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Joaquín Sabina: “La fama es la calderilla de la gloria”

En su nueva irrupción gaditana, en días como estos, Joaquín Sabina estuvo acompañado por Pancho Varona, el legendario líder de “Viceversa”, o por su pareja, la fotógrafa Jimena Coronado. Pero también se acercó su primera novia de Ubeda, la catedrática de literatura Virtudes Atero, a quien todo el mundo llamaba Chispa antes de que se hiciera famosa, bajo ese mismo sobrenombre, la mujer de Camarón. A Chispa, a Virtudes, le dedicó la canción “Una de romanos”, en la que evocaba la fila de los mancos de los cines de verano donde las parejas hacía manitas bajo la rebeca que debía protegerles del relente: “Chispa era la maravillosa novia del pueblo, tenía todo lo que tenía que tener, era la más guapa, la más simpática. Sus padres se oponían radical y frontalmente, los míos estaban encantados porque era subir un poquito de clase. Su padre era el notario del pueblo, ¿no? Y desde luego, era maravillosa. Y luego, cuando estuve en Granada pues seguía con mi novia del pueblo, pero ya tuve mis escarceos con una inglesa y ahí empezó a irse todo al carajo”.

La inglesa se llamaba Leslie, lucía la mejor minifalda de Granada y junto a ella, Sabina volaría a Edimburgo y a Londres, aunque antes fue a visitar a Chispa hasta Cataluña, donde su padre notario había obtenido destino: “Si, para alejarla de mí y por otros motivos que no viene al caso, sus padres se mudan a Granollers y mi amigo Paco Puentes, que ahora es general del ejército y yo, cogimos una tienda de campaña y acampamos en un descampado que había al lado de su casa, así que cuando su padre se levantó por la mañana a afeitarse y vio a ese par de impresentables que habían ido a Granollers, no se lo podía creer. Tengo que decir que eso ablandó el corazón de la madre de Chispa, en ese momento empezó a pensar que ese chico la quería, puesto que hacía esas locuras”.

De la Granada de los 60, recuerda Sabina a Bernabé López, a Javier Egea o a Juan de Loxa y sus movimientos de Poesía 70 y Manifiesto Canción del Sur. En el tardofranquismo, la poesía empezó a seguirle la pista después de que arrojase allí un cóctel molotov contra una sucursal bancaria: “Yo no tuve nunca carnet, pero los comunistas me usaban y es verdad que eran decentes porque decían ¿ponéis este coctel molotov? Y antes que dijéramos que sí, avisaban: 'pero nosotros no lo vamos a firmar y si os pillan, no os vamos a defender'. Ja, ja y así era la cosa. El PCE lo alentaba pero no oficialmente, no lo firmaba. De entre quienes estábamos, recuerdo de nombre a José María Alfaya, a mí, a otro de mi pueblo... Eliseo y a una pareja cuyo nombre no recuerdo. En fin, éramos 6. Yo era de los que tiraba panfletos, mientras dos vigilaban, dos tiraban... era todo absolutamente agropecuario. Y además estaba muy mal hecho, porque íbamos con unas máscaras como las que luego llevó ETA, pero lo mejor hubiera sido haber ido a cara descubierta. Lo de arrojar el cóctel fue como consecuencia del proceso de Burgos contra CCOO y el PCE. Se hizo en toda España y en realidad no se trataba más que de romper un cristal”.

“Hijo mío, estas detenido”

“Eso fue muy poco antes de las navidades del 70. Yo, ese año, en enero o en febrero, me iba a la mili y a raíz del cóctel, empezaron a detener a ese grupo que te digo de la facultad de Filosofía, a ese grupo de comunistas o filo comunistas o tal que había.... en fin, empezaron a detenerlos a los del cóctel y entonces yo que vi que ya habían detenido a cuatro, dije: ¿a dónde voy? A mi pueblo, es el lugar más seguro. Mi pueblo era Úbeda, fui a Úbeda, entonces la policía de Granada se enteró y sin relacionar a mi padre conmigo le llamó por teléfono; tráiganos detenido a Joaquín Martínez Sabina. Y entonces mi padre llegó a mi casa temblando y me dijo: Hijo mío, estas detenido. Para abreviar la historia”.

Su padre le condujo de nuevo hasta Granada: “Lo admiro por eso. Durante todo el viaje fue calladito y allí, en Granada, estuvo aterrorizado. Me interrogaron, me humillaron y en vez de mandarme a la cárcel algunos días como a todos los demás, me mandaron a mi pueblo, teniendo que presentarme cada dos días en comisaría. El policía decía: ”Y no te damos dos hostias porque está tu padre ahí fuera“. Y además, luego, el director general de la policía de Granada que era el responsable de la policía de mi pueblo nos citó a mi padre y a mí después de la tremenda humillación que había pasado mi padre y le dio otra delante de mí. Le dijo: estuve el otro día en la comisaría de Úbeda y no estaban las cosas bien… ”

70 años no son nada: Sabina recuerda que huyó a Londres para cantar corridos con un españolísimo sombrero mexicano o para actuar de telonero de Lluis Llach o contratar a Paco Ibáñez. Todo fue antes de hacer la mili, que vino luego y que compaginó con un empleo a tiempo parcial de redactor en el Ultima Horda, de Mallorca. Luego, se empeñó en vivir en Madrid, aunque no sabía como iba a hacerlo: “Yo vivía en la calle Tabernillas y pasaba todos los días por delante de La Mandrágora y veía yo que era un sitio intelectual, con cantantes y tal y pasé 2 meses sin atreverme a entrar porque creía que me iban a echar a patadas, hasta que Lucía, esa misma novia con la que me casé en Mallorca porque me daban permiso en la mili, me arrastró y me dijo: entra y diles que tú cantas y tal, y entré y bueno, ahí empezó La Mandrágora con Krahe y todo eso”. Fue entonces cuando compuso su primera canción, “Mi vecino el de arriba”, incluida en su disco “Inventario”.

“Lo de la Mandrágora era fantástico porque coincidía con la movida, ¿no? Es decir, todos eran modernísimos y tal y estaba Rockola y las calles estaban llenas de pelos de colores y salían los maricones a la luz y las lesbianas a la luz y los cantantes a la luz y los rojos a la luz y los anarquistas a la luz y ocupaban plazas y tomaban muchas drogas y se follaba mucho, ¿no? Y sin embargo La Mandrágora era un reducto como por un lado del pasado y por otro lado como, quiero decir, con un cierto orgullo se ha visto ahora, un poco del futuro porque de la movida aquella, quitando a Almodóvar, quedaron 2 ó 3 cantautores, es decir, como Santiago Auserón, que es un cantautor, ¿no? De aquellos grupos quedaron estos cantautores y sin embargo nosotros teníamos un club que la verdad era muy apetecible porque cabían cuarenta personas en La Mandrágora, pero era la ”cream“ de la intelectualité, en serio, venían Manolo Vicent y venía Forges y venía Juan Luis Cebrián, Eduardo Haro Ibars y venía Pepe Hernández y venían, bueno, mil nombres de esos y se subían y cantaban y parecíamos unos vejestorios porque estábamos aparte de la movida pero vuelvo a decir otra vez, con la única vanidad de esta entrevista, que parece que se ha quedado más vejestoria la movida que aquello”.

“Si me pilla con 18, seguro que me hago gilipollas”

Sabina se resiste a creer que formara parte de aquella tribu progre: “Yo me libré por casualidad de la actitud de los cantautores de los últimos años del franquismo que confundían el escenario con el púlpito, que eran muy sobrios, muy austeros, que daban consignas y tal. Yo venía de oir a los Beatles y a los Rollings y a Dylan, y eso mezclado con mis comienzos ye-yes hizo, que a La mandrágora, lo único que aporté fue un poco de aire de la calle. Sigo creyendo que La Mandrágora fundamentalmente era Javier Krahe, pero en cuanto acabó la Mandrágora yo hice un grupo de rock, ¿no? No sé si me explico, pero yo traía otra cosa.”

La televisión cambió su vida. A comienzos de los 80, su aparición junto con Krahe y Alberto Pérez en el programa “Buenas noches”, que Fernando García Tola dirigía para TVE, les supuso un lanzamiento casi estratosférico: “Cuando acabó el programa no os olvidéis que había una sola televisión, ¿no? la veía todo el mundo cuando acabó el programa, Carmen Maura, que estaba con Tola, nos dijo, recordad mañana lo que os estoy diciendo: mañana va a cambiar completamente vuestra vida. Al día siguiente sonó el teléfono 500 veces en mi casa, yo era el manager de la Mandrágora, es decir, los contratos, cobrábamos 30.000 pesetas por ir a tocar Jrahe, Alberto Pérez y yo; al día siguiente a las 12 de la mañana, cobrábamos 100.000, a las 4 de la tarde cobrábamos 500.000 je, je, je; pues claro, yo iba subiendo a menudo que me han llamado, uno es andaluz pero no es gilipollas, ja, ja, ja.....”

El éxito fue vertiginoso. Incluso los niños se arracimaban en torno a él, como ayer por las calles de Cádiz lo hicieran los del cuartetero Gago que se le pegaban como lapas caleteras, mientras Sabina se dejaba fotografiar con chirigoteros de la talla de Manolo Santander o del Selu. La fama, asegura, no se le subió a la cabeza: “Yo no lo viví muy mal porque me pilló con 30 años. Si me pilla con 18, seguro que me hago gilipollas. Aún así, durante un par de años, fui incapaz de coger una guitarra y tocar para los amigos, estaba completamente metío para adentro, me daba miedo la gente y tal, pero la verdad es que no me duró mucho. Para mi, la fama es la calderilla de la gloria y la gloria sólo viene después de muerto, así que a mí la fama y la gloria me importan un carajo, a mí lo que me gusta como dice García Márquez, es que me quiera la gente. Y si es mi gente, mejor”.