El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) cuenta con 24 institutos o centros de investigación -propios o mixtos con otras instituciones- tres centros nacionales adscritos al organismo (IEO, INIA e IGME) y un centro de divulgación, el Museo Casa de la Ciencia de Sevilla. En este espacio divulgativo, las opiniones de los/as autores/as son de exclusiva responsabilidad suya.
Escudriñar detrás del telón (de acero): autoras latinoamericanas en el socialismo europeo
En 1928 el joven pero sagaz y experimentado periodista Manuel Chaves Nogales, a la sazón redactor jefe del Heraldo de Madrid, se hallaba en medio de aquello que se denominó el país de los soviets. En su estilo habitual, era capaz de acercar a los lectores españoles a la realidad cotidiana de la capital de un gigante en ebullición con aires costumbristas como estos: “Las aceras [de Moscú] están tomadas por centenares de vendedores ambulantes, puestecillos de baratijas, quioscos de refrescos, carros cargados con sandías y melones, encaramados a los cuales, los mismos campesinos venden su mercancía; limpiabotas a millares –únicamente en Sevilla hay tantos limpiabotas callejeros como en Moscú– y vagos profesionales recostados en las paredes”; al tiempo que zahería crudamente las conciencias ante la inicua situación de los niños y jóvenes abandonados a causa de la altísima mortandad que guerra, revolución y hambre habían provocado en los años anteriores y que, por ello, se habían criado en la privación y la violencia: “La muerte, cebándose en ellos, ha desempeñado una misión civilizadora. De subsistir, esta generación de fieras hubiese sido la generación del Apocalipsis”.
Chaves Nogales se unía así a la genealogía de autores que habían visitado la Unión Soviética y referido su experiencia dentro de lo que podría considerarse un subgénero o, al menos, una veta temática dentro de la literatura de viajes. Nombres foráneos como los de John Reed, Bertrand Russell, Walter Benjamin o André Gide coincidieron con los de escritores españoles como María Teresa León, Josep Pla o Ramón J. Sender en este afán por plasmar los apabullantes cambios que esta parte del mundo estaba experimentando desde el triunfo de la Revolución rusa. Más adelante, tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial y la posterior Guerra Fría, el interés por difundir el impacto del socialismo se extendió a una amplia parte de Europa cuyos gobiernos quedaron políticamente situados más allá del telón de acero.
La Revolución cubana de 1959 contribuyó a fortalecer las relaciones entre América Latina, particularmente Cuba, y el socialismo europeo. Prontamente, se firmaron acuerdos de colaboración en las más variadas áreas de la cultura
Las plumas de los intelectuales latinoamericanos se unieron a este empeño testimonial tempranamente. Entre los pioneros más destacados se hallan el peruano César Vallejo, autor de Rusia en 1931. Reflexiones al pie del Kremlin, o el argentino-uruguayo Elías Castelnuovo, quien redactó Yo vi...! ...en Rusia. Apuntes de un viajero (1932). Por su parte, a finales de esa década, la poeta y traductora argentina Lila Guerrero dio a conocer su artículo Moscú, ciudad de la victoria (Orientación, 2 de noviembre de 1939). De madre rusa, Guerrero defendía vivamente el modelo soviético en pasajes como este: “Allí [en Moscú] Stalin vela por nosotros. Allí está el corazón y el cerebro de la nueva Rusia. Moscú es eso. Y nuestros sueños realizándose y mucho más aún”.
En los años sucesivos, otras escritoras latinoamericanas crearon, a partir de circunstancias vitales diversas (labores periodísticas, deberes diplomáticos o la narración biográfica del exilio, por ejemplo), un catálogo textual donde plasmaron visiones plurales sobre ese nuevo mundo que se había construido a partir de los postulados socialistas. A la producción de estas mujeres estamos atendiendo dentro del proyecto de investigación Escritores latinoamericanos en los países socialistas europeos durante la Guerra Fría.
Asimismo, la Revolución cubana de 1959 contribuyó a fortalecer las relaciones entre América Latina, particularmente Cuba, y el socialismo europeo. Prontamente, se firmaron acuerdos de colaboración en las más variadas áreas de la cultura con estados como la Unión Soviética, Bulgaria, la República Democrática Alemana, Rumanía o Yugoslavia. Los intercambios de intelectuales figuraban como una de las prácticas propiciadas por esos convenios, y fruto de esas estancias se dio lugar a una serie de textos que acercaban la realidad (o, al menos, una interpretación de la misma) de los distintos países hermanados ahora por una geopolítica de la amistad socialista. Ese es el contexto en el que se inserta el libro Crónicas de viaje (1966), de la cubana Renée Méndez Capote. Su aproximación a la Unión Soviética puede ubicarse dentro de una mirada propia del utopismo socialista, donde se ensalza la modernidad, la eficiencia, la fortaleza o la belleza que defiende haber encontrado en su periplo por aquel país, y donde las críticas son meramente puntuales.
Escritoras viajeras testimoniaron su paso por las tierras que formaron parte de esa porción del mundo que desde Occidente se contempló con sentimientos encontrados: temor frente a fascinación, u odio frente a admiración
Por supuesto, dentro de este vasto corpus textual de recuentos sobre el socialismo europeo, existen posicionamientos ideológicos diversos, que quedan a veces incluso patentes hasta en el mismo título del volumen en cuestión, como sucede con el libro del colombiano Alberto Dangond Uribe Mi diario en la Unión Soviética. Un conservador en la URSS (1968). En el caso de las autoras, se puede mencionar la obra escrita al alimón por el matrimonio formado por Carmiña Alexander Dupleich y Oscar Pinochet de la Barra: Por Siberia al Sol Naciente (1980). En ella recogen su experiencia al frente de la embajada chilena en la URSS en calidad de representantes (él como embajador y ella como embajadora consorte) del Gobierno chileno del democristiano Eduardo Frei. Su narración aspira desde sus inicios y desde esta óptica política democristiana a ofrecer un dictamen balanceado: “La Unión Soviética y la República Popular China no son el paraíso que nos pintan los comunistas; tampoco lugares donde sólo impera la muerte sobre millones de seres humanos, salvo el porcentaje que es habitual en países dominados por la dictadura”.
Otros nombres como los de la ensayista cubana Graziella Pogolotti, la escritora brasileña Zélia Gattai, la poeta chilena Luisa Kneer o la periodista y narradora mexicana María Luisa Mendoza podrían sumarse a esta nómina de escritoras viajeras que testimoniaron su paso por las tierras que formaron parte de esa porción del mundo que desde Occidente se contempló con sentimientos encontrados: temor frente a fascinación, u odio frente a admiración. En ese contexto, la exégesis del orbe socialista constituyó un no desdeñable recurso político. Igualmente, y decenio tras decenio, los lectores occidentales estuvieron ante un enigma que necesitaba ser recontado y explicado a quienes habitaban en el más acá del telón de acero.
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Las citas de Chaves Nogales han sido extraídas de la edición de La vuelta a Europa en avión. Un pequeño burgués en la Rusia roja de Libros del Asteroide (Barcelona, 2018).
Esta publicación es parte del proyecto de I+D+i Escritores latinoamericanos en los países socialistas europeos durante la Guerra Fría (PID2020-113994GB-I00), financiado por MCIN/ AEI/10.13039/501100011033/.
En 1928 el joven pero sagaz y experimentado periodista Manuel Chaves Nogales, a la sazón redactor jefe del Heraldo de Madrid, se hallaba en medio de aquello que se denominó el país de los soviets. En su estilo habitual, era capaz de acercar a los lectores españoles a la realidad cotidiana de la capital de un gigante en ebullición con aires costumbristas como estos: “Las aceras [de Moscú] están tomadas por centenares de vendedores ambulantes, puestecillos de baratijas, quioscos de refrescos, carros cargados con sandías y melones, encaramados a los cuales, los mismos campesinos venden su mercancía; limpiabotas a millares –únicamente en Sevilla hay tantos limpiabotas callejeros como en Moscú– y vagos profesionales recostados en las paredes”; al tiempo que zahería crudamente las conciencias ante la inicua situación de los niños y jóvenes abandonados a causa de la altísima mortandad que guerra, revolución y hambre habían provocado en los años anteriores y que, por ello, se habían criado en la privación y la violencia: “La muerte, cebándose en ellos, ha desempeñado una misión civilizadora. De subsistir, esta generación de fieras hubiese sido la generación del Apocalipsis”.
Chaves Nogales se unía así a la genealogía de autores que habían visitado la Unión Soviética y referido su experiencia dentro de lo que podría considerarse un subgénero o, al menos, una veta temática dentro de la literatura de viajes. Nombres foráneos como los de John Reed, Bertrand Russell, Walter Benjamin o André Gide coincidieron con los de escritores españoles como María Teresa León, Josep Pla o Ramón J. Sender en este afán por plasmar los apabullantes cambios que esta parte del mundo estaba experimentando desde el triunfo de la Revolución rusa. Más adelante, tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial y la posterior Guerra Fría, el interés por difundir el impacto del socialismo se extendió a una amplia parte de Europa cuyos gobiernos quedaron políticamente situados más allá del telón de acero.