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Ley del Flamenco: “un quejío” al postureo legislativo

Rafael Alfonso Recio Fernández

Parlamentario andaluz del PSOE y ponente de la ley del Flamenco —
12 de abril de 2023 19:59 h

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Aunque con muchas civilizaciones de por medio, filosofía y teoría del derecho mucho más desarrollada, puede resultar muy ilustrativa la leyenda del mundo antiguo según la cual un Rey de Babilonia recibió el encargo de un Dios de Mesopotamia de dictar una ley. El Dios solo le dio un consejo al mandatario: “Sé justo, habla poco, habla claro, habla cierto, habla bien y habla bello”.

Habla bello. Nadie duda de que en este texto legislativo se respira belleza, independientemente del uso más o menos correcto de los signos de puntuación, el uso más o menos abusivo de las frases subordinadas o cierta terminología técnico/administrativa. Es por sí misma una bella ley, porque el flamenco es una profunda manifestación cultural de nuestra tierra.

Habla claro y habla bien. La Ley Andaluza del Flamenco no ha querido hablar del artista. El objeto a satisfacer con esta ley no ha sido el artista profesional del flamenco y tampoco la industria cultural y creativa del flamenco. Era una oportunidad para consolidar y dignificar las condiciones profesionales de los y las artistas del flamenco y de todos los sectores de actividad relacionados con el mismo. La ley, igualmente, debería haber respaldado la importante función económica y empresarial del flamenco, la capacidad de generar empleo, de ser una verdadera industria cultural que requiere, por tanto, de apoyo y consolidación. Ni en la exposición de motivos, ni en la finalidad de la ley, ni las acciones de ordenación y fomento que contempla el texto legislativo, ni en los contenidos mínimos del plan estratégico del flamenco se puede leer nada que pretenda mejores condiciones académicas, laborales y empresariales para los artistas o la industria cultural del flamenco.

Igualmente, la Ley no habla ni bien, ni claro de las Peñas Flamencas. Habla poco, muy poco. Lejos quedan las intenciones del Partido Popular en 2016 con su Proposición No de Ley relativa al fomento del flamenco y de las peñas flamencas de Andalucía. En esa tarea de ser oposición, el Partido Popular hablaba bello (“las peñas flamencas de Andalucía son la base, son la escuela, son las guardianas del fuego sagrado de nuestro arte, son la cantera”), hablaba claro (“la Consejería de Cultura debe valorar en su justa medida el trabajo de las peñas y apostar decididamente por ellas”) e, incluso, hablaba preciso (“la periodicidad anual en la convocatoria y resolución de las ayudas a las peñas flamencas, tanto para sus gastos de funcionamiento como para sus actividades”). En la Ley Andaluza del Flamenco, aprobada este miércoles, solo queda claro y cierto que las peñas deben cumplir la ley de espectáculos públicos. 

Me siento profundamente honrado de haber participado en este bello debate para aprobar una ley del flamenco, y desde hoy si cabe más comprometido por ser la voz de muchos flamencos en el Parlamento

Habla cierto. Esta ley genera escasa certeza con su aprobación. Toda la certeza dependerá de un Plan Estratégico que deberá aprobarse en los próximos 18 meses. A partir de ese momento, conoceremos algo tan importante como el compromiso económico, aunque la primera cuestión que debería haberse conocido es una estimación aproximada del aumento de gasto que el proyecto de ley implica. Ni siquiera el Plan Estratégico incluirá, conforme a la transversalidad de los contenidos, el nivel de responsabilidad y presupuesto de las distintas consejerías.

“Sé justo, habla poco, habla claro, habla cierto, habla bien y habla bello”, una metáfora jurídica difícil de encontrar en la ley que este miércoles se aprobó. Hoy todos celebramos la aprobación, pero para ser justos también deberíamos reconocer que podríamos haber ido mucho más lejos. Me siento profundamente honrado de haber participado en este bello debate para aprobar una ley del flamenco, y desde hoy si cabe más comprometido por ser la voz de muchos flamencos en el Parlamento. Como dijo el gran Paco de Lucía, “el flamenco es un grito de rebeldía”, y en esta ley ya aprobada quedan muchas batallas por librar para que trascienda al postureo.

Aunque con muchas civilizaciones de por medio, filosofía y teoría del derecho mucho más desarrollada, puede resultar muy ilustrativa la leyenda del mundo antiguo según la cual un Rey de Babilonia recibió el encargo de un Dios de Mesopotamia de dictar una ley. El Dios solo le dio un consejo al mandatario: “Sé justo, habla poco, habla claro, habla cierto, habla bien y habla bello”.

Habla bello. Nadie duda de que en este texto legislativo se respira belleza, independientemente del uso más o menos correcto de los signos de puntuación, el uso más o menos abusivo de las frases subordinadas o cierta terminología técnico/administrativa. Es por sí misma una bella ley, porque el flamenco es una profunda manifestación cultural de nuestra tierra.