aquellos y aquellas que se atrevieron a luchar y a soñar. Desde Blas Infante a Diamantino García hay un sendero de utopía que queremos recorrer. Nuestro andalucismo no es el regionalismo del agravio comparativo ni el andalucismo de pandereta. Lo decimos alto y claro: Andalucía es una nación y, como tal, la plurinacionalidad de España no se entiende sin nuestra tierra.

“Andalucía necesita una dirección espiritual, una orientación política, un remedio económico, un plan de cultura y una fuerza que apostole y salve”. Hoy, hacemos nuestras las palabras de Blas Infante, en El Ideal Andaluz.

Hacemos un llamamiento a construir colectivamente un nuevo tiempo, donde la mayoría social recupere las instituciones de autogobierno. Un tiempo de trasladar ideas y propuestas para seguir pensándolas, de impulsar iniciativas para seguir transformando, de comprender las complejidades para poder cambiarlas, y en definitiva, de empujar utopías para seguir soñando. Ahí estaremos.

 

Tenemos una Andalucía con listas de espera interminables en la sanidad, que alimenta la educación privada con fondos públicos y que sigue soportando niveles de paro y precariedad insultantes. Una Andalucía que deteriora la joya natural de Doñana y que recorta el presupuesto de igualdad con cotas alarmantes de violencia machista. ¿Esta es la Andalucía que queremos?

No había nacido cuando dos millones de andaluzas y andaluces salieron a la calle aquel 4 de diciembre de 1977. Pero estoy segura de que no era esta la Andalucía por la que lucharon.