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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Los 'japones' del sur de Europa

Unos ojos rasgados reposan hace cuatro siglos a orillas del río Guadalquivir. Un samurái que se pasea con un kimono como solo atuendo por la Sevilla del Siglo de Oro. Una ceremonia del té entre forasteros que sonríen eternos bajo el sol naciente del sur de Europa… Pudieran ser elementos literarios, especias traídas de lejanas tierras para aderezar una exótica novela o largometraje, pero pertenecen tanto a la realidad como la vida misma.

Hace 400 años el señor feudal nipón Daté Masamune envió la Expedición Keicho a surcar los océanos, en una aventura única en la época que no deparó los resultados religiosos y comerciales deseados pero que, al socaire de aquel atrevimiento insólito, dejó la semilla de la herencia genética anclada en un pueblo ribereño sevillano, Coria del Río, donde cientos de personas llevan como apellido el nombre del país de origen de aquella locura de Ultramar: Japón.

Son los 'japones', andaluces que ayudan a convertir la teoría en práctica con el beneplácito de sus rasgos físicos. Todo comenzó en el 'siglo cristiano' de la historia japonesa (1543-1640) que arranca en los primeros contactos con Occidente y termina en la prohibición definitiva de esta profesión religiosa.

Uno de los señores feudales o daimyos más importantes, Masamune, encarga al samurái Hasekura Rocuyemon Tsunenaga el mando de la misión Keicho, junto al sevillano fray Luis Sotelo. Durante siete años surcan los océanos Pacífico y Atlántico, el mar Mediterráneo, recorren México, España, Italia y Filipinas, sin alcanzar éxito pese a las entrevistas con interlocutores como el rey español Felipe III, en Madrid, o al papa Pablo V, en Roma, porque no representaban al emperador japonés.

ADN de Japón

Aún así, la ciudad de Sevilla, uno de los puertos más importantes de la época, que contaba con el monopolio del comercio con América, se volcó en el recibimiento a la tripulación comandada por Tsunenaga, con un gasto final de un millón de maravedís.

La idea era usar la experiencia española para crear un vínculo similar al que ya existía a través de las flotas de la carrera de Indias. De ahí que enfilaran la desembocadura del Guadalquivir hasta llegar a Coria. De los aproximados 180 expedicionarios iniciales (unos 150 japoneses entre samuráis y soldados, marineros, comerciantes y personal de servicio, más un grupo de españoles), llegaron 30 hasta tierras hispalenses en 1614, de los que, en dos tandas (1616 y 1617), acabaron regresando a Japón solo 18.

Ahí está la clave de una herencia que investigará desde octubre el departamento de genética de la Universidad de Nagoya con muestras de ADN de japoneses y corianos, y la memoria de una travesía pionera que se conmemora con innumerables actos en el denominado Año Dual España-Japón, 400 años de relaciones y la visita del príncipe heredero de Japón, Naruhito.

Así lo ve el periodista Nobuyoshi Nakamura, redactor de uno de los tabloides nipones más influyentes, The Asahi Shimbun, que organiza junto a Mitsubishi Corporation la exposición 2 años después, una muestra de fotografías de prensa del gran terremoto del este de Japón visitable en la Casa de la Provincia de Sevilla hasta el 23 de junio. “Dentro de poco sabremos si queda alguna huella de aquellos samuráis”, relata Nakamura a eldiario.es/andalucia, “y tendremos una conclusión muy segura que nos permitirá conocer después de 400 años sin son sus descendientes y queda algo de la herencia genética”. El reportero apunta que pocos años antes de aquella histórica misión Keicho, las mismas tierras vivieron una devastación similar.

Una de las ciudades más afectadas por el tsunami, Sendai, está hermanada desde hace años con Coria. En la localidad sevillana hay una estatua junto al río del samurái que encabezaba la expedición, una sala de exposiciones dedicada a la cultura japonesa y cientos de vecinos que comparten el apellido Japón con el que se registraba a los descendientes de aquellos viajeros que decidieron fijar la ribera del Guadalquivir como destino definitivo.

El presidente de la asociación coriana Hasekura Tsunenaga, Juan Francisco Japón, nombra una figura clave en la génesis de esta exótica relación, Virginio Carvajal Japón, quien investigó y documentó su origen, además de dedicar “más de 25 años a estrechar los lazos entre los japones y corianos en general y los japoneses”, subraya.

Los tintes literarios de esta aventura han quedado plasmados en obras como las novelas Samurái, de Shusaku Endo, Las meninas y el samurái, de Miguel Gilaranz, o Japones y Japoneses en las orillas del Guadalquivir, del rector de la Universidad Internacional de Andalucía (UNIA), Juan Manuel Suárez Japón.

Ahora, el coriano Suárez Japón escribe un nuevo libro sobre esta historia “que está solo pendiente de añadirle el fundamental capítulo que supone la trascendental visita del príncipe japonés a Coria del Río”. Juan Francisco Japón coincide y apuesta por “aprovechar la oportunidad para presentar proyectos viables que atraigan a los inversores japoneses, de hecho –sostiene– ya están surgiendo interesantes iniciativas por parte de empresarios corianos”.

“Es un potencial evidente que deberíamos aprovechar”, insiste el rector de la UNIA, quien aclara que nada llegará a orillas del Guadalquivir “como un regalo” sino como fruto de las iniciativas y “la capacidad de emprendimiento” que asuma la localidad: “Si no es así –sugiere Suárez Japón–, veremos pasar esta oportunidad por delante de nuestros ojos sin dejar huella material ni mejora alguna, como a aquellos americanos del Bienvenido, Mister Marshall”, aquel largometraje que dirigiese Luis García Berlanga en 1953.