La habitación que no pudo encerrar a Federico García Lorca

Carla Rivero

17 de agosto de 2021 21:13 h

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La muerte cabeceaba en un cuarto. Abría y cerraba los ojos dejando pasar las visitas. ¿Qué quedaría por decir? Era paciente, ya compartía un cigarro con el poeta o se mantenían en silencio. Terrible la espera que guarda esperanza, pensaba, hasta que la orden cobró voz y borró cualquier rastro en aquellas paredes. Federico García Lorca fue asesinado hace 85 años y la vista de Miguel Ángel del Arco Blanco se posa sobre las placas de mármol que atestiguan que en la Facultad de Derecho de la Universidad de Granada estudiaron Blas Infante, Nicolás Salmerón y Alonso y Niceto Alcalá-Zamora. Falta una, tal vez la más importante: fue el antiguo Gobierno civil en el que Lorca vivió sus últimas horas.

Una habitación pequeña con vistas enrejadas al Jardín Botánico, una mesa cuadrada, un sillón, un par de sillas; esa sería la última imagen que retendría de la ciudad nazarí. Miguel Ángel, historiador y director del Departamento de Historia Contemporánea de la UGR, reconstruye en 21 páginas los pasos que dio el escritor antes de morir asesinado acercándose a los planos de los edificios, las fotografías y las entrevistas transcritas por los historiadores que, a un mismo tiempo y sin percatarse, se acercaban pero no unían los lazos del relato: “Es un tema tangencial en las investigaciones de autores como Eduardo Molina Fajardo, Ian Gibson y, la más esclarecedora, de Agustín Penón; todos hablan del Gobierno civil, pero el franquismo se preocupó de borrar la memoria de un sitio tan funesto. Por ello, el historiador debe ocuparse de los silencios o de rebatir los discursos reconstruidos por parte del poder, más si cabe en una dictadura”.

Pasad adentro, con nosotros. Tenéis sitio en el drama. Todo el mundo.

“Con la mano en la mejilla y la cabeza baja”

Si nos retrotraemos en el tiempo, el general sanguinario Queipo de Llano dirigía la contienda desde Sevilla y el militar José Valdés estaba al mando de la capital granadina. Entonces, el “levantamiento del sitio” y la toma de Loja fueron, a mediados de agosto del 36, la señal inequívoca del control rebelde de la zona nazarí. La pesadilla comenzó el 16 de agosto. Lorca, que había visitado a sus allegados en la Huerta de San Vicente con motivo de su onomástica, decidió refugiarse en la casa de la familia Rosales pues, aunque eran falangistas, tenía una estrecha relación con el poeta Luis Rosales. Pero la estratagema fue insuficiente y alrededor de la una de tarde un dispositivo policial armado, como describe el especializado en memoria histórica, lo arrestó en la calle de las Tablas a plena luz del día para llevarlo a la sede del Gobierno civil, lugar en el que se perpetraban las torturas a los arrestados antes de encarcelarlos o matarlos. 

El edificio, propiedad de la Universidad a raíz de la Desamortización, estaba en el número 14 de la calle Duquesa y funcionó como Gobierno civil hasta mediados de los años 40: “Un lugar que fue el epicentro de la represión y del castigo de los republicanos en Granada. Y también de Federico García Lorca”, escribe el investigador. La comparación entre los planos de las antiguas instalaciones y las actuales permiten observar que ambas ocuparon el mismo solar y superficie construida, tuvieron tres plantas con similares alturas y constaban de dos patios. Del Arco señala que “Molina Fajardo, conocido falangista, publicó a la muerte del dictador una serie de testimonios orales que, junto a un plano que hizo de la habitación, permiten cotejar dónde estaba: cerca de la guarnición, a la vista de todo el mundo, por lo que nos hubiéramos enterado si Lorca hubiera sido torturado”. La mediación de Miguel Rosales le proporcionó protección y aquellos últimos recuerdos lo describen fumando, hablando con quienes lo visitaban, “con la mano en la mejilla y la cabeza baja”, a la espera, “absorto y preocupado”. En silencio.

Las cosas cuando buscan su curso encuentran su vacío.

Fusilado en la madrugada del 18 de agosto de 1936

El régimen intentó atribuir la muerte de Lorca a un error de cálculo, una extraña consecuencia de la rabia y el asedio violento que sufría la ciudad en los cruentos meses del inicio de la guerra. Incluso, en las averiguaciones de Blanco, se encuentra el fragmento de una entrevista hecha a Francisco Franco en 1937, en la cual respondió a razón de la desaparición que “lo cierto es que en los momentos primeros de la revolución en Granada, ese escritor murió mezclado con los revoltosos; son los accidentes naturales de la guerra. Granada estuvo sitiada durante muchos días, y la locura de las autoridades republicanas, repartiendo armas a la gente, dio lugar a chispazos en el interior, en alguno de los cuales perdió la vida el poeta granadino. Como poeta, su pérdida ha sido lamentable”.

Lorca era diferente. Abogaba por la libertad, por el deseo, la sensualidad, la expresión y el firme propósito de conquistar los límites de una sociedad que se le quedaba atrás. El experto de la UGR defiende que hubo premeditación de la detención de Lorca. Así, la espera paciente a que cayera en las manos de los sublevados y los murmullos de la población que contemplaba los acontecimientos contradijeron el discurso oficial del régimen. En este punto es importante reflexionar sobre un hecho que todavía sigue sin respuesta, ¿quién dio la orden final? “Fue un golpe muy duro para la propaganda de la dictadura porque intentaban dar una imagen adecuada: matar a un poeta universal contradecía su mensaje. Granada estaba sitiada, basta con ver las operaciones militares de la época, pero los historiadores no se ponen de acuerdo sobre quién tomó la orden: si fuera en Sevilla, se entendería que no hubo espontaneidad y descontrol puesto que dependía de los mandos superiores; mientras que si se trata de Granada sería adobar la idea del descontrol, lo cual exoneraría a los golpistas”. 

El artículo “Un espacio para rescatar del olvido: la Facultad de Derecho y el asesinato de Federico García Lorca” es una de las tantas investigaciones que se ha realizado en torno a la figura de uno de los personajes cumbres de la literatura española. Escarbar entre las tinieblas de quién o qué fue Lorca es, si no dificultoso, casi que peligroso. Ante la incertidumbre, Del Arco vuelve a las anotaciones hechas por Agustín Penón y cita tres de sus palabras: “Investigar a Lorca es un cúmulo de miedo, olvido y fantasía. La primera está superada, el olvido queda en la gente que no contó lo que sabía, pero la fantasía sigue estando viva haciendo que cualquier descubrimiento sobre Federico tenga tal impacto que en muchas ocasiones no seamos lo suficientemente prudentes. Hay que ser honestos y asumir que hay cosas que no sabemos, sobre todo para mantener la investigación abierta y ver qué nos depara el futuro… El historiador ha de ser honesto para no caer en esta fantasía”. 

El 18 de agosto de 1936 el dramaturgo fue conducido al pueblo de Víznar junto a los republicanos Dióscoro Galindo, Francisco Galadí y Joaquín Arcollas. Fusilados en la madrugada, la noticia corrió como la pólvora por las callejuelas de la provincia mientras su rastro se ocultaba en las entrañas del barranco pasando a convertirse en una de las 708 fosas comunes identificadas en el Mapa de Fosas de Andalucía. La cifra de las víctimas por la represión fascista asciende a 45.566, siendo Granada la más afectada con 11.388 personas. “Es prioritario que haya una placa que añada información o que explique qué pasó en el gobierno civil, sobre todo al ver la represión que hubo por parte de los rebeldes hacia el profesorado universitario en toda España, siendo el caso de Granada excepcional por su virulencia”, añade el profesor. 

Pero el poeta dramático no debe olvidar, si quiere salvarse del olvido, los campos de rosas, mojados por el amanecer, donde sufren los labradores, y ese palomo, herido por un cazador misterioso, que agoniza entre los juncos sin que nadie escuche su gemido.

Unas palabras en sus últimas horas

Del Arco asevera que resulta casi imposible que Lorca estuviera en el Gobierno civil más de un día, aunque los estudiosos discuten el lapso entre las 24 y 48 horas antes de ser ejecutado. La razón que mantiene el experto se fundamenta en que era un lugar de tránsito, la habitación estaba cerca del despacho del gobernador civil y apenas había sitio por el número de represaliados que se amontonaban en las dependencias. Pero la imaginación vuela hasta la víspera del viaje en camión, y el historiador, si hubiera tenido oportunidad, dice que le hubiera dicho al poeta: “Escribiremos tu historia para que escape del silencio”. El poeta Juan Domingo confiesa que le preguntaría “si tenía miedo y si se arrepentía de no haber dicho algo a alguien a tiempo”, a la vez que la autora Rosa Berbel, cerrando el círculo, acercaría a la silla contigua, “querría saber cómo vería él la literatura del futuro, qué camino transitaría, casi como algo profético y anticipatorio”. 

El historiador aguarda a los hallazgos de las excavaciones del barranco de Víznar e intenta aproximarse a la planicie como hizo con la Facultad de Derecho: es un lugar que ha sufrido la transformación de los años y de sus caprichos, ¿la tierra podrá por fin decirle algo?

Los poetas del futuro mantienen el recuerdo de Lorca

Mientras los escritores hacen pervivir su recuerdo. Rosa Berbel y Juan Domingo Aguilar llevan en su pensamiento y obra el sello del poeta. Ambos son poetas, son andaluces, de Sevilla y Jaén, y los dos pertenecen a una joven generación literata que lleva orgullosa la seña del “duende”. El hacedor del Romancero gitano, Yerma o La casa de Bernarda Alba se lee desde que alumbra el cielo andaluz a los escolares. A Aguilar lo arropó su hermana a la vez que sentía que “cuando uno empieza a tener conciencia de Andalucía y su herencia cultural, la imagen de Lorca está siempre presente en las aulas, en las calles y me atrevería a decir que en la manera de habitar y sentir la tierra de la que procedemos”. Es constante motivo de relectura y reinterpretación, como le pasó a Berbel cuando hizo el prólogo de Poeta en Nueva York por su aniversario, “lo planteé como una obra visionaria con respecto a nuestro 2021 que expone cuestiones con las que aún estamos ligados, como de aquella clase obrera del siglo XX a esta precarizada, el antiespecismo, y la declaración como obra política absoluta que no renuncia a una radicalidad lingüística y formal sin precedentes”. 

El runrún, como lo describe Berbel, persiste en la memoria de una sociedad que siguió alimentando su legado: “Está en nuestro imaginario e inconsciente colectivo, aunque no hagamos un esfuerzo por leerlo sus poemas son casi cancionciollas que nos quedan”. Lo describe como “el poeta total” cuando a través de la palabra consigue formar una imagen nítida que conecta tanto la sencillez, el reconocimiento de lo popular, como la complejidad de una metáfora que aún guarda significados: “Es el afán por entender la poesía como un acto comunicativo, tiene una obra tan heterogénea y diversa que es difícil no conectar en algún punto de su mundo sugerente, atractivo, visionario, que tiene tanto que decir del presente y del futuro”.

Un presente que, en ocasiones, es incomprensible. “En el momento en que lo asesinaron por rojo y maricón -porque creo que a las cosas hay que llamarlas por su nombre, no se cumplen años de la muerte de Lorca, sino de su asesinato- lo que hicieron sus verdugos fue provocar que su figura se convirtiera en un símbolo de resistencia contra la tiranía y el fascismo, lo que prueba que no se puede silenciar a la libertad, menos a base de gritos y balas, por mucho que lo intenten”, comenta Aguilar, “por eso es tan importante seguir teniéndolo presente, sobre todo en estos días en los que asistimos, por desgracia, a episodios de violencia extrema hacia el otro, por el mero hecho de tener una orientación sexual o color de piel diferente”. 

A falta de un lugar conmemorativo que refleje la atrocidad de la época, crecen bajo el manto del encanto lorquiano las leyendas, fábulas y escapadas de los que rinden homenaje a su nombre. Aguilar y Berbel, quienes han paseado bajo la Alhambra y han vislumbrado el legado del poeta, dan algunas estampas de su paso: “Uno no puede evitar pensar en los lugares que pisó e investigar su rastro para visitarlos y ver en qué se han convertido, como ocurre, por ejemplo, con el Bar Chikito, donde se reunía la tertulia de El Rinconcillo, de la que formaban parte Lorca, Manuel de Falla, Andrés Segovia o el pintor Manuel Ángeles Ortiz”. Las influencias traspasan fronteras, y el escritor de Tierra de nadie enumera a “Leonard Cohen, quien lo idolatraba, Enrique Morente y Lagartija Nick cuando lanzaron el disco Omega, Joe Strummer, cantante de The Clash, del que se dice que iba con pala en mano, junto a Jesús Arias, a excavar bajo los olivos de Víznar para desenterrar su cuerpo”. Sin contar con los ríos de tinta que acunan al ídolo.

El recuerdo de Lorca llamea. “Se ha convertido en figura de resistencia y disidencia de todas las violencias y aún podemos extraer propuestas de su obra para el futuro”, dice la autora de Las niñas siempre dicen la verdad, “tiene mucho que decir a la política y a lo política desde su complejidad y profundidad”, a lo que Aguilar añade que “no se puede ser escritor y renunciar a Lorca. No creo en las banderas, de hecho siempre he pensado que el escritor tiene que ser una especie de exiliado permanente, que escriba como si no tuviera país, pero sí memoria”. ¿Se ha escrito todo sobre Federico?