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Gracias, Shangay: por ser, vivir y luchar
Shangay ha sido, es y será siempre un referente. Cuando nadie se atrevía a romper las normas, ella ocupó la televisión pública española, en horario de máxima audiencia durante los duros años de José María Aznar, para ser drag queen, activista homosexual y feminista de izquierdas que nunca cayó en la tentación del gaypitalismo, término acuñado por ella misma.
En un tiempo en el que los tibios, para no asustar y no caer mal a los sectores dominantes, se conformaban con la unión civil, Shangai Lilly gritaba alto y fuerte por el matrimonio igualitario. Sin miedo a dejar de aparecer en la televisión, sin dudas, con determinación y sin ambigüedades. Dejó de salir en televisión, pero no la silenciaron jamás.
La biografía de Shangay Lilly es la de muchos niños homosexuales con pluma y muchas mujeres transexuales. Era de Málaga, pero de Málaga huyó para esconderse entre el anonimato de Madrid y ser quien deseaba ser. Vivió un exilio personal, bastante común entre quienes deciden romper sin ambages con las normas que acorralan la libertad de los diferentes.
Aquel exilio emocional, de abandono, insultos, violencia y soledad, Shangay Lilly lo cambió por solidaridad, rabia, sentido crítico y compromiso para reivindicar como positivo todo lo que durante años había sido un estigma merecedor del desprecio más absoluto que esta sociedad ha regalado a quienes no se adaptaban a su norma patriarcal y heterosexual.
Pero no solamente fue valiente y comprometida con la causa de los homosexuales y transexuales, además y sobre todo, Shangay Lilly fue una diva de todas las causas con sed de justicia. Si había una huelga general, allí estaba ella, con los trabajadores, reivindicando la unión de la lucha LGTB y el movimiento obrero.
Si había una causa cultural, allí estaba ella, uniendo a homosexuales y transexuales al mundo cultural. Si había una pelea que dar por los derechos de las mujeres, allí estaba ella, siendo maricón, drag-queen, artivista y feminista. Si había que defender los servicios públicos, allí estaba ella, con su bandera LGTB abrazando hospitales, colegios o residencias de personas mayores.
Si los mineros peleaban por sus puestos de trabajo, ella, con su provocativo tocado o vestido de Enrique Hinojosa, no lo dudaba: también era minera. Si los colectivos antidesahucios la llamaban para pedirle su apoyo, tampoco dudaba en usar su bandera arcoiris como techo.
Su bandera arcoirisis abrazó todas las causas, porque todas las causas eran su compromiso y si había que elegir entre un gay explotador y un heterosexual explotado por un homosexual, ella no dudaba: se situaba al lado del heterosexual maltratado por una persona homosexual abducida por la lógica capitalista que se nutre del sufrimiento de los débiles.
En estos tiempos de olvido, de insolidaridades y donde el colectivo LGTB ha renunciado a su historia para ser “personas”, Shangay Lilly es una referencia de dignidad y ejemplo vital de que la lucha por la igualdad LGTB no se puede construir sobre el maltrato a otros colectivos desfavorecidos y sobre la renuncia a lo que somos.
No habrá igualdad de homosexuales y transexuales si renunciamos a las palabras que nos han marcado y señalado para tomar como propias las de los sectores que nos han maltratado. Ni defendiendo la compra y venta de los úteros de las mujeres para satisfacer nuestros deseos de ser padres. Ni maltratando a las personas trabajadoras para aumentar nuestros ingresos. Ni confundiendo cultura de liberación con ser bufones de la corte gaypitalista que no quiere nuestros derechos, sino nuestro dinero. No seremos iguales si olvidamos de dónde venimos y quiénes fueron nuestros verdugos.
Shangay nunca intentó agradar a los sectores interesados en el dinero de las lesbianas, gays, bisexuales y transexuales. Tampoco fue condesciende con los colectivos y activistas que han entregado años de lucha LGTB a la institucionalidad silente y al poder de las empresas que han encontrado en el mercado rosa el camino para que homosexuales y transexuales olvidemos de dónde venimos y que nuestra lucha no nació por la igualdad, sino por la liberalización.
Shangay Lilly marcha pronto, pero deja un estilo mordaz, irreverente, ideológicamente solvente e íntegro para que nunca olvidemos que la lucha LGTB no es una parcela ciega e incomunicada con el mundo en el que vive. Su vida ha sido vivida, ha merecido la pena. No dejó nunca de luchar por su libertad y por la de todas las personas que sufren en carne propia la crueldad de este sistema económico que trata de convencer a los homosexuales y transexuales que, una vez conseguido el derecho al matrimonio, nuestro lugar en el mundo es al lado de quienes históricamente nos han negado el agua, la sal, el derecho a ser y hasta la propia vida.
Gracias eternas por ser, vivir y luchar, Shangay.
Shangay ha sido, es y será siempre un referente. Cuando nadie se atrevía a romper las normas, ella ocupó la televisión pública española, en horario de máxima audiencia durante los duros años de José María Aznar, para ser drag queen, activista homosexual y feminista de izquierdas que nunca cayó en la tentación del gaypitalismo, término acuñado por ella misma.
En un tiempo en el que los tibios, para no asustar y no caer mal a los sectores dominantes, se conformaban con la unión civil, Shangai Lilly gritaba alto y fuerte por el matrimonio igualitario. Sin miedo a dejar de aparecer en la televisión, sin dudas, con determinación y sin ambigüedades. Dejó de salir en televisión, pero no la silenciaron jamás.