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El PP y la banalización de la memoria

Javier Giráldez

Coautor del ensayo 'Lugares de Memoria. Una mirada desde Andalucía' —
9 de abril de 2024 06:01 h

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Hace doce años y pocos días que el Consejo de Gobierno de la Junta de Andalucía aprobó la declaración oficial como Lugar de Memoria de Andalucía del monumento a las víctimas del nazismo construido en el Parque de las Almadrabillas de Almería. En aquel tiempo tuve la suerte de formar parte del equipo que dirigía Juan Gallo como Comisario de la Memoria Histórica que trabajó en la elaboración del informe que dio paso a aquella declaración. Las vicisitudes sobre los impulsores del espacio memorial me las había contado mi amigo Chema Camarero, un referente del sindicalismo y el memorialismo andaluz. Lo visité por primera vez con mi añorado Fernando Soto en marzo de 2009 y me causó un impacto que nunca voy a olvidar. Con estos antecedentes, permítanme el ejercicio de vanidad, no me fue difícil redactar aquel informe y encontrar toda la documentación necesaria para que el Consejo de Gobierno tuviera elementos de rigor para su deliberación y posterior aprobación.

Se trata de un monumento conmemorativo diseñado por la escultora almeriense Mariángeles Lázaro Guil e inaugurado en el año 1999. Está situado muy cerca del mar, junto al antiguo carguero de mineral, en una zona muy transitada de la ciudad. Se compone de una escultura que representa la tristemente conocida como escalera de la muerte, en la cual los presos del campo de exterminio de Mathausen eran obligados a cargar y subir enormes bloques de piedra desde una cantera de granito una y otra vez. El elemento escultórico está acompañado de un bosque alegórico de 142 columnas cada una de las cuales representa a los almerienses asesinados entre los años 1940 y 1945, cuando el campo es liberado por el ejército aliado.

El memorial almeriense nos conecta con la Shoah, pero también subraya la colaboración estrecha entre el franquismo y el nazismo y destaca cómo la Guerra Civil española anticiparía los fanatismos posteriores

La idea de construir ese monumento partió de un superviviente del nazismo, Antonio Muñoz Zamora, un antifascista convencido que salió de Mauthausen con menos de treinta kilos de peso y el dolor permanente de ver a tantos compañeros y compañeras morir a su lado. Luchador incansable, peleó en sus últimos años de vida como delegado de la Amical de Mauthausen para que Almería construyera un monumento a la Tolerancia, bajo la idea de recordar la memoria de los que padecieron a las nuevas generaciones.

Por cierto, en distintas ocasiones he señalado que, salvando las diferencias, existen paralelismos entre el memorial de Almería y el Monumento al Holocausto en Berlín. Quizás, el memorial almeriense nos conecta con la Shoah, pero también subraya la colaboración estrecha entre el franquismo y el nazismo y destaca cómo la Guerra Civil española anticiparía los fanatismos posteriores. De hecho, el reconocimiento por parte de la administración autonómica como lugar de memoria implicaba también recordar el sufrimiento miles republicanos españoles que, tras el golpe militar de julio de 1936 y la victoria franquista, continuaron combatiendo al fascismo en Europa durante la II Guerra Mundial.

No podía imaginar es que un Ayuntamiento democrático gobernado por el Partido Popular decidiera situar unas carpas pirotécnicas para no sé qué espectáculo fallero junto a este bosque de columnas donde descansa la memoria de 142 víctimas de la infamia

Así pues, este lugar de memoria es de los tantos que existen es España en recuerdo de las víctimas de la barbarie nazi pero, en mi opinión, el más significativo. Se trata de un espacio que invita a la reflexión, al duelo, a la introspección, a mirar dentro de uno mismo para intentar desentrañar hasta dónde puede llegar el ser humano en relación a su capacidad de autodestrucción y que nos advierte que hay que estar alerta frente a los totalitarismos, los cuales fundamentan siempre su poder en una violencia planificada y sistemática. Se trata de un lugar de encuentro no solo para los colectivos memorialistas (la marcha de la Desbandá termina cada año su recorrido en ese punto, por ejemplo) sino para la sociedad civil de la ciudad que reconoce ese espacio por sus valores de respeto y tolerancia.

Tristemente este lugar ha sido vandalizado en varias ocasiones, se ha utilizado para botellones, como pista de parkour e, incluso, ha habido intentos de trasladarlo a otras áreas de la ciudad con fines urbanísticos claramente especulativos. De todos estos ataques este lugar de Memoria ha salido siempre indemne, quizás porque el peso ético de cada una de esas columnas es capaz de aglutinar a una gran parte de la sociedad que cada vez que se produce una agresión dice basta y recurriendo a la historia y a la memoria nos salva de la decrepitud y el olvido cruel. Pero lo que no podía imaginar es que un Ayuntamiento democrático gobernado por el Partido Popular decidiera situar unas carpas pirotécnicas para no sé qué espectáculo fallero junto a este bosque de columnas donde descansa la memoria de 142 víctimas de la infamia. Es la banalización del dolor, un ninguneo frívolo inimaginable en sociedades comprometidas y conscientes de su  pasado traumático.

O la derecha política y mediática española no ha aprendido aún a diferenciar entre las víctimas y los victimarios, o desconocemos nuestra historia absolutamente o, lo más grave, hay una intención clara de borrar la memoria de las víctimas sobre la que sustenta nuestra democracia. O, quizás, sean las tres cosas.

Hace doce años y pocos días que el Consejo de Gobierno de la Junta de Andalucía aprobó la declaración oficial como Lugar de Memoria de Andalucía del monumento a las víctimas del nazismo construido en el Parque de las Almadrabillas de Almería. En aquel tiempo tuve la suerte de formar parte del equipo que dirigía Juan Gallo como Comisario de la Memoria Histórica que trabajó en la elaboración del informe que dio paso a aquella declaración. Las vicisitudes sobre los impulsores del espacio memorial me las había contado mi amigo Chema Camarero, un referente del sindicalismo y el memorialismo andaluz. Lo visité por primera vez con mi añorado Fernando Soto en marzo de 2009 y me causó un impacto que nunca voy a olvidar. Con estos antecedentes, permítanme el ejercicio de vanidad, no me fue difícil redactar aquel informe y encontrar toda la documentación necesaria para que el Consejo de Gobierno tuviera elementos de rigor para su deliberación y posterior aprobación.

Se trata de un monumento conmemorativo diseñado por la escultora almeriense Mariángeles Lázaro Guil e inaugurado en el año 1999. Está situado muy cerca del mar, junto al antiguo carguero de mineral, en una zona muy transitada de la ciudad. Se compone de una escultura que representa la tristemente conocida como escalera de la muerte, en la cual los presos del campo de exterminio de Mathausen eran obligados a cargar y subir enormes bloques de piedra desde una cantera de granito una y otra vez. El elemento escultórico está acompañado de un bosque alegórico de 142 columnas cada una de las cuales representa a los almerienses asesinados entre los años 1940 y 1945, cuando el campo es liberado por el ejército aliado.