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Derrota, sí. Derrotados, no
Estas elecciones se presentaban como una oportunidad para frenar la hoja de ruta que el régimen tenía prevista para regenerarse, para recomponerse. Sin embargo, vemos cómo se avecina un cierre de la segunda transición con el mango de la sartén en las manos de los de siempre. Hemos acontecido en los últimos años a una “guerra de movimientos”, impulsada con el 15M y jalonada por múltiples confrontaciones electorales en las que los frentes se han movido mucho. Sin embargo, el resultado electoral del 26J parece inaugurar una nueva fase marcada por la “guerra de posiciones”, en la que los frentes estarán más estables y las confrontaciones electorales quedarán relegadas por una relativa estabilidad institucional. Ahora la labor de las fuerzas rupturistas es más ardua, pero más provechosa si se hace bien. Construir hegemonía desde y por el conflicto social.
Un grupo de 71 diputados en un parlamento fragmentado va a tener mucho que decir y, sin duda, expresa un peso de electoral de la alternativa al bipartidismo hasta ahora nunca visto. Pero hay que ser realistas, el bipartidismo (a pesar de la bajada en votos del PSOE) ha sostenido su declive, frenando la tendencia vertiginosa que arrastraba, y el Partido Popular ha arrancado votos, incluso, de la abstención.
Ahora toca analizar las causas para acertar en las soluciones. Y eso no es fácil para las fuerzas coaligadas en Unidos Podemos. No todos pueden salir indemnes de una lectura de las estrategias llevadas a cabo, de ahí el fuego amigo en forma de titulares.
Una causa cardinal subyacente al declive de Unidos Podemos está en la pérdida de protagonismo de los procesos de movilización habidos de un tiempo a esta parte. Del 15M a las Marchas de la Dignidad pasando por las mareas se había conseguido politizar a una nueva generación que se incorporaba al debate político y se habían roto dogmas neoliberales sobre los que se sostenía el bipartidismo. Un nuevo sentido común que ponía, y pone, el acento en lo público, en la defensa de la democracia y en la igualdad se abría camino frente a la cultura del pelotazo, al “sálvese quien pueda¨ y al ”todos son iguales“. De ese vetusto sentido común se había servido el bipartidismo para mantener un statu quo que sólo se empezó a modificar cuando la crisis descompuso sus bases electorales a golpe de desahucios, desempleo, precariedad y emigración.
El tío del látigo
Por tanto, hemos de atender a qué está pasando en la sociedad, narcotizada por permanentes campañas electorales y canalizando sus aspiraciones o frustraciones, según el caso, en un circo televisivo. Y ya se sabe, por muy fieros que sean los leones en el circo siempre sale victorioso el tío del látigo.
Con todo, las elecciones del 20D profundizaron la crisis institucional por la incapacidad del bipartismo para responder a la crisis de régimen. No podían ponerse de acuerdo en una investidura sin inmolarse alguna de sus partes, en ese caso, el PSOE de Pedro Sánchez. Quizá uno de los errores de partida fue, en dicho proceso de investidura, dar a Pedro Sánchez el marchamo de “hombre del cambio”, sin bien era un hombre “secuestrado” por la vieja casta del PSOE, inmovilista y afín a la gran coalición. De la mesa a cuatro (PSOE, Ps, IU y Compromís) no se invistió un presidente por la alianza del PSOE con Ciudadanos en un compromiso tranquilizador para la oligarquía.
Pedro Sánchez prefería abrazarse a la derecha en lugar de dar la mano a su izquierda, forzando una fallida investidura. Ya se estaba teatralizando la primera escena de una hipotética gran coalición futura, incomprensible para gran parte del electorado socialista. De ahí las más que justificadas expectativas de triunfo electoral de una inédita candidatura, Unidos Podemos, que debía, como mínimo, sumar a los electores de IU y de Podemos.
Y entonces llegó la campaña electoral. No creo que las causas profundas, relativas al declive de los procesos de movilización social, pudiesen resolverse con una campaña electoral, faltaría más. Pero sí es cierto que la campaña de los adversarios podría haberse mitigado y, quién sabe, si con mayor acierto se podría haber roto el equilibrio entre PSOE y UP en favor de los segundos, aunque fuese por poco. Los adversarios usaron la campaña del miedo y les salió muy bien, principalmente porque los primeros que tuvimos miedo fuimos nosotros, los de Unidos Podemos.
Ante el acoso permanente y la difamación se intentó no romper ningún plato, no equivocarse en temas espinosos, no sacar en exceso los pies del tiesto. En los discursos de alguno había más atención al deterioro de las instituciones que al deterioro de las condiciones de vida de quienes debían votarnos. Las instituciones no votan. Votan las personas y éstas están con el agua al cuello. Al menos aquellas a las que quiere representar Unidos Podemos. La referencialidad de los que sufren, de los explotados, debía recaer en una patria ambigua materializada en una suerte de sobernía nacional a recuperar (de los jacobinos se saltó a los girondinos de un plumazo). Y digo ambigua porque la construcción de una patria se sustenta en la lucha de un pueblo, el cual, estaba de espectador. El pueblo se construye en y desde el conflicto social y la movilización. Esa es la gran oportunidad que ha brindado esta crisis económica.
Los recelos de IU
Otra deficiencia de la campaña electoral ha sido la incapacidad para que se diese el desborde popular de la misma. Ha quedado circunscrita a lo que las fuerzas integrantes y, muy especialmente, Podemos, ha determinado. Para ello habría que haber desplegado una campaña unitaria cuyo principal objetivo fuese habilitar espacios y dotar de herramientas al tejido social que debía ganar la campaña, que debía aportar el plus determinante. Quiero pensar que el hecho de que Unidos Podemos no tuviese suficiente tiempo para madurar antes de las elecciones, es lo que ha impedido una campaña unitaria que evolucionase en campaña de desborde popular.
La campaña empezó mostrando dos debilidades que debieron subsanarse. Pablo Iglesias llevaba tiempo sufriendo una campaña de desprestigio (en la que no faltaron errores propios) que podía haberse mitigado poniendo el foco, más de lo que se ha hecho, en el político mejor valorado y que también iba en la candidatura: Alberto Garzón. Por eso, llama ahora tanto la atención que quienes esgrimen, desde Ps, el deterioro de la imagen de Pablo Iglesias como uno de los factores, fuesen los primeros que instigaron para que Alberto Garzón no fuese el número 3 por Madrid ni ganase más protagonismo en los medios de comunicación durante la campaña.
Otra debilidad que se mostró desde un inicio fueron los recelos de parte de IU a Unidos Podemos. Las declaraciones de Cayo Lara, diciendo que le iba a costar votar a UP no constituyen, ni mucho menos, una causa de la posible abstención de parte del electorado de IU, pero sí manifiestan un síntoma que, desde el inicio, debió ser atendido. Estoy convencido que parte del electorado de izquierdas, haya sido votante de IU, de Podemos o del PSOE no se iba a movilizar por apelaciones al voto útil para parar los recortes del Partido Popular. Les hacía falta más carga política e ideológica. Y eso no era un problema de banderas o de menciones a los héroes de la resistencia antifranquista. Les hacía falta más propuesta programática, más concreción de lo que IU lanzó como proyecto por un Nuevo País y que se recogía, también, en los 50 puntos para gobernar. El nuevo modelo productivo que queremos para nuestro país tenía muchas propuestas concretas a las que debimos vincular la candidatura. Y no fue porque los candidatos y candidatas no las repitiesen en sus mítines, fue porque no se le dio el peso que merecía en la estrategia discursiva de campaña. Se sabía que un porcentaje del electorado de IU no tenía decidido votar a UP (una parte minoritaria en comparación con la parte de Podemos que también se quedó en casa) pero no se atendió como debiera.
Un nuevo despliegue
Tenemos 71 diputados, un PSOE timorato con la investidura de Mariano Rajoy y una agenda de recortes esperando. Toca ponerse manos a la obra. El cierre de la crisis de régimen que quieren hacer con un gobierno estable tiene que frustrarse con un nuevo despliegue de la movilización social que va a encontrar un eco formidable en un grupo parlamentario de, repito, 71 diputados.
Si algo hemos aprendido, y ha de ocuparnos, es la necesaria conformación de un bloque social y político que sustente un cambio de régimen, que alumbre un nuevo país. Por eso desde IU nos reafirmamos en la necesaria estrategia de unidad popular que tenga su expresión electoral en plataformas unitarias, como Unidos Podemos ha sido el 26J. El resultado electoral no pone en cuestión ni la unidad ni la brújula. Nos emplaza a ser valientes y a no quedarnos en los espacios de confort.
Estas elecciones se presentaban como una oportunidad para frenar la hoja de ruta que el régimen tenía prevista para regenerarse, para recomponerse. Sin embargo, vemos cómo se avecina un cierre de la segunda transición con el mango de la sartén en las manos de los de siempre. Hemos acontecido en los últimos años a una “guerra de movimientos”, impulsada con el 15M y jalonada por múltiples confrontaciones electorales en las que los frentes se han movido mucho. Sin embargo, el resultado electoral del 26J parece inaugurar una nueva fase marcada por la “guerra de posiciones”, en la que los frentes estarán más estables y las confrontaciones electorales quedarán relegadas por una relativa estabilidad institucional. Ahora la labor de las fuerzas rupturistas es más ardua, pero más provechosa si se hace bien. Construir hegemonía desde y por el conflicto social.
Un grupo de 71 diputados en un parlamento fragmentado va a tener mucho que decir y, sin duda, expresa un peso de electoral de la alternativa al bipartidismo hasta ahora nunca visto. Pero hay que ser realistas, el bipartidismo (a pesar de la bajada en votos del PSOE) ha sostenido su declive, frenando la tendencia vertiginosa que arrastraba, y el Partido Popular ha arrancado votos, incluso, de la abstención.