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No son los pluses... es el machismo, estúpido
Acabamos de celebrar el Día Europeo por la Igualdad Salarial y los informes en torno a esta fecha nos dicen cosas como que una mujer ha de trabajar casi 3 meses más al año que un hombre para percibir su mismo salario. Ni más ni menos.
Unos datos que deberían avergonzarnos, aunque pasen casi desapercibidos en el día a día, cuando nadie parece reparar en estos detalles que dificultan la vida de muchas mujeres.
Esta es la verdad. Los sectores y categorías profesionales peor pagadas y más precarias están plagados de mujeres. Quienes entienden de esto lo llaman segregación ocupacional.
Los contratos a tiempo parcial recaen mayoritariamente en nosotras (el 75 %).
Las intermitencias en la vida profesional las asumen ellas, saliendo y entrando del mercado laboral para conciliar. También eso lo desvelan los datos.
Cuando las empresas deciden premiar el trabajo suelen hacerlo por medio de pluses vinculados, por ejemplo, al esfuerzo físico o a una mayor antigüedad, valores estos que suelen reunir nuestros compañeros varones. Las nóminas dan fe de ello.
Todo esto sumado, nos dificulta sobremanera promocionar y conquistar el imposible techo de cristal. Y para rematar el asunto, llegamos al final de nuestra vida laboral y de nuestro ciclo vital con unas pensiones paupérrimas, más aún que las de nuestros compañeros.
La política podría cambiar algo, podría introducir elementos normativos que corrigiesen en alguna medida este panorama. Pero las últimas medidas que los “representantes del pueblo” tomaron, imponer la reforma laboral y recortar servicios públicos, han agravado aún más la situación de la empleabilidad femenina, como era previsible.
Denunciar la brecha salarial debería ser algo más que elaborar informes. Es reconocer que existe una irregular redistribución de la riqueza, más allá de clases sociales, más allá de ricos y pobres. Hay un desigual reparto dependiendo de si eres hombre o mujer. Y eso parece que cuesta más verlo.
Hace mucho que tenemos el diagnóstico elaborado y hemos identificado dónde y cómo se producen las discriminaciones. Año tras año se actualizan los datos y todo sigue igual o peor.
No hace falta ser muy lumbreras para atisbar que el problema sigue siendo el mismo y su raíz está en quienes hacen el reparto. Son ellos. Ellos, los varones, quienes reparten la riqueza del planeta y también, a menor escala, quienes mayoritariamente se sientan a negociar y a distribuir la masa salarial en las empresas.
Los grandes agentes sociales del país, sindicatos y empresas, están dirigidos por hombres. Y no dista mucho esta situación de la política nacional, donde si algo sobra es testosterona. Desde el Jefe del Estado hasta el Presidente del Gobierno en funciones, pasando por el presidente del Congreso de los Diputados, por Pedro, por Pablo, por Albert y por Alberto...
Que en este país no haya una sola mujer en la primera línea de la política nacional es para hacérselo mirar. Algo ocurre para que las cosas sean como son: la raíces de esa clamorosa ausencia femenina en los ámbitos donde realmente se toman las decisiones son las mismas que la de la insoportable brecha salarial entre mujeres y hombres.
Y no, no son los pluses, ni es la segregación ocupacional, es simplemente el machismo. Sí, ya sé que suena mal, pero a las mujeres nos sienta aún peor.
Acabamos de celebrar el Día Europeo por la Igualdad Salarial y los informes en torno a esta fecha nos dicen cosas como que una mujer ha de trabajar casi 3 meses más al año que un hombre para percibir su mismo salario. Ni más ni menos.
Unos datos que deberían avergonzarnos, aunque pasen casi desapercibidos en el día a día, cuando nadie parece reparar en estos detalles que dificultan la vida de muchas mujeres.