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Nuestras especies “chiquitas”, grandes olvidadas de la revolución climática

Estación Biológica de Doñana (EBD/CSIC) —
25 de noviembre de 2021 20:04 h

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Once de la noche de un domingo otoñal, Campiña de Córdoba. El entomólogo Ginés Rodríguez identifica uno de los grillos más raros de la Península Ibérica, el Stenonemobius gracilis, con apenas cuatro individuos conocidos hasta el momento. La alegría nos invade en salidas nocturnas como esta. A pesar de vivir en la urbanizada Europa, en una buena noche todavía se pueden registrar más de una decena de especies de artrópodos nunca antes vistas en la provincia, algunas ni tienen nombre científico, solo porque nadie las había mirado antes con suficiente atención. Además de tener formas a veces bizarras y a veces bellísimas, nuestras especies de pequeño tamaño son capaces de todo tipo de proezas: cargar renacuajos en su cintura, cazar comida con su lengua, o hasta trepar por superficies de vidrio.

No obstante, antes de que nos asombren con nuevas curiosidades, muchas de esas especies desaparecerán. Ello después de haber resistido por milenios el duro clima español. Linajes de especies históricamente adaptadas al calor y al frío se dividen la tierra desde hace millones de años. Hasta el final del Mioceno, una Tierra más cálida que la actual permitió a las especies “calientes” alcanzar regiones muy septentrionales. Lo sabemos por restos de linajes de especies tales como leones, elefantes y rinocerontes. Al final del mioceno, con posterior enfriamiento del clima, linajes “fríos” han alcanzado zonas tropicales, tales como osos y salamandras. Durante nuestra era, el Antropoceno, nos extendimos por una Tierra fría y, después de extinguir a aquellos “exploradores” de linajes calientes, la hemos calentado a base de hachas, fuego y gases varios. 

Nuestra ganadería y agricultura, hoy llamadas a vigilar y defender la tierra, han puesto al sol la mayor parte de los suelos originalmente cubiertos de bosques. En zonas históricamente productivas y llanas, como la Campiña del Guadalquivir a su paso por Córdoba, hablamos de cerca del 97% por ciento de la superficie existente. 97% para el hombre, 3% para millares de especies animales. Los individuos que componen cada especie necesitan de espacio para obtener los recursos necesarios para mantener sus poblaciones. Sin embargo, las especies apenas pueden hacerlo en un estrecho rango de condiciones ambientales. Ello conlleva que estas ocupen territorios finitos sobre el planeta, limitadas entre otras cosas por su tolerancia al clima. Particularmente, especies de pequeño tamaño, capaces de sobrevivir con escasos recursos, tienden a transformarse en endémicas, o sea, a distribuirse por áreas aisladas y pequeñas. 

Cuando el clima cambia, muchas especies tienen que cambiar su distribución geográfica, así como lo hace el ganado trashumante. Estas retroceden donde el clima las mata, o les sabotea su competición con otras especies, y avanzan donde este les da ventaja. Con el hombre, ahora, avanzan muchas especies “calientes”: las que se reproducen rápido y durante todo el año, las que aguantan el calor abrasador de los campos abiertos, el asfalto y el hormigón… A las “frías”, sin embargo, les toca ahora replegarse, ¿pero a dónde?. El calentamiento exige su retirada a zonas más frescas. Sin embargo, muchas no podrán cruzar nuestros campos, demasiado áridos y envenenados por los usos intensivos del suelo. Para escapar, lo que necesitan las poblaciones de millares de especies “frías” de pequeño tamaño son corredores de sombra fresca y estable. La solución es clara pero la intención parece poca: hay que usar el tiempo fresco para recuperar zonas verdes y húmedas, proteger y extender los últimos refugios frescos, y re-naturalizar España, aunque sea con especies “chiquitas”. Ojalá así puedan vuestros descendientes sorprenderse aún con ellas. Hay que darse prisa. Con fuegos como los de Sierra Bermeja, los últimos testigos de tiempos más frescos desaparecen, acurrucados en sus refugios evanescentes. 

Mientras los focos de la polémica se centran en si hace buen o mal tiempo, si escoger la energía solar o nuclear, si Greta Thunberg o Donald Trump... procesos catastróficos se desarrollan en la sombra. Esta vez no es la sombra de la política, sino la brindada por la vegetación y arroyos de nuestros montes y valles. En esos últimos cantones, numerosas especies “frías”, incapaces de alcanzar mejores refugios, esperan su turno en las ruletas rusas del fuego veraniego, de la próxima especie invasora, y del próximo sistema de explotación del suelo. Es fácil acordarse de las especies grandes, como el Oso Pardo y el Urogallo. Pero no tanto del Tritón del Montseny, o del Sapo Partero Bético, del Lagarto Verdinegro y del Galápago Europeo. Todos ellos, y un número desconocido de pequeños vertebrados e invertebrados, plantas y hongos, encuentran en nuestro país los frentes más cálidos de toda su distribución. Sin embargo, muchas de estas especies son aún tan desconocidas que es imposible saber si son “calientes” o “frías”. 

Atendiendo a esta falta de conocimiento sobre el futuro de especies frente al calentamiento climático, ha nacido el proyecto VULNERAWEB. Este tiene su base en la Estación Biológica de Doñana-CSIC y está financiado por el fondo Horizonte 2020 de la Unión Europea. El proyecto consiste principalmente en el desarrollo de una plataforma web para detectar poblaciones vulnerables al calentamiento climático. En este momento, el proyecto está enfocado en los reptiles y anfibios, pero busca extenderse a nuevos grupos. Después de haber captado el poder de supercomputación del CESGA (Centro de Supercomputación de Galicia) para la identificación de la vulnerabilidad climática, esta plataforma busca ahora alianzas para combinar datos actualizados de la distribución de estos animales con estimaciones de su tolerancia al calor y previsiones de su exposición a temperaturas estresantes, en el presente y el futuro.

Once de la noche de un domingo otoñal, Campiña de Córdoba. El entomólogo Ginés Rodríguez identifica uno de los grillos más raros de la Península Ibérica, el Stenonemobius gracilis, con apenas cuatro individuos conocidos hasta el momento. La alegría nos invade en salidas nocturnas como esta. A pesar de vivir en la urbanizada Europa, en una buena noche todavía se pueden registrar más de una decena de especies de artrópodos nunca antes vistas en la provincia, algunas ni tienen nombre científico, solo porque nadie las había mirado antes con suficiente atención. Además de tener formas a veces bizarras y a veces bellísimas, nuestras especies de pequeño tamaño son capaces de todo tipo de proezas: cargar renacuajos en su cintura, cazar comida con su lengua, o hasta trepar por superficies de vidrio.

No obstante, antes de que nos asombren con nuevas curiosidades, muchas de esas especies desaparecerán. Ello después de haber resistido por milenios el duro clima español. Linajes de especies históricamente adaptadas al calor y al frío se dividen la tierra desde hace millones de años. Hasta el final del Mioceno, una Tierra más cálida que la actual permitió a las especies “calientes” alcanzar regiones muy septentrionales. Lo sabemos por restos de linajes de especies tales como leones, elefantes y rinocerontes. Al final del mioceno, con posterior enfriamiento del clima, linajes “fríos” han alcanzado zonas tropicales, tales como osos y salamandras. Durante nuestra era, el Antropoceno, nos extendimos por una Tierra fría y, después de extinguir a aquellos “exploradores” de linajes calientes, la hemos calentado a base de hachas, fuego y gases varios.