Un espía en casa: peligros y oportunidades de una sociedad “tecnofílica”

Tiene usted un espía en casa. Y no sólo eso. Además ha pagado por él y ahora se afana en su protección y mantenimiento. Es lo que tiene pertenecer a la era del Big Data. El peligro de un tuit o un like. La sociedad de datos aporta un vertiginoso flujo de información –unas veces compartida de manera más consciente que otras– y los vehículos son el móvil, Google o las redes sociales. Útiles unos, banales otros, los datos están ahí y navegan a disposición de compañías y gobiernos. Como dijo el fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, es el fin de la privacidad.

Las nuevas tecnologías de la comunicación hacían obsoleta la idea de que los ciudadanos necesitaban o podían desear espacios de intimidad. Mire su red social de referencia si tiene alguna duda. Pero las filtraciones de WikiLeaks o las revelaciones de Edward Snowden sobre el espionaje sistemático de las comunicaciones globales por parte de los estados, con la complicidad de empresas privadas, han cambiado los términos del debate. El escenario muta y ante “la mayor máquina de vigilancia que ha creado la humanidad”, la privacidad emerge como derecho irrenunciable y, al tiempo, como apuesta comercial potencialmente rentable.

Son desafíos que analiza la nueva edición de los Talleres WE!, un encuentro organizado por el Centro de Estudios Andaluces en colaboración con Zemos 98 bajo la denominación Peligros y oportunidades en la sociedad de datos. Retos para el encaje de esta profusión de datos o el desarrollo de soluciones tecnológicas, políticas y legales de protección ciudadana. Aunque también para el papel de las administraciones públicas, explican la profesora de Seguridad, Tecnología y Sociedad en la Universidad de Barcelona, Gemma Galdón, y el investigador y periodista José Luis de Vicente, ambos colaboradores de diarioturing de eldiario.es.

Tecnología para “saciar nuestra sed de datos”

Ya no es una promesa o una tendencia: el Big Data está aquí. Y la interpretación de todos estos apuntes mediante la tecnología ha provocado un radical cambio social, subrayan. ¿Qué dudas genera la sociedad de datos? Relativas a vigilancia, privacidad e intimidad, de manera principal. ¿Y qué oportunidades trae? Capacidad de potenciar y compartir conocimiento, participación y transparencia.

“De todos esos procesos somos parte activa y protagonista”. Cuenta De Vicente que la imagen usual “de los Data Center son habitaciones generando un montón de bits con luces que se apagan y se encienden, pero en realidad eso es sólo una parte pequeñita de la historia”. Hay mucho más, tanto como “una infraestructura industrial masiva que hemos tenido que desarrollar, que usa cerca del 2% del consumo eléctrico global a día de hoy y que necesitamos para saciar nuestra sed de datos”. Ahí, un cuarto vacío serían las fotos y documentos del año próximo, o el siguiente. Todo aquello que se irá generando, “porque un Data Center es un proceso inacabado, un monstruo por concluir”.

Esta sociedad de datos ha tejido una telaraña tecnológica que envuelve el mundo. Una infraestructura que crece en los grandes canales financieros y comerciales y puede fabricar “implicaciones no deseadas en mucha gente”. Subir una foto, compartir un estado, un teléfono encendido que emite un rastro de posición que el operador traduce… información para cualquier “parásito” virtual. “En internet cuando no pagas como cliente lo haces como producto” y en la actualidad “la gran mayoría de datos que se generan en el mundo los producimos todos y cada uno de nosotros con nuestra actividad cotidiana”, señala.

La “obsesión” de una sociedad “tecnofílica”

¿Qué buscan empresas y estados en nuestra 'vida' artificial? Información. Y la información es poder. “Tenemos dos procesos contrarios que están conviviendo, sobre todo después de Snowden: uno más tecnofílico y otro de crítica, cuestionamiento o fobia directamente a la tecnología”, observa Gemma Galdón. ¿Diagnóstico? “El nivel de gasto es desorbitado, tenemos una tendencia irracional a consumir”. Es decir, “somos una sociedad tecnofílica”. Quizás nuestros hijos ya no perciban igual el baño cibernético, no tengan esa “obsesión”, defiende, pero ahora “tenemos dificultades para ser críticos cuando nos plantean una solución tecnológica”.

“A partir de este fetichismo –desarrolla Galdón– hemos creído esa idea problemática de que si no tenemos nada que esconder no hay nada que temer”. ¿Por qué voy a desconfiar de la tecnología si no soy un terrorista?, se pregunta. Una visión reduccionista de la privacidad que, cada vez, demuestra más “que no es así”. Otro ingrediente es el económico: ganar mucho dinero con poco esfuerzo. “Vemos muchas empresas fantaseando con una capacidad de control del cliente brutal”. El arte de manipular a las masas mediante el deseo. El deseo de convertirse en la compañía “perfecta”.

“Cuando interactuamos en Facebook creemos que es una red social. Y no. Es una empresa de publicidad que tiene forma de red social porque es la forma que tiene de conseguir nuestros datos. Si llamara a nuestra puerta y dijera cuéntame todo lo que haces, que tengo un negocio aquí y me dan dinero si me lo cuentas… pues no lo haríamos”. Así seducen, apunta Gemma Galdón, “trafican” con datos personales e “ignoran derechos”. “Estamos sentados en una inmensa explosión de datos” que es, según José Luis de Vicente, “una mina que cada vez explota más gente” y ofrece “conocimientos sobre qué queremos o deseamos”.