Cada vez que llegaba de la Audiencia Provincial de Sevilla el anuncio de un nuevo retraso de la sentencia de los ERE, en el Parlamento andaluz y en la sede del PSOE de la calle San Vicente, los periodistas preguntaban en voz baja a algún veterano dirigente del partido. “¿Y cómo está Griñán?”. “Mal. Pepe no está bien”, era la respuesta lacónica.
José Antonio Griñán (Madrid, 1946) fue el cuarto presidente de la Junta de Andalucía. A su predecesor y amigo, Manuel Chaves, no le imputaban delitos de cárcel. Ha sido condenado por prevaricación a nueve años de inhabilitación. Su castigo es una mancha en el epílogo de su carrera profesional, que viene a impugnar 19 años como presidente de la Junta, pero en términos prácticos significa poco: Chaves está jubilado, dimitió de todos sus cargos, entregó el carné del PSOE al que llevaba afiliado desde los últimos años de la dictadura franquista. A Griñán, en cambio, además de 15 años de inhabilitación por prevaricación le han condenado a seis años de cárcel por malversación de fondos durante su etapa como consejero de Hacienda.
Tiene 73 años, recurrirá la sentencia al Tribunal Supremo, y esperará a que el fallo definitivo determine si a su edad puede entrar o no en prisión. “Cuando lleguemos a ese río, cruzaremos el puente”. Esta es una de las frases de Griñán más conocidas en los pasillos del Parlamento andaluz, cada vez que un periodista o un adversario le apremiaba por la respuesta a un problema en ciernes, el ex presidente se zafaba con esta idea. Luego ha creado escuela, porque son muchos los políticos que hoy se esconden al otro lado del río para eludir dar explicaciones.
Todas las condenas del caso ERE han convulsionado por dentro al PSOE, pero la situación personal de Griñán y sus más íntimos colaboradores -Carmen Martínez Aguayo y Antonio Lozano- han hecho llorar a muchos de impotencia. “No entiendo nada”, dice una persona próxima al ex presidente.
Nadie se esperaba un impacto de este calibre en el PSOE. “Es el peor de los escenarios posibles”. La condena de Griñán es asimilable a la de Francisco Javier Guerrero, ex director general de Empleo, y epicentro de la trama y el hombre que firmaba de forma discrecional las ayudas sociolaborales a empresas en crisis. Guerrero, la persona que calificó de “fondo de reptiles” la partida de más de 800 millones de euros en ayudas de Empleo que él mismo gestionaba, y que está siendo juzgado en otras piezas paralelas por gastar ese dinero en cocaína y copas. Ha sido condenado a siete años y 11 meses de cárcel y casi 20 de inhabilitación, una sentencia muy pareja a la del ex presidente andaluz.
Chaves y Griñán han sido militantes socialistas desde la adolescencia. Desde el tardofranquismo, militaron en Sevilla y en Madrid junto al expresidente del Gobierno, Felipe González, en cuyo gabinete fueron ministros de Trabajo (Chaves también fue vicepresidente de José Luis Rodríguez Zapatero). Griñán se licenció en derecho en la Universidad de Sevilla, para con 28 años convertirse en inspector de trabajo con el número tres de su oposición. Fue profesor de Derecho del Trabajo en la Universidad Hispalense y cultivó 45 años de servicio público: viceconsejero y consejero de Salud, ministro de Sanidad y Consumo del Gobierno de González, otra vez ministro de Trabajo, consejero de Economía y Hacienda, vicepresidente de la Junta y presidente de la Junta desde el 23 de abril de 2009.
Se le consideraba un tecnócrata en la Junta hasta que decidió ser político. Fue poco después de tomar el relevo de Chaves en la presidencia, cuando decidió forzar un congreso extraordinario para tomar también las riendas de la secretaría general del PSOE andaluz. “Si no controlas el partido, no controlas el Gobierno”, le dijeron. Así acabó de un plumazo con la bicefalia y casi termina con una amistad de 30 años que le unía a Chaves. Fue consejero de Economía y Hacienda en su gabinete entre 2004 y 2009, periodo por el que es investigado en el caso ERE. Ese año hereda la presidencia de la Junta y, sin saberlo entonces, hereda el mayor caso de corrupción que ha salpicado nunca al PSOE andaluz. Los ERE le empujarán a dimitir como presidente cuatro años después, en 2013, y a dejar su acta como senador y la política activa en 2015.
De Griñán se sabe que está dotado de una memoria prodigiosa, “para números y para citas”, que es un lector contumaz, que le encanta escuchar ópera y a veces cantarla mientras empieza la jornada laboral en su despacho, que es un apasionado del cine [del western y del cine negro], al que solía acudir con regularidad acompañado de su amigo Chaves y sus mujeres. “Todo esto le parecerá una mala película”, dice un ex consejero amigo suyo.
Buen orador, mejor pensador. Había un aforismo cínico sobre él en el Parlamento: “Es el presidente del Parlamento europeo en la Junta de Andalucía”, decía un colaborador, tras horas de reunión con él escuchándole hablar de geopolítica internacional hasta descender a la tasa de paro de los andaluces. Aprendió a afilarse el colmillo contra Javier Arenas cuando llegó a la presidencia. Al ex presidente se le define como a una persona muy racionalista con un discurso muy estructurado, “hasta que hace una griñanada”. En el argot parlamentario, se trata un movimiento imprevisto, una reacción espontánea que deja a todos helados y que luego hay que recomponer con muchas explicaciones.
Por ejemplo, en 2015, acudió a declarar ante el Tribunal Supremo habiendo pactado con el resto de imputados que mantendrían un perfil bajo. A la salida, a preguntas de los periodistas, y con una media sonrisa, lanzó esta bomba: “No hubo un gran plan, pero sí un gran fraude”. Otro ejemplo, ante la comisión parlamentaria que investigó el caso ERE, en 2012, sobre los 15 informes que le remitió el interventor general de la Junta sobre las supuestas irregularidades en el sistema de concesión de ayudas: “Nos avisaron de que había humo y de que la escalera de incendios era demasiado corta, pero nunca dijeron que hubiera un incendio”.
Hijo de Teresa y Octaviano, un oficial del Cuarto Militar de Franco, posteriormente director de banca. Padre de tres hijos y abuelo de otros tantos nietos. De Griñán se dice que es muy cerebral, muy técnico a veces, pero habla apasionadamente de lo que le gusta, y le gusta casi todo, incluso hablar le gusta, de ahí que muchas veces se regocije en su propio discurso. Los últimos meses y años ha estado “irreconocible”, apocado, triste, escondido en las cuatro paredes de su casa. “No sale. No llama a nadie”, cuentan los más cercanos. A Griñán se le reconoce el acierto político de haber conservado la Junta en 2012 pese a la primera derrota electoral del PSOE andaluz frente al PP. Fue cuando se negó a la petición de su amigo, Alfredo Pérez Rubalcaba, de hacer coincidir las andaluzas con las generales. El PSOE perdió el Gobierno de España, pero conservó la Junta gracias a un pacto con Izquierda Unida.
También se le valor por haber abierto la puerta a una nueva generación de líderes socialistas en Andalucía: Rafael Velasco, Mario Jiménez, Susana Díaz. Eligió a esta última como su delfín en la presidencia, en 2013, y dos años después vio cómo ella misma forzaba su dimisión como senador y la de Chaves como diputado en el Congreso por su implicación en el caso ERE, sin siquiera apertura de juicio oral, como marcan los estatutos del PSOE. Díaz entregó a sus padres políticos para que Ciudadanos apoyase su investidura. “Pepe, Susana nos ha matado, nos ha clavado un puñal en el corazón”, le dijo Chaves por teléfono.