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Aclaraciones a una interpretación sesgada de “la crisis alimentaria por venir”

Leandro del Moral, Joan Corominas, Nuria Hernández-Mora y Francesc La-Roca

Miembros de Fundación Nueva Cultura del Agua —

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Manuel Pimentel nos ha advertido en un texto reciente de graves catástrofes por venir: escasez de alimentos, inestabilidad, conflictos… sobre todo en los países africanos y del sudeste asiático, “donde el desaparecido fantasma de las hambrunas podría volver con su ancestral zarpazo de desolación, enfermedad y muerte”. Lo expresa casi ufanándose de su capacidad de pronóstico: “Pues así nos irá, acuérdese bien de estas palabras”. Cierto es que estos augurios en absoluto son inverosímiles; al contrario, desde otras perspectivas, aunque evitando infundir ese miedo paralizante, también estamos advirtiendo de los graves riesgos que nos amenazan. Lo acaba de afirmar, por dar un ejemplo, la científica española recién incorporada a la Mesa del Panel Internacional de Cambio Climático (IPCC), María José Sanz Sánchez, en una reciente entrevista: “Estamos en una situación crítica, nos queda poco tiempo […] nuestra forma de vida va a verse afectada. Olas de calor, hambrunas, falta de energía, exacerbación de los conflictos sociales y económicos... tendremos impactos inevitables en las próximas décadas. De hecho, ya estamos viendo eventos extremos que pensamos que llegarían a finales de siglo”.

Pero no son estos los peligros de los que advierte Pimentel, que piensa que en “cuestiones climáticas – en este dilatado periodo y a escala global ha habido buenos y malos años…”. Aparte de esta mención, de tono relativista o ‘retardista’, no hay ni una sola referencia al cambio climático en un artículo que pretende ofrecer una perspectiva estratégica y global de un fenómeno tan sensible al clima como la seguridad alimentaria mundial. Algo sorprendente cuando, según afirma también María José Sanz, “el sector privado ya ha entendido que esto es una realidad y que hay que moverse para transformar los sistemas productivos”. Este despiste lleva al autor a proponer continuar con la expansión de regadíos y ejecución de no se sabe qué trasvases, sin atender a la crisis de sobreexplotación y contaminación de ríos y acuíferos que, como es bien conocido, ya padecemos, y a la dinámica de reducción de los recursos hídricos en todo el país, también bien constatada.

Entonces, ¿cuáles son para Pimentel los factores de ese futuro tan negro que pronostica? Varios, muy diferentes entre sí y extrañamente interconectados. Por una parte, un factor que podríamos denominar ‘psicosocial’, que es el eje argumental básico del mensaje: el desprecio de los urbanitas a “nuestros agricultores” a los que, según él, la sociedad urbana considerasimples parásitos, vividores de subvenciones, y enemigos de ese medio ambiente”. De otro lado, un factor de escala global, de gran interés pero lejos de las posibilidades de actuación de esa parte de la sociedad urbana ‘ruralofóbica’: la liquidación de la globalización por decisión de EEUU debido (lo que en absoluto es disparatado) a la convicción de que es China quien tiene las de ganar en este modelo de desarrollo global, además de que, según Pimentel, EEUU ha perdido la energía, la vocación y la voluntad de ser “el sheriff del mundo”. Pero, en realidad, en el marco de ese indudable debilitamiento de la mayor potencia mundial y su deriva nacionalista y neoproteccionista, con China definida como mayor amenaza sistémica, “no hay mayor globalización que la que están ejerciendo los fondos de inversión, comprando tierras, agua y empresas agrícolas; haciéndolo además de la mano de grandes cadenas de distribución mundiales” como señala Eduardo López, secretario de organización de COAG-Andalucía.  

No se puede proponer continuar con políticas de expansión y globalización de la agricultura sin entrar en las consecuencias que estas políticas han traído para millones de pequeños agricultores y campesinos que han sido expulsados de sus pueblos

Más allá de las omisiones a un factor fundamental – la crisis climática y socio-ecológica – y de las referencias a unas dinámicas geopolíticas de enorme calado, subyace un tema clave: la fuerte contradicción entre, por una parte, la defensa explícita de esa globalización que agoniza, de la especialización y búsqueda de las ventajas competitivas de cada territorio, con lo que esto significa de defensa de la concentración y de la intensificación (la expansión del olivar superintensivo, que ha pasado a constituir la mayor superficie regada de nuestro país, por ejemplo); y por otro, la defensa de “nuestros agricultores”, que la sociedad urbana, dice, desprecia y castiga. Frente a “un campo que agoniza ante nuestras narices a una velocidad de vértigo”, ese mundo urbano quiere “alimentos variados, saludables y baratos, pero no que nuestros agricultores los produzcan.” 

Pimentel afirma que “han sido las dinámicas de la globalización” las que han permitido que hoy exista “alimentación barata y abundante en cualquier parte del mundo y en cualquier época del año”. Ignora así que, según datos de NNUU, hoy “cerca de 690 millones de personas en el mundo padecen hambre”. También omite que no es la globalización la que alimenta a esta población vulnerable, sino que, como también informa NNUU, “500 millones de pequeñas granjas en todo el mundo, la mayoría aún con producción de secano, proporcionan hasta el 80 por ciento de los alimentos que se consumen en gran parte del mundo en desarrollo”. Ignora también, la dinámica de concentración de grandes explotaciones intensivas y de regadío, cuya propiedad corresponde a sociedades anónimas y fondos de inversión, ajenos al territorio y que buscan el beneficio a corto plazo, sin atender al marco social en el que se insertan, ni a la sobreexplotación de los recursos de agua y suelo, ni a los impactos ambientales que producen.

Además, como también dice Eduardo López, no se puede proponer continuar con políticas de expansión y globalización de la agricultura sin entrar en las consecuencias que estas políticas han traído para millones de pequeños agricultores y campesinos que han sido expulsados de sus pueblos, aldeas y países en todo el mundo, que pese a ello siguen produciendo un porcentaje muy elevado de los alimentos a escala global; y que en nuestro país están siendo arrinconados por esos mismos procesos de concentración e intensificación. Pimentel utiliza la figura genérica del agricultor, que oculta enormes diferencias internas, ignorando el modelo social y profesional de agricultura, que es hoy más esencial que nunca, para fijar la población al territorio, gestionar los recursos de forma equilibrada y garantizar la alimentación a la población.

Es verdad que la alimentación, el agua y la energía son sectores estratégicos para el futuro de cualquier sociedad. Pimentel acierta cuando dice que no hay planificación del Estado y que la PAC actual, en contradicción con otras políticas como las que puede representar la Directiva Marco del Agua, no potencia el modelo de producción agraria que necesitamos. Un sector de dimensión compatible con los ecosistemas naturales de los que depende; compatible con la recuperación de los acuíferos y ríos y la reforestación de las zonas de montaña con especies autóctonas. Una agricultura basada en el uso de biofertilizantes e insumos naturales, para lo que hoy existen herramientas y conocimiento suficientes. Lo realmente peligroso es no captar el carácter simbiótico de la agricultura con el medio en el que se desarrolla e ignorar la contribución de los ecosistemas a su desarrollo, como saben bien allá donde ha cesado la actividad agraria por agotamiento o extinción de suelos, polinizadores o agua.

Nadie que exprese una opinión, ya sea favorable o crítica con el modelo actual, confunde en España ganadería extensiva y granjas ganaderas con macrogranjas, que son las que están produciendo alarma no solo en España sino a escala internacional. Nadie confunde, a no ser que pretenda confundir, los bajos precios agrarios en origen con los más elevados aplicados al consumidor por esas “cadenas de distribución internas, fruto de concentraciones en grandes operadores con un fuerte poder de compra y un sistema logístico y comercial muy optimizado” a las que se refiere elogiosamente Pimentel. Olvidando que es precisamente la concentración “en grandes operadores con fuerte poder de compra” la que anula las virtudes derivadas de la competencia que se atribuyen al mercado y refuerzan el poder de negociación de dichos agentes frente a -y en detrimento de- los agricultores que el autor dice defender. Nadie habla, a no ser que pretenda crear confusión, de que se “elevan gritos contra distribuidoras y agricultores, acusándoles de avaricia y desfachatez”. 

En un tema clave estoy de acuerdo con Pimentel: efectivamente no hay solución sin nuestros agricultores, es decir, sin la empresa agraria social y profesional, con raíces en nuestro propio territorio y comprometida con su conservación.  

Manuel Pimentel nos ha advertido en un texto reciente de graves catástrofes por venir: escasez de alimentos, inestabilidad, conflictos… sobre todo en los países africanos y del sudeste asiático, “donde el desaparecido fantasma de las hambrunas podría volver con su ancestral zarpazo de desolación, enfermedad y muerte”. Lo expresa casi ufanándose de su capacidad de pronóstico: “Pues así nos irá, acuérdese bien de estas palabras”. Cierto es que estos augurios en absoluto son inverosímiles; al contrario, desde otras perspectivas, aunque evitando infundir ese miedo paralizante, también estamos advirtiendo de los graves riesgos que nos amenazan. Lo acaba de afirmar, por dar un ejemplo, la científica española recién incorporada a la Mesa del Panel Internacional de Cambio Climático (IPCC), María José Sanz Sánchez, en una reciente entrevista: “Estamos en una situación crítica, nos queda poco tiempo […] nuestra forma de vida va a verse afectada. Olas de calor, hambrunas, falta de energía, exacerbación de los conflictos sociales y económicos... tendremos impactos inevitables en las próximas décadas. De hecho, ya estamos viendo eventos extremos que pensamos que llegarían a finales de siglo”.

Pero no son estos los peligros de los que advierte Pimentel, que piensa que en “cuestiones climáticas – en este dilatado periodo y a escala global ha habido buenos y malos años…”. Aparte de esta mención, de tono relativista o ‘retardista’, no hay ni una sola referencia al cambio climático en un artículo que pretende ofrecer una perspectiva estratégica y global de un fenómeno tan sensible al clima como la seguridad alimentaria mundial. Algo sorprendente cuando, según afirma también María José Sanz, “el sector privado ya ha entendido que esto es una realidad y que hay que moverse para transformar los sistemas productivos”. Este despiste lleva al autor a proponer continuar con la expansión de regadíos y ejecución de no se sabe qué trasvases, sin atender a la crisis de sobreexplotación y contaminación de ríos y acuíferos que, como es bien conocido, ya padecemos, y a la dinámica de reducción de los recursos hídricos en todo el país, también bien constatada.