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La historia de uno de los primeros fallecidos por el amianto de Renfe

Por ser el mejor, Francisco Miguel González Martín entró al trabajo que lo había de matar. Tenía entonces 17 años, le llamaron Paquillo y había salido de la escuela de aprendices siendo el número uno de la promoción de soldadores chapistas de 1966. Sólo dejaría su trabajo en el taller de Renfe en Los Prados (Málaga) casi 40 años después, cuando el amianto que había respirado durante seis años encharcó sus pulmones.

“Un día cualquiera empiezas a asfixiarte y te dicen que te quedan tres meses de vida, un año si sigues el tratamiento”, cuenta ahora su hija Anabel, diez años después de que su padre falleciera y siete después de obtener, en 2009, una de las primeras sentencias firmes de condena contra Renfe por las muertes causadas por el amianto. Siete años después, dos sentencias han vuelto a condenar a Renfe por el amianto de Los Prados, como ha contado eldiario.es.

Francisco empezó a asfixiarse en diciembre 2003, con 54 años. Poco antes había sufrido un accidente en el trabajo que le había dejado graves secuelas en la espalda y el pecho, pero con los primeros síntomas de asfixia acudió al Hospital Clínico de Málaga. En la primera exploración ya le preguntaron si había trabajado con amianto. Fue entonces cuando se acordó de todo lo que había oído sobre el asbesto, de lo que pasó veinte años atrás, y de Jill Drower, aquella turista extranjera que viajaba en el Madrid-Algeciras cuando cayó sobre su libro un polvo azul que resultó ser el mortal amianto.

Veinte años atrás, Francisco se dedicaba a desmontar los Renfe 8000 que llegaban al taller de Los Prados porque sus techos tenían un revestimiento tóxico de dos o tres centímetros de espesor. “Mi padre recordaba que cortó el primer techo con amianto en el 79. Decía que cuando metió la radial le cayó todo el polvo y empezó a toser y a picarle la garganta”, relata su hija. Aquel polvo quedaba flotando en el aire, caía sobre los bocadillos, se pegaba a los monos que luego aquellos hombres se llevaban a casa.

Por toda protección, los trabajadores recibían una mascarilla de papel. Javier Iraeta, jefe de Sanidad e Higiene en el Trabajo de Renfe en 1983, le dijo a El País que el riesgo de aquellas partículas era “mínimo” porque “los trabajadores no pasan muchas horas en los mismos coches y porque la peligrosidad de las fibras de asbesto está determinada por el tamaño y la concentración de las mismas”. Hasta que un día apareció por Los Prados un equipo de hombres que parecían dirigirse a la Luna, según recordaría Francisco poco antes de fallecer y Renfe empezó a elaborar sus propios informes de exposición al amianto.

A Francisco comenzó a dolerle el pecho en 2003, pero de lo que le pasaba los médicos no tuvieron ninguna duda. Cinco litros entre la pleura y un pulmón, “Diagnóstico: mesotelioma maligno. Exposición asbesto”, reza el informe clínico del Servicio de Neumología del Hospital Virgen de la Victoria de Málaga del 15 de enero de 2004. Las partículas con “mínimo riesgo” se incrustaban en los pulmones para matar dos décadas después.

Relación de causalidad “incuestionable”

Relación de causalidad “incuestionable”Durante un año, el hombre acudió tres días a la semana a recibir quimioterapia en el Hospital Virgen de las Nieves de Granada. Renfe sólo puso la primera ambulancia, asegura su hija.

Como predijeron, resistió un año. No perdió la esperanza de aguantar hasta que llegara un fármaco que retrasara lo inevitable, pero estuvo solo, dice Anabel. En una carta que envió a su abogado, Miguel Santalices, se queja de que Comisiones Obreras de Renfe, en la que había militado toda su vida laboral, no le hace caso: “El tiempo pasa y no solucionan nada y creo que no quieren ayudarme, sino todo lo contrario, por ese motivo nos hemos puesto en contacto con usted”. Comisiones Obreras sí colabora en la actualidad con la Asociación de Víctimas del Amianto.

Santalices interpuso la demanda apoyado en un contundente dictamen pericial, pero Renfe recurrió la primera sentencia condenatoria, dictada por el 1 de septiembre de 2008. Alegó todo lo que pudo: prescripción, falta de jurisdicción, que Renfe ya no era Renfe, y la inexistencia de responsabilidad porque entendía que cumplió su deber al repartir las mascarillas de papel.

El 16 de julio de 2009, el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía confirmó la condena y el derecho de la familia a percibir una indemnización de 113.658,71 euros. Francisco murió por trabajar en Renfe: “El fallecimiento del causante se produjo como consecuencia de un mesotelioma pleural maligno, enfermedad que había contraído durante los ocho años que trabajó para la recurrente en el taller central de reparaciones de Los Prados”. La relación de causalidad es, según la sentencia, “incuestionable, pues el mesotelioma pleural maligno es consecuencia de dicha exposición”.

La resolución recuerda que desde 1961 la asbestosis figura en el cuadro de enfermedades profesionales, que el Decreto 1975/1978 incluye los mesoteliomas pleural y peritoneal y el cáncer de pulmón como enfermedad profesional derivada de trabajos en contacto con amianto y que dos órdenes ministeriales de 1982 y 1984 regulan las condiciones en que deben realizarse los trabajos en que se manipula amianto. Normativa suficiente para que Renfe adoptara las “medidas necesarias con el fin de garantizar la seguridad y salud de los trabajadores”.

“Demandamos para que lo creyeran”

“Demandamos para que lo creyeran”El soldador chapista número uno de la promoción de la escuela de aprendices de ferroviario murió el 3 de febrero de 2005 bajo los efectos de una sedación completa. “Los compañeros estaban muy asustados y no se atrevían ni a visitarlo”, recuerda Anabel. Ella lo vio por última vez con una bolsa de plástico por donde le suministraban oxígeno puro. Falleció con 55 años.

“Demandamos para que se reconociera que falleció por el amianto y porque no se pusieron los medios. Es hacer justicia. Y para que lo creyeran: llegaron a decir que estaba perdiendo la cabeza. Ojalá hubiera sido así”. Ella y su madre tuvieron que escuchar que Francisco había fallecido por las secuelas de su accidente laboral o por los trabajos que realizó para otra empresa en los cinco meses que van de octubre de 1965 a marzo de 1966. Los únicos de su vida en que no trabajó para Renfe. A él, que entró siendo un mozo y a quien por eso siempre llamaron Paquillo.