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No hay alternativa

“There is no alternative”, el eslogan atribuido a Margaret Thatcher en los años 80 del siglo pasado ha sido el mensaje transversal, permanente y repetido una y otra vez a lo largo de los últimos treinta años por el establishment occidental, también en España. Aplicando el principio del adagio latino “Gutta lapidem cavat non vi sed saepe cadendo” (La gota horada la piedra no por su fuerza sino por su constancia en la caída), el neoliberalismo ha mantenido, como un junco, ese lema en su actuación política.

En cualquier conflicto, crisis o tensión ese pensamiento ha impulsado toda la acción del sistema económico imperante: bajo la inflexibilidad, el mantenimiento de políticas o el desarrollo de otras encaminadas a cercenar derechos y libertades. Es la convicción (su convicción) de que se pone en marcha, en el caso de la derecha política y cultural, por coherencia con un nuevo modelo económico y social; y en el caso de la vencida y resignada socialdemocracia, porque no hay otra alternativa posible.

Desde el conflicto minero a principios de los años 80, que retratan de manera emocionante películas como Billy Elliot o más recientemente Pride, hasta las movilizaciones acaecidas en Grecia o España en estos últimos años, el neoliberalismo ha mantenido ese eslogan manido de forma inflexible.

Y ahí siguen (no hay más que escuchar a los ministros del Gobierno de Rajoy): con una inexorable ruta puesta en marcha de forma sólida, constante, dirigida a un modelo y una fase nueva del capitalismo en el mundo occidental y con voluntad totalizadora universal. El acuerdo del TTIP, del TISA o la reorganización de la OTAN como brazo ejecutor de un nuevo orden mundial son reflejo de acciones de gran coherencia organizativa para empujar a ese nuevo modelo. Concretado en España, asistimos a un proceso de recomposición del bipartidismo como forma de expresión política de un modelo que pretende salir reforzado –modificado lampedusianamente- tras las próximas elecciones generales. El régimen busca su reforma; nosotros buscamos la ruptura.

En este contexto, pensar que podemos embridar al capitalismo y sus monopolios, el sistema financiero o el IBEX35, con una acción institucional que tenga en el BOE su sostén de expresión no basta. En Grecia se ha revelado como un dilema –propio de quienes lo plasmaron en sus tragedias en la antigüedad clásica- la ingenuidad de pensar que un país con el 1,2% del PIB de la Unión Europea podría negociar en igualdad de condiciones con la Troika. La experiencia griega nos debe impulsar a elevar un principio de solidaridad –el aislamiento político, de ausencia de gobiernos amigos, fue fundamental en la humillación al pueblo griego- y también de responsabilidad, pues si queremos construir una alternativa, esta debe construirse desde la alianza de futuros gobiernos amigos.

Nuestro país, con más 45 millones de habitantes y casi el 13% del PIB de la Unión, puede ser determinante en la reordenación de las prioridades europeas. Por eso se revela fundamental. Así lo vimos desde 2008 en Izquierda Unida y apostamos por la construcción de un amplio bloque social y político que se dote de un referente electoral para ganar las elecciones: 176 diputados y una amplia organización de clase, del mundo del trabajo y de los sectores populares.

IU es insuficiente para esta tarea, pero es una parte imprescindible para dotar de discurso de clase –no sólo vinculado a opciones de radicalidad democrática- la encarnación de un proyecto de ruptura con las políticas de estos últimos años. Porque de eso se trata: frente a un intento de espectacularización también de la política, que reduce el debate de la Unidad Popular a presuntas renuncias o a una clave simplista y facilona de identidad corporativa, situamos el campo de acción política en torno a la construcción de candidaturas unitarias que reflejen un programa de gobierno en clave de cambio constitucional, en el que traducir las nuevas prioridades a favor de la mayoría social; en clave de radicalidad democrática -se hace necesario un pensamiento que vaya a la raíz del problema-; y en clave social y política. El intento de reformar la Constitución del 78 a través de una lectura reaccionaria y refundadora del bipartidismo se revelará imposible si hay un bloque que haga frente a ese “reseteamiento” del sistema.

¿Es esto la Unidad Popular? Es evidente que no y que no estamos cerca de construirla. Estamos aún lejos de conformar la unidad del pueblo para conseguir de forma colectiva una vida digna. Pero es igualmente evidente que una candidatura unitaria en estas elecciones dará un salto formidable en esa construcción.

Se trata de aglutinar el voto y transformarlo en poder político, de cientos de miles, de millones de personas que han participado a lo largo de estos años – de forma cohesionada y unitaria- en las movilizaciones, mareas, plataformas contra el paro, la precariedad, los recortes, el pago de la deuda, el TTIP, el derecho al aborto, la libertad sindical, ciudadana o política frente al recorte incesante de derechos.

Tenemos una oportunidad para convertir la marea de indignación en una marea de esperanza si damos forma a un instrumento electoral que dé unidad a las fuerzas políticas –y no políticas - implicadas y comprometidas en ese cambio. El bipartidismo trata de recomponerse: el político-electoral, pero también el mediático –una vez recompuesto el financiero y del gran empresariado. Tenemos una oportunidad histórica ante la que debemos saber que habrá obstáculos objetivos por parte de los sectores que dinamitarán este intento en tanto ven en él una amenaza real a sus intereses; y obstáculos subjetivos dados por los propios agentes llamados a formar parte del cambio.

Por eso apelamos a la generosidad y a la flexibilidad en la organización de estos espacios, pero a la firmeza del programa y de la estrategia, es decir: modificar cuanto haga falta los instrumentos para que se adapten a las necesidades del cambio pero sin concesiones ideológicas; con un programa al servicio de las clases populares, una estrategia desde la participación sincera, la organización popular, la honestidad política y la visión global de una ambición: el cambio real en nuestro país.

¿Capitulación?

Es un reto formidable, donde desde Izquierda Unida ponemos tesón y mucha convicción política, sin caer en las provocaciones de quienes intentan construir una capitulación política ante otros actores: se equivocan quienes tienen la tentación de situar la esperanzadora construcción de una lista unitaria – pesadilla, dicho sea de paso, para el Partido Popular y para el PSOE - en una suerte de derrota organizativa.

Ni IU en Andalucía, ni en el resto del país, va a diluir ni trocear su organización, ni su programa, ni su aspiración histórica a contribuir a un cambio real en nuestro país, complejo, poliédrico y de múltiples resistencias. Somos conscientes de que la suma en política, a diferencia de las matemáticas, multiplica e IU quiere contribuir a que esa suma se convierta en una efecto de esperanza y de percepción de que se puede, de que no ha habido mejor oportunidad que ahora para esa transformación. En espacios unitarios, sin duda; en el respeto a las partes, también. En ese esfuerzo nos dejaremos la piel. Vale la pena. Porque, en el campo de la izquierda, no hay alternativa… a la Unidad Popular.

“There is no alternative”, el eslogan atribuido a Margaret Thatcher en los años 80 del siglo pasado ha sido el mensaje transversal, permanente y repetido una y otra vez a lo largo de los últimos treinta años por el establishment occidental, también en España. Aplicando el principio del adagio latino “Gutta lapidem cavat non vi sed saepe cadendo” (La gota horada la piedra no por su fuerza sino por su constancia en la caída), el neoliberalismo ha mantenido, como un junco, ese lema en su actuación política.

En cualquier conflicto, crisis o tensión ese pensamiento ha impulsado toda la acción del sistema económico imperante: bajo la inflexibilidad, el mantenimiento de políticas o el desarrollo de otras encaminadas a cercenar derechos y libertades. Es la convicción (su convicción) de que se pone en marcha, en el caso de la derecha política y cultural, por coherencia con un nuevo modelo económico y social; y en el caso de la vencida y resignada socialdemocracia, porque no hay otra alternativa posible.