La portada de mañana
Acceder
Feijóo confía en que los jueces tumben a Sánchez tras asumir "los números"
Una visión errónea de la situación económica lleva a un freno del consumo
OPINIÓN | La jeta y chulería de Ábalos la paga la izquierda, por Antonio Maestre

“Era frecuente que pasearan a los guerrilleros, muertos sobre un burro, por la plaza del pueblo”

José María Azuaga Rico (Torrox, 1957), catedrático de Historia en el Instituto José Martín Recuerda de Motril, publicó el pasado febrero un libro titulado Tiempo de lucha. Granada-Málaga 1939-1952. Represión, resistencia y guerrilla, que quizás ande de puntillas por el mercado editorial. Y sin embargo se trata de un descomunal trabajo, de más de 1.000 páginas, que estremece no sólo por lo que cuenta, sino también por el esfuerzo agazapado, humilde e insobornable que este profesor de trato exquisito ha llevado a término durante los últimos 30 años (desde sus 26, 27): sin duda el libro de su vida; y también, de paso, el de cientos de vidas a las que nadie había prestado la debida atención hasta ahora. Tiempo de lucha constituye uno de esos documentos esenciales que quizás debieran esperarse de instancias públicas; claro que –como el mismo Azuaga nos advertía durante la conversación– “cómo van a querer que se sepa nada”, si algunos apellidos que aquí se recogen por sucesos de los años 40 pueden sonar al lector, hoy, por archiconocidos escándalos de corrupción de la historia reciente. O por parentescos gubernamentales.

Azuaga ha dedicado media vida a investigar estos hechos para responder tanto a preguntas propias como a “leyendas y propagandas” ajenas; pero sobre todo “porque nací y viví hasta los 6 años en Torrox, un pueblo de la provincia de Málaga donde la resistencia tuvo mucha incidencia, y mi padre me contaba historias al respecto…”

…¿Historias como…?

En Torrox estaba organizado el PCE en los años 40. Los maestros de mi padre (que le daban clases nocturnas, después del trabajo, porque mi padre dejó muy pequeño la escuela), Germán Sánchez, Manuel Jurado Martín, y también Javier Núñez –que luego ha sido amigo mío–, eran del partido. Un día detuvieron a Germán, y se supo que lo habían torturado, que lo habían dejado “como a Cristo crucificado”, decían“como a Cristo crucificado”, de las barbaridades que le había hecho la guardia civil. A raíz de esa detención ya se conoció que había un PC organizado allí, con lo que algunos se fueron a la guerrilla para evitar ser detenidos, y seguir luchando; entre ellos Manuel Jurado, que llegó a ser jefe del Estado Mayor del maquis de la zona… En fin: todo esto, que fue dramático para mi padre, me lo contaba él. También que hubo enfrentamientos; que era frecuente que a los guerrilleros los pasearan los guardias, muertos sobre un burro, por la plaza del pueblo: los dejaban allí un rato, chorreando sangre…

Para dar ejemplo.

Para infundir miedo. Eso mi padre lo vio mucho; desde el año 45, que tenía él 17 años, él lo vive con mucha intensidad…

No debe de ser un trabajo muy común, por envergadura y alcance, el que usted ha hecho con este libro.

Yo he procurado ser exhaustivo. Es un trabajo de más de 30 años. Lo tenía en mente antes, pero la primera entrevista fue en enero del 84 a un guerrillero que ya murió, Enrique Urbano. Me llevó mi padre a su casa, cerca de Nerja. Un hombre del que luego fui muy amigo (porque yo procuraba hablar con las fuentes varias veces, e incluso cotejar varias veces lo que me habían contado); un hombre muy abierto, deseoso de recuperar la memoria de sus compañeros… Con una historia impresionante de cinco años en el maquis. Este hombre, fíjate, cuando ya en el 52 la guerrilla no tiene salida en esta zona, se van por la sierra de Lújar, junto a Motril. Y tardan cien noches en atravesar España entera (sin haberlo hecho jamás antes, claro) a pie, hasta los Pirineos.

¿Y el comienzo? ¿Cómo llega a organizarse la guerrilla, y a aguantar?

La guerrilla tiene sus raíces, claro, en la guerra civil. Aquí eran los llamados niños de la noche. Personas que se infiltran en la zona franquista y llevan a cabo sabotajes, rescatan presos que pasan a zona republicana, filtran información, e incluso preparan acciones militares. Luego, ya en los primeros años de la posguerra, a partir del 39, se dan más los llamados huidos: los que se van a la montaña no para atacar al régimen, sino para salvar la vida. Al mismo tiempo surgen los grupos clandestinos, vinculados al PCE y a la CNT, y en menor medida al PSOE. Todo esto cobra un impulso, tanto la resistencia política como la guerrilla, en el momento en el que la II Guerra Mundial cambia de signo, en el 42: igual que en Italia, se activa la resistencia porque ven que es posible derrotar al fascismo.

Con la esperanza de que entraran aquí los aliados…

Claro, ésa era la gran esperanza. El desastre del fascismo en el 45 anima mucho a la resistencia, uniéndose efectivos desde el exilio, del norte de África, de Francia –que vienen de combatir a los nazis. Esta gente se infiltra en la sierra, conecta con los huidos, y la guerrilla va creciendo, militarizándose con hegemonía comunista. Tiene un gran auge en los años 48 y 49; cuando en el resto de España va remitiendo, en Granada y Málaga es muy fuerte, un verdadero quebradero de cabeza para el régimen, junto con la zona de León. Y la respuesta será la represión, la tortura, las ejecuciones extrajudiciales… y machacar la red de enlaces… Un guerrillero me contó que una patrulla entera de la guardia civil violó a su hermana, en Almuñécar, porque muchos de los familiares eran guerrilleros. Era una forma de presionar a la guerrilla. Hay historias…

¿…?

Esto me lo contó un guardia civil: el jefe de la comandancia de Málaga tenía la costumbre de raparle el vello del pubis a las muchachas supuestas colaboradoras de la guerrilla. Con una se le fue la mano y murió desangrada. El jefe de la guardia civil de Málaga.

A los obstáculos evidentes para investigar se habrá sumado quizás el hacerlo con el desapasionamiento necesario.

Sí, totalmente. Pero también te digo una cosa –es uno de los temas a los que más vueltas he dado–: yo tengo una forma de pensar y no puedo evitarlo. Pero una cosa no quita a la otra, porque procuraba tener muy presente que nada afectara a la honestidad, la veracidad del trabajo, en cuanto a tergiversación de los hechos. Si por ejemplo encontraba algo que me resultaba doloroso respecto a personas a las que podía apreciar o identificarme con ellas, eso tenía que contarlo, y lo he contado. Es uno de los principios que tenía claros, precisamente para no caer en el maniqueísmo o la falsificación.

No contar la historia como si fuera un partido de fútbol.

Y ver también a todos los niveles quién se comportó bien, como el caso de algunos sacerdotes. El de Loja, por ejemplo, Cristóbal López, señalaba y aparecía como acusación en las sentencias de muerte. Pero en cambio otro, Bartolomé Palleras, que venía de Mallorca, se enfrentó a la guardia civil, fue muy valiente, y estuvo a punto de que lo mataran. Conservaba copias de las cartas que enviaba al obispo de Málaga para contarle lo que estaba pasando…

¿Qué balance hace ahora de esas más de 300 conversaciones?

Muy positivo, porque la mayoría sí que quería hablar. Muchos querían que se conociera la historia, incluso gente de derechas, guardias civiles. Yo he hablado con muchos: interesantísimo, porque me hablaban de las torturas.

¿Alguno le contó algo que hubiera hecho personalmente?

No. Hasta ahí no… y yo tampoco insistía. Pero sí otras cosas.

Y en un guardia civil que participase en ciertos hechos, ¿qué podía haber: indiferencia, olvido, remordimiento, orgullo…?

De todo. Yo entrevisté a uno –amigo de mi padre por cierto, y por eso accedió–, Francisco Leido, gallego, muy autocrítico con el cuerpo, reconociéndome los atropellos, las barbaridades que se cometían… Un guardia me dijo también que estaba “muy preocupado” por que se supiera el número de víctimas del franquismo en toda la provincia de Granada.