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Me avergüenza el “Gibraltar español”
Soy gaditano. Nunca he sido muy patriótico, pero llevo seis de mis veinticuatro años lejos de mi casa y mi familia, y os aseguro que nada te hace amar más tu tierra que estar lejos de ella. Es precisamente este aprecio por mi tierra el que no me permite más que avergonzarme profundamente cada vez que escucho a alguien exclamar un ¡Gibraltar español!
Me avergüenza porque quienes pronuncian esa estúpida frase no saben que Gibraltar (Reino Unido) y La Línea de la Concepción (España) compartían prácticamente todo, como pueblos hermanos. Tenían en común idioma (y acento), tradiciones, celebraciones, comida... Los unos iban a las fiestas de los otros, se casaban entre ellos y formaban familias mixtas, sin diferencias. Los unos se mudaban al pueblo de los otros y ya nadie sabía (ni a nadie le importaba) de cuál de los dos pueblos eras tú.
Me avergüenza porque quienes pronuncian esa estúpida frase muchas veces son gaditanos que conocen historias de familias separadas por el muro de Berlín, pero que no saben que lo mismo pasó aquí, en su propia tierra, con su propia gente. No saben que pronunciando esas palabras están faltando a su tierra y a esos nietos, abuelos, padres, primos y amigos que quedaron separados por una maldita verja durante trece años.
Me avergüenza porque quienes pronuncian esa estúpida frase no saben que, como dicen algunos mayores de la zona, Gibraltar ha quitado mucha hambre, y la sigue quitando. Porque ya no saben que La Línea de la Concepción es la ciudad de los españoles que no tenían más remedio que trabajar en Gibraltar para alimentar a sus familias. Y que acabaron por construirse chabolas a la entrada de Gibraltar, en La Línea de Gibraltar.
Me avergüenza porque no saben que por Gibraltar entraban a nuestro país (de contrabando, sí) elementos de la vida contemporánea, mientras aquí estábamos atrasadísimos por la dictadura. Penicilina que salvó más de una vida, pastillas anticonceptivas, ropa moderna, el rock and roll... Por Gibraltar también entraba café, un producto que escaseaba muchísimo en España, a pesar de que Brasil nos regalara 600 toneladas, pues el patriota Francisco Franco se adueñó de ellas para amasarse una enorme fortuna.
Me avergüenza porque mientras Gibraltar es probablemente el único territorio del mundo en el que el español se está perdiendo, tenemos un ministro que cerró el Instituto Cervantes de Gibraltar, por el que pasaron más de 4.000 estudiantes en sus cuatro años de vida, alegando que allí “salvo los simios, todos hablan español” y que sólo hay sedes en el extranjero, no en “territorio nacional”.
Me avergüenza porque Gibraltar paga 300.000 euros por partido para jugar con su selección de fútbol -sí, esa que España intentó vetar- en Oporto, a cuatro horas de casa, movilizando siempre a gran cantidad de aficionados; mientras tenemos un estadio olímpico de categoría en Jerez, propiedad del segundo ayuntamiento más endeudado de España, y un espectacular estadio recién reformado en Cádiz, ambos a una hora de Gibraltar.
Me avergüenza porque mientras la provincia de Cádiz es una de las zonas más atrasadas y con más paro de la Unión Europea (más del 30%), y Gibraltar uno de los territorios con mayor renta per cápita del mundo, con un porcentaje de paro cercano al cero, desde España no se hace nada para colaborar con nuestros vecinos, aprovechar su potencial económico y aliviar la situación económica de nuestra tierra. Se hace todo lo contrario.
Me avergüenza porque yo también he sido víctima ideológica del franquismo, décadas después de su caída. Me avergüenza porque yo también he pronunciado esa estúpida frase. Muchas veces. Esa que parecía reivindicativa, patriótica, justa y, a veces, hasta graciosa. Pero nuestro empeño en hacer la vida imposible al pueblo gibraltareño y en derrochar oportunidades de colaboración que puedan generar riqueza en nuestra necesitada tierra no es para nada patriótico, ni justo, ni gracioso. Olvidar la historia de dos pueblos hermanos, lo es aún menos.
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