La ola de calor azota Andalucía. Las temperaturas superan los 40 grados y son difíciles de sobrellevar. Sin embargo, lo son más para unas personas que para otras. Es el caso de los asentamientos chabolistas de inmigrantes que se reparten por varias localidades agrícolas de la provincia de Huelva. En las chabolas donde ahora mismo viven 300 personas, según la Cruz Roja, el calor no se puede combatir ni con aire acondicionado ni con ventilador, porque en las chabolas no hay ni siquiera dónde enchufarlo.
No es algo nuevo. Algunas de las personas que viven en los campamentos de cartón y plásticos de Lepe, Lucena del Puerto, Palos de la Frontera o Moguer llevan años en esta situación, y ya saben lo que es dormir en un horno de ocho metros cuadrados, que en invierno se convierte en una nevera o una piscina, según el día. Pero la ola de calor ha cogido casi con lo puesto (más todavía) al grupo de inmigrantes que vieron cómo sus chabolas se quemaban hace unas semanas junto a un polígono industrial de Palos de la Frontera. En esa enorme explanada, pegada a uno de los polígonos más importantes de la comarca, todavía huele a quemado en más de cinco hectáreas, donde parecía imposible que volviese a haber vida, pero muchas de las construcciones que ardieron aquella madrugada ya se han levantado de nuevo. A pesar de que si un incendio les sorprende, hay el tiempo justo para salir corriendo. Si sale ardiendo una chabola, el resto arde en cuestión de segundos.
“No hay casas o no nos las alquilan”
Quizás por eso, la sensación de calor es el doble. No ha caído una sola gota de agua desde el día del fuego, y el termómetro al sol marca 46 grados. Son dos menos que en el interior de las chabolas: 48. Es el panorama en el que viven, en este mismo asentamiento de Palos de la Frontera, 300 personas, que unas veces son 200 y cuando llega la recogida de la fresa (de febrero a mayo) rozan las 1.000. Mucha de ellas tienen documentación en regla, y viven en el campo “porque o no hay casas o no nos las alquilan”, dice un joven maliense que no debe superar los 25 años. Este joven, que afirma tener documentación pero que cuenta que su familia en Mali cree que trabaja en una oficina, asegura que nunca ha pasado tanto calor como en días pasados, porque “allí –en su país– sufrimos la humedad, pero este calor te quema si te coge de lleno”. Así que, a las dificultades diarias, se une la volatilidad de los materiales de los que están hechas las chabolas en mitad del campo.
Unos kilómetros al oeste, en Lepe, la situación es la misma, con el matiz de que en esta localidad hay puesto en marcha un plan para que los vecinos que quieran aporten sus casas para alquilarlas a los inmigrantes de las chabolas. A cambio, el Ayuntamiento lepero garantiza el pago y hay exenciones fiscales para los propietarios. Por el momento, la demanda de gente que lo necesita es muy superior a la oferta de los propietarios.
Barridos cada dos semanas
Vista la situación, ¿qué se puede hacer cuando el sol cae de plano sobre un sitio donde no hay forma de climatizar nada? La respuesta la tiene Rocío Pichardo, responsable del Área de Migraciones de Cruz Roja en la provincia de Huelva. Es una de las personas que mejor conocen los asentamientos de inmigrantes de la provincia onubense. De hecho, con su equipo los “barre” cada dos semanas. Es decir, los recorre palmo a palmo cada dos semanas, para calibrar las necesidades inmediatas que tienen quienes los ocupan. De hecho, tiene hecho el cálculo exacto de a cuántas personas ha atendido desde el pasado 1 de enero: 2.159. En la provincia de Huelva hay más de 20 pueblos con menos de esa cifra en población. Desde Cruz Roja, analizan las necesidades más importantes y se les aporta lo necesario en la medida de lo posible. “No nos activamos por unas circunstancias concretas, sino que las visitas son constantes”, asegura Pichardo.
Ropa de verano o crema solar
Una ola de calor en un lugar sin agua corriente ni electricidad solo se puede sacar adelante con ayuda externa, por lo que Cruz Roja tiene en su lista de ayuda rápida artículos tan básicos como ropa de verano o protectores solares. Además, en los días de temperaturas más altas, se refuerza la aportación de botellas de agua, se les da a los migrantes una serie de recomendaciones sobre las peores horas para estar expuestos al sol e incluso el tipo de alimentación que tienen que seguir así como todo lo básico para intentar evitar sufrir un golpe de calor. Mosquiteras o cremas para las picaduras de insectos completan el kit para intentar llevar lo mejor posible el calor, hasta que en invierno se roce el bajo cero en la mayoría de los campamentos.
Es cierto que en algunos asentamientos, pocos, se pueden ver unos rudimentarios grupos electrógenos que a duras penas alimentan ventiladores o placas vitrocerámicas, pero una ola de calor como la de estos días se sufre el doble en las condiciones en que más de 2.000 personas viven en los asentamientos de la provincia onubense.