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Vidas estacionadas
Como sucede tras cada puente festivo o periodo vacacional, tras este puente del Pilar, nos hemos encontrado con los brillantes datos del sector turístico (en torno al 90% de ocupación) a los que siguen las exultantes valoraciones de Administración y empresarios del sector. La voz de los trabajadores, sin embargo, rara vez la oímos. Las quejas de los sindicatos sobre la situación de estos trabajadores, apenas ocupan un insignificante espacio en términos de opinión pública.
Sin duda, es motivo de celebración que la tierra a la que uno pertenece o se siente vinculada, en la que ha emprendido, en la que presta servicios, o a la que dedica su trabajo y sus esfuerzos políticos, sea tan atractiva como para acoger millones de visitas y todo lo que ello conlleva.
Que Andalucía es un referente turístico a nivel mundial es algo incuestionable. Basta con pasear las calles de sus ciudades, cualquier día y a cualquier hora. Personas que llevan las distintas procedencias en sus rasgos y su lengua. Orientales, latinoamericanos, centroeuropeos... todos vienen a disfrutar de una experiencia única que engloba desde lo cultural o gastronómico hasta lo climatológico. Todo suma.
Sin embargo, hay un reto que no terminamos de alcanzar y que, desde hace años, se suele identificar con dos conceptos, repetidos cual mantras milagrosos: “la desestacionalización del sector turístico” y la “diversificación de la oferta”. Sin duda que estos objetivos, que en definitiva suponen aprovechar durante todo el año (y no sólo durante los largos o cortos periodos vacacionales), las enormes potencialidades de nuestra tierra para atraer turistas, merecen todo el esfuerzo. Muchos se están haciendo, y no sólo económicos, por parte de las instituciones públicas comprometidas con el sector. Y, con más lentitud de la deseada, se van viendo los frutos acreditados con cifras: visitas, pernoctaciones, niveles de ocupación, etc... Pero hay otras cifras que, pese a su importancia, apenas alcanzan notoriedad, y que reflejan la enorme precariedad de los empleados en este sector.
Realidad sonrojante
Al hablar de precariedad no sólo nos referimos a la inestabilidad en el empleo, sino también a una realidad aún más cruda. Y es que muchos trabajadores de este pujante sector viven por debajo de los umbrales de pobreza y no pueden sacar a sus familias adelante. Esta es la verdad, trabajan muchas horas en cortos periodos de tiempo, cotizan muy por debajo de lo que efectivamente trabajan (con los efectos que eso tiene para su futuro y para los ingresos actuales de la Seguridad Social) y, durante muchos meses al año, se encuentran en el paro. Sólo una parte de ellos, los que han tenido la suerte de al menos trabajar seis meses, tienen derecho a prestación por desempleo.
Estamos ante una realidad sonrojante. Los empresarios del sector, que sacan pecho ante los medios cuando se conocen los datos de ocupación, no parecen tener otra respuesta que “la actividad es la que es, y da para lo que da” cuando se trata de abordar las condiciones de sus trabajadores.
No es cierto. Y no tiene ninguna lógica económica que la actividad más importante de la economía andaluza y española (en torno a un 13% del PIB), tenga que soportarse sobre unas pésimas condiciones laborales. Es incompatible que un servicio de excelencia, como el que se aspira a ofrecer en el sector turístico, lo presten empleados sometidos a estas penosas condiciones y que, en buena parte, con la llegada del otoño, se ven obligados a dejar sus vidas estacionadas.
Encadenados, con suerte, a un contrato fijo discontinuo, como si la necesidad de sobrevivir día a día, pudiese pararse en el tiempo, como si la necesidad de comer o las letras del banco pudiesen hibernar... En muchos de los casos, ni siquiera eso. La temporalidad en forma de relación laboral, es la única respuesta a aquello que el empresariado llama “necesidades puntuales” o “picos de afluencia” y se traducen en una absoluta “flexibilidad horaria”, soportada principalmente por la parte débil, el trabajador: vente mañana, quédate una hora más, ya puedes irte hoy... Esa es la realidad de las personas que acogen a los turistas, que prestan los servicios y que son la cara de nuestra tierra. Esa es su propia experiencia, la inestabilidad, mal llamada “flexibilidad” y agravada por una cruel reforma laboral. La precariedad como forma de vida.
Los políticos no pueden verse deslumbrados ante los datos de un sector que, es verdad, genera riqueza y empleo. Pero no es menos cierto que la riqueza ha de ser razonablemente distribuida, y el empleo, necesariamente digno. Este es el reto de aquellos en quienes depositamos nuestra confianza en las urnas.
Como sucede tras cada puente festivo o periodo vacacional, tras este puente del Pilar, nos hemos encontrado con los brillantes datos del sector turístico (en torno al 90% de ocupación) a los que siguen las exultantes valoraciones de Administración y empresarios del sector. La voz de los trabajadores, sin embargo, rara vez la oímos. Las quejas de los sindicatos sobre la situación de estos trabajadores, apenas ocupan un insignificante espacio en términos de opinión pública.
Sin duda, es motivo de celebración que la tierra a la que uno pertenece o se siente vinculada, en la que ha emprendido, en la que presta servicios, o a la que dedica su trabajo y sus esfuerzos políticos, sea tan atractiva como para acoger millones de visitas y todo lo que ello conlleva.