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Las escuelas de la República

Antonio Somoza Barcenilla

Vocal de la Asociación Contra el Silencio y el Olvido y por la Recuperación de la Memoria Histórica de Málaga —
16 de noviembre de 2024 20:09 h

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Es muy difícil de entender que hoy en día, a punto de cumplirse 50 años de democracia en nuestro país, haya representantes políticos que equiparen los ocho años de democracia republicana con los 40 de la dictadura franquista. Podría entenderlo en líderes de la ultraderecha, que aborrecen la democracia y a las clases populares con el mismo odio que los militares africanistas que dieron el golpe de estado contra la España republicana y que no tuvieron problema en comenzar una guerra genocida contra su propio pueblo. Pero me resulta totalmente incomprensible que ese discurso haya calado en políticos que se dicen defensores de la libertad y la democracia.

No puedo entender que líderes del PP afirmen que es necesario olvidar lo ocurrido durante la guerra civil y el franquismo y, menos aún, cuando adoptan una postura equidistante entre lo que defendían los militares golpistas y lo que trataba de conseguir la República. Desde hace unos años han rescatado un término -“concordia”-, que el propio Franco sepultó. Nadie, ni el Papa, pudo invocar la concordia, la misericordia o la clemencia para detener sus matanzas. Los políticos de PP y Vox hacen juegos de “trileros” para lograr lo mismo que consiguió el dictador: mantener escondidos a los responsables de las matanzas y echar tierra y cal viva sobre la memoria de millones de compatriotas asesinados, encarcelados, sometidos, vejados y torturados por tratar de lograr una sociedad más justa. ¿Por qué le llaman concordia cuando en realidad quieren decir impunidad y olvido?

Las asociaciones de memoria y los familiares de los represaliados nos oponemos a ello. Creemos que es necesario recuperar la manera de pensar y la forma de actuar de quienes fueron fieles a legalidad republicana, de quienes incluso soñaron con mundos más justos e igualitarios más allá de la República y poder comparar su pensamiento y su acción con la que pusieron en funcionamiento unos militares que odiaban y despreciaban a su pueblo como sólo un militar colonial es capaz de odiar y despreciar a quienes considera individuos a exterminar. Las declaraciones del capitán Aguilera recogidas en el anterior artículo de la serie son claras, se podría decir que cristalinas si no fuera porque iban manchadas de sangre.

El ámbito de la educación pone en evidencia, como pocos, las profundas diferencias entre unos y otros. Hasta finales del s. XVIII la enseñanza en España había sido patrimonio casi exclusivo de la Iglesia. Los destinatarios fundamentales de la educación habían sido los hijos de las clases pudientes, mientras que los hijos de las clases populares, campesinos en su mayor parte, “los esclavos –si usamos la terminología de Aguilera- sólo la necesitan para que les enseñe a comportarse”.

Nuevos modelos de escuela

A lo largo del s.XIX, las necesidades de la revolución industrial y de la burguesía favorecieron la apertura de escuelas municipales y de que órdenes religiosas ampliaran la oferta educativa a grupos humanos que siempre la habían tenido vedada. En la segunda mitad del s.XIX coincide en Europa la aparición del movimiento obrero –socialistas ya anarquistas- con el desarrollo de nuevos modelos pedagógicos y con las teorías de Darwin sobre la evolución de las especies que ponen en duda todo el sistema educativo anterior. Se pone en cuestión tanto los contenidos, basados en los dogmas cristianos, como los métodos pedagógicos, centrados en la autoridad del docente y en lemas tan poco inspiradores como “la letra con sangre entra”.

En 1876 se crea en Madrid la Institución Libre de Enseñanza (ILE), primer embrión de un nuevo modelo educativo. La ILE comienza su andadura en el ámbito universitario para ampliarse a las enseñanzas secundarias y primarias. Durante los cincuenta años que duró fue un referente para la educación de los hijos de la burguesía liberal. Fue una auténtica revolución en el anquilosado sistema educativo de la Iglesia Católica. Hay abundante bibliografía sobre su sistema educativo, sus principios y su historia, así como de los institutos científicos que se generaron por su impulso. En Internet se puede consultar la página de la fundación Giner de los Ríos.

Tanto en el modelo de ILE como en la Escuela Moderna, los alumnos gozaron de amplia libertad. Desaparecieron los exámenes y los castigos y se potenciaron los ejercicios, juegos y esparcimientos al aire libre

De forma paralela, la clase obrera se dota de sus propios instrumentos para mejorar la formación: ateneos, escuelas populares, etc. En 1901 Francisco Ferrer i Guardia funda en Barcelona la Escuela Moderna, cuyo objetivo esencial era «educar a la clase trabajadora de una manera racionalista, secular y no coercitiva». Su existencia apenas duró seis años, hasta que fue cerrada por orden gubernativa. En ese tiempo sirvió de germen para la formación de un cuerpo de enseñantes que realizaron su trabajo por toda España.

Tanto en el modelo de ILE como en la Escuela Moderna, los alumnos gozaron de amplia libertad. Desaparecieron los exámenes y los castigos y se potenciaron los ejercicios, juegos y esparcimientos al aire libre. Se incorporó la importancia del equilibrio con el entorno natural. Se prestó especial atención a la enseñanza de la higiene y al cuidado de la salud. Los alumnos realizaban excursiones a la naturaleza y visitas a centros de trabajo. Las redacciones y los comentarios de estas vivencias por parte de sus mismos protagonistas se convirtió en uno de los ejes del aprendizaje. Y, en muchos casos, se hizo extensivo a las familias de los alumnos, mediante la organización de conferencias y charlas dominicales.

Las escuelas republicanas

Buena parte de estas prácticas las incorpora la II República a su modelo educativo. Cuando Alfonso XIII abandona España, las autoridades republicanas impulsaron la reforma educativa como eje de todas las reformas que pretendían emprender porque era básico para el progreso del país tener un pueblo formado y preparado. Algo realmente difícil con una población con un índice de analfabetismo del 40% a nivel general pero que en las zonas agrarias del sur se elevaba a niveles escandalosos. El 80% en “distritos judiciales” como Yeste, Priego de Córdoba, Alhama de Granada, Baza, Motril, Alcalá la Real, Orcera, Alora, Coín, Colmenar y Torrox“, según los datos publicados por Eduardo Montagut en febrero de 2021 en Historalia. En estos distritos el porcentaje es prácticamente el 100% entre los campesinos ya que el 20% escolarizado eran alumnos de núcleos urbanos, de familias de comerciantes y funcionarios que no necesitaban de la mano de obra de sus hijos para subsistir.

La República apuesta por una escuela pública, obligatoria, laica, mixta, inspirada en el ideal de la solidaridad humana, donde la actividad era el eje de la metodología. Un esfuerzo descomunal: construcción de escuelas, formación y dignificación del profesorado, implicación de intelectuales con las misiones pedagógicas, reestructuración de planes de estudio, apertura de bibliotecas… Las primeras reformas se acometen antes incluso de que se aprobara la Constitución en diciembre de 1931. Mediante decretos se adoptan medidas como la creación del Consejo de Instrucción Pública, dirigido por Unamuno, que haría caminar las reformas y se proyecta la construcción paulatina de 27.000 escuelas, la mayor parte en zonas rurales. Y mientras se construyen, se adaptan espacios municipales para poder impartir clase.

Además, Marcelino Domingo como ministro de Instrucción Pública y Rodolfo Llopis como director general de Primera Enseñanza elaboraron el que, a juicio de muchos expertos en Didáctica, es el “mejor Plan Profesional para los maestros que ha existido en nuestra historia”. Así lo califican Consuelo Domínguez, de la Universidad de Huelva y Antonio Molero, de la Universidad de Alcalá de Henares, en un reportaje sobre el tema publicado en el diario El País el 17 de abril de 2006.

La formación de los maestros tuvo rango universitario por primera vez en la historia y se organizaron cursos de reciclaje didáctico que sirvieron tanto para los nuevos maestros como para los que venían de época monárquica. No se prescindió del profesorado existente sino que se apostó por mejorar su formación y sus retribuciones. Se incorporaron muchas mujeres a las labores docentes como refleja el documental “Las Maestras de la República”, de Pilar Pérez Solano, o un estudio, de igual título, coordinado por Elena Sánchez de Madariaga.

Para matricularse en las Escuelas Normales, en las que se cursaba la nueva carrera, los aspirantes tenía que haber superado el bachillerato. Los conocimientos que traían del bachiller se completaban en la Universidad con enseñanzas de Pedagogía. Como se trasluce en las dos películas que mejor abordan este tema –“El maestro que prometió el mar” y “La lengua de las mariposas”- los maestros eran los intelectuales de los pueblos, los dinamizadores de la cultura y, en muchos casos, los intermediarios para llevar a su vecinos las Misiones Pedagógicas que pusieron en marcha intelectuales republicanos o las funciones de teatro de compañías como La Barraca que llevaron a las plazas y calles de la España agraria funciones teatrales. Lo nunca visto.

¿Cómo pueden decir los políticos del PP e incluso los de Vox que era igual la dictadura que la República? ¿Piensan acaso, como Aguilera, que los españoles somos esclavos y que nos basta con leer suficiente como para entender órdenes? ¿Creen decente seguir ocultando a las generaciones futuras lo que trató de lograr la República y lo que impuso la dictadura?

Pero la República no sólo apostó por mejorar la formación y las condiciones de vida de los maestros y maestras. También se centró, y mucho, en los niños y niñas -que por primera vez estudiaron juntos en la misma aula- y en sus necesidades tanto educativas como sociales ya que se les educó atendiendo a su capacidad, su actitud y su vocación, no a su situación económica. La educación pública recibió financiación para ello y las familias becas y ayudas para que sus hijos e hijas pudieran continuar con sus estudios.

He nombrado dos películas, la primera basada en unos sucesos reales que ocurrieron en un pueblo burgalés de la comarca de la Bureba y la segunda basada en tres relatos cortos de Manuel Rivas, el reciente ganador del Premio Nacional de las Letras Españolas de 2024. Ambas, aunque una sea basada en la ficción, retratan muy bien los fundamentos de la escuela republicana y los cambios radicales que introdujeron en la formación de la infancia y la adolescencia española. Como relaté en la cuarta crónica de esta serie, “el objetivo de esta apuesta por la educación en la República lo explica perfectamente don Gregorio, el maestro encarnado por Fernando Fernán Gómez en ”La lengua…“: …si conseguimos que una sola generación crezca libre, tan solo una sola generación, ya nadie les podrá arrancar nunca la libertad”.

Ese era el objetivo de la Escuela durante la II República en palabras de uno de sus maestros, ficticio, pero muy real. Por el contrario, para el jefe de prensa de Francisco Franco, Gonzalo de Aguilera, real, muy real aunque cueste creerlo, estas escuelas habían sido diseñadas “para enseñar a los esclavos a rebelarse. A las masas les basta con leer lo suficiente como para entender órdenes”.

¿Cómo pueden decir los políticos del PP e incluso los de Vox que era igual la dictadura que la República? ¿Piensan acaso, como Aguilera, que los españoles somos esclavos y que nos basta con leer suficiente como para entender órdenes? ¿Creen decente seguir ocultando a las generaciones futuras lo que trató de lograr la República y lo que impuso la dictadura? ¿Cómo pueden ser tan miserables los que se reclaman demócratas o los que utilizan la democracia para vivir a cuerpo de Rey? ¿Cómo pueden utilizar argucias como el pin parental para evitar que la escuela defienda valores de igualdad entre las personas y sea difusora de los derechos humanos?

Por si les queda alguna duda, les invito a leer el próximo capítulo en el que haré un recorrido sobre el futuro que les aguardaba a muchos de estos maestros y maestras que trataron de lograr que una generación de españoles creciera libre. Les aseguro que no tuvieron la misma suerte que los maestros que habían sostenido la escuela en tiempos de la Monarquía de Alfonso XIII cuando llegó la República, ni mucho menos.

Es muy difícil de entender que hoy en día, a punto de cumplirse 50 años de democracia en nuestro país, haya representantes políticos que equiparen los ocho años de democracia republicana con los 40 de la dictadura franquista. Podría entenderlo en líderes de la ultraderecha, que aborrecen la democracia y a las clases populares con el mismo odio que los militares africanistas que dieron el golpe de estado contra la España republicana y que no tuvieron problema en comenzar una guerra genocida contra su propio pueblo. Pero me resulta totalmente incomprensible que ese discurso haya calado en políticos que se dicen defensores de la libertad y la democracia.

No puedo entender que líderes del PP afirmen que es necesario olvidar lo ocurrido durante la guerra civil y el franquismo y, menos aún, cuando adoptan una postura equidistante entre lo que defendían los militares golpistas y lo que trataba de conseguir la República. Desde hace unos años han rescatado un término -“concordia”-, que el propio Franco sepultó. Nadie, ni el Papa, pudo invocar la concordia, la misericordia o la clemencia para detener sus matanzas. Los políticos de PP y Vox hacen juegos de “trileros” para lograr lo mismo que consiguió el dictador: mantener escondidos a los responsables de las matanzas y echar tierra y cal viva sobre la memoria de millones de compatriotas asesinados, encarcelados, sometidos, vejados y torturados por tratar de lograr una sociedad más justa. ¿Por qué le llaman concordia cuando en realidad quieren decir impunidad y olvido?