Andalucía Opinión y blogs

Sobre este blog

La portada de mañana
Acceder
Feijóo y Ayuso, aliados contra el fiscal general
EXCLUSIVA | 88 millones de RTVE para el cine español
OPINIÓN | 'Lo diga el porquero o el rey', por Elisa Beni

Julio Anguita y la Mezquita

Miguel Santiago Losada

Portavoz de la Plataforma “Mezquita-Catedral, Patrimonio de todos/as” —

0

Una buena definición para el mejor alcalde que ha tenido Córdoba en la época contemporánea sería el de un gobernante al servicio de su pueblo y de lo público. En los últimos años Julio Anguita pidió incansablemente que se cumpliera la Declaración Universal de los Derechos Humanos así como la Carta Magna de nuestro país para poner fin, por ejemplo, al desmantelamiento de los pilares de nuestra sociedad: la educación y la sanidad.

A Julio también le importaba, y mucho, la historia de su tierra, de su pueblo; no en vano fue profesor en la materia. Desde un principio apostó por el reconocimiento del patrimonio de su ciudad, encabezado por la Mezquita de Córdoba, pidiendo formalmente a la UNESCO en 1982, en su condición de alcalde, la declaración del monumento como Patrimonio de la Humanidad. Dos años más tarde recibiría la contestación afirmativa. La prensa local, nacional e internacional se hacía eco de este gran acontecimiento para la ciudad de Córdoba. Julio se unía a través de la historia con otro gran defensor del monumento, el corregidor Luis de la Cerda, que encabezó las protestas del pueblo de Córdoba en el siglo XVI para la protección de la Mezquita.

Por aquellos años también tuvo algunos encontronazos con el obispo de Córdoba, José Antonio Infantes, a raíz de ciertos acontecimientos ligados con el monumento y con actos relacionados con la interreligiosidad y la interculturalidad. El primero tuvo lugar con motivo del I Encuentro de Amistad Hispano-Musulmán, celebrado a comienzos de 1982, en el que cien representantes de países islámicos aprovecharon la visita a la Mezquita-Catedral para orar ante el mihrab, lo que fue considerado por el obispo como “un atropello”. La organización del encuentro, como respuesta, recordaba que “no era la primera vez que los musulmanes habían orado ante el mihrab de la Mezquita de Córdoba”. Con anterioridad lo habían hecho bajo el episcopado de José María Cirarda Lachiondo, en 1974 y 1977.

El segundo desencuentro vino motivado por la pretensión del alcalde de entregar el abandonado y ruinoso convento de Santa Clara, antigua mezquita, a la comunidad musulmana de Córdoba, lo que no vio con buenos ojos el obispo. Anguita tuvo que recordarle en qué lugar estaba cada uno con una hoy célebre frase: “usted no es mi obispo, pero yo sí soy su alcalde”. En otras palabras, quien gobierna la ciudad en democracia es el alcalde y no la autoridad religiosa o cualquier otra.

Con motivo de los fastos programados para celebrar el XII Centenario de la Mezquita, el 29 de septiembre de 1984, la Casa Real aceptó la presidencia de dicha celebración. Julio Anguita quiso aprovechar la visita para la inauguración del nuevo Ayuntamiento, aledaño al Templo romano. Sin embargo, la Casa Real anunció que el rey vendría a Córdoba a inaugurar los actos de la Mezquita, pero no asistiría a la inauguración del Ayuntamiento. Ante este comunicado el alcalde manifestó que no estaría presente en los actos del XII Centenario del templo: “Esta alcaldía sabrá estar a la altura de la dignidad de la ciudad, pase lo que pase con quien sea. Somos representantes de los intereses políticos de la ciudad; los cordobeses no nos legaron con su voto sus creencias religiosas”. A los pocos días un mensaje de la Casa Real anunciaba sine die el aplazamiento de la visita de los reyes a Córdoba. Así era Julio, un alcalde entregado a su pueblo, no a obispos ni reyes.

En los últimos años, un Julio ciudadano responsable y cordobés comprometido con su patrimonio participó en varias acciones encaminadas a denunciar la manipulación histórica de la Mezquita por parte del Cabildo y el Obispado y junto con otros ex alcaldes escribieron: “Queremos expresar nuestra profunda preocupación por la situación de la Mezquita de Córdoba, principal seña de identidad cultural de la ciudad y Patrimonio Mundial por la Unesco, cuya integridad sigue siendo injustamente lesionada con total impunidad por sus actuales administradores, que falsean intencionadamente su historia hasta el punto de eliminar su propio nombre que le da proyección universal”.

Asimismo lo hizo denunciando las inmatriculaciones realizadas por la jerarquía católica: “Expresamos nuestra profunda preocupación por la inscripción a nombre de la Iglesia Católica de la Mezquita-Catedral, Patrimonio Mundial por la Unesco y bien de incalculable valor histórico y emocional para Córdoba”. Haciéndolo extensible al resto del patrimonio:Solicitamos que se difundan la totalidad de los bienes inscritos”, responsabilizando a las Administraciones Públicas de dichas arbitrariedades.

Ojalá, Julio, desde la otra orilla del río de la vida, nos ayude a cambiar el rumbo de la historia empezando por la ciudad en la que vivió y murió y por la que se lamentaba de esta forma: “Córdoba es una ciudad que no ha valorado nunca lo que tiene y nunca lo ha amado”.

Una buena definición para el mejor alcalde que ha tenido Córdoba en la época contemporánea sería el de un gobernante al servicio de su pueblo y de lo público. En los últimos años Julio Anguita pidió incansablemente que se cumpliera la Declaración Universal de los Derechos Humanos así como la Carta Magna de nuestro país para poner fin, por ejemplo, al desmantelamiento de los pilares de nuestra sociedad: la educación y la sanidad.

A Julio también le importaba, y mucho, la historia de su tierra, de su pueblo; no en vano fue profesor en la materia. Desde un principio apostó por el reconocimiento del patrimonio de su ciudad, encabezado por la Mezquita de Córdoba, pidiendo formalmente a la UNESCO en 1982, en su condición de alcalde, la declaración del monumento como Patrimonio de la Humanidad. Dos años más tarde recibiría la contestación afirmativa. La prensa local, nacional e internacional se hacía eco de este gran acontecimiento para la ciudad de Córdoba. Julio se unía a través de la historia con otro gran defensor del monumento, el corregidor Luis de la Cerda, que encabezó las protestas del pueblo de Córdoba en el siglo XVI para la protección de la Mezquita.