Cuando compartían piso en Madrid en los primeros 2000, Ana López Segovia y José Troncoso apenas podían soñar que 20 años más tarde tendrían en su currículum premios Max y que serían unos cotizados profesionales de la escena. Y más inimaginable podría parecerles que la suerte les llevara de nuevo a compartir tablas en un proyecto común, uno de los estrenos más esperados de la temporada: Las bingueras de Eurípides, una relectura de Las bacantes en clave actual y con un sesgo cómico, como no puede ser de otro modo tratándose de la compañía Las Niñas de Cádiz.
La obra, que se ha estrenado en Chiclana el 13 de julio después de un ensayo general abierto en Vallecas, y que ha seguido su periplo por Mijas (día 15) y Mérida (día 30), conforma una suerte de trilogía con los anteriores espectáculos de la compañía, Lysístrata y El viento es salvaje (Fedra y Medea en Cádiz), “pero no sabemos adónde nos llevará lo próximo que hagamos, no tenemos una línea empresarial tan clara”, comenta López Segovia. “En el fondo, este nuevo trabajo es un homenaje a nuestra chirigota Las malitas de los nervios. Recupera el espíritu de aquellos personajes femeninos y se los lleva al terreno de la tragedia”.
Una de las claves de los montajes de Las Niñas de Cádiz es su observación de las vecinas de la ciudad y el humor que desprenden, incluso cuando cuentan algo serio. “Es esa gente que te encuentras y que empieza diciéndote ‘vengo del hospital, tengo ingresada a mi madre’, y cuando lleva un rato hablando tienes que volver la cara porque te entra la risa. Es el humor del superviviente, y nosotras queríamos trasladarlo al espíritu de la tragedia. Durante toda la función de Las bingueras de Eurípides los personajes cuentan barbaridades, algunas pueden ser muy duras y otras un despiporre”.
Risa y drama
Todo ello se resume en una frase que dice la actriz Teresa Quintero: “La vida es así/ te están contando un drama/ y te tienes que reír”. Por otro lado, la intención de López Segovia ha sido preguntarse cómo serían Las bacantes en un bingo clandestino de Cádiz. Sí, esas reuniones de mujeres en torno a cartones de juego, señoras “que no hacen daño a nadie, pero que se mueven en los márgenes de la ley, y detrás de las cuales va la policía. Pero, ¿no es eso lo que hacen las bacantes de Eurípides, tirarse al monte a emborracharse bajo los efectos de Dionisio?”.
La obra pone de manifiesto, una vez más, la vigencia de los clásicos griegos. “Nos llevaban una ventaja que nos lleva incluso a pensar que se ha avanzado poco desde entonces, una sensación similar a cuando lees a Shakespeare o Tirso. Nosotros los rehacemos, los traemos a nuestra cotidianidad. No nos interesa la reconstrucción arqueológica, sino que toque la fibra del espectador”.
Y para ello, insisten, hay que poner el oído en la vida de los barrios gaditanos. “La realidad es infinitamente más interesante que lo que puedas tener en tu cabeza. A menudo lo que se le ocurre a una son lugares comunes, la realidad es mucho más imaginativa. El texto está sembrado de anécdotas reales. Cuando nos preguntan cómo se nos ocurrió esto o aquello, no dan crédito cuando respondemos que pasó de verdad”, agrega la actriz y dramaturga.
¿Cómo se explica que el talante gaditano genere esas dinámicas? “Hay una tendencia a adornar los relatos. Los gaditanos no somos graciosos, es que estamos obsesionados con hacer reír. Es lo que se dice de Pericón de Cádiz, que estaba todo el rato de cachondeo, todo por recibir la palmada en la espalda y que te digan qué arte tienes. Por el placer de divertir a los que tienes alrededor. Lo notas en la gente que en el mercado empieza a contar una historia, y habla cada vez más alto, porque sabe que tiene público”.
Ciudad macondiana
“Cádiz es un poco macondiana”, prosigue López Segovia, “tal vez venga de los flamencos antiguos, pero lo cierto es que ha forjado un carácter. Como cuando la Niña de los Peines estaba un día cantando más bien mal, e Ignacio Espeleta gritó ‘Viva París’. No se puede tener más guasa”.
Sobre la reunión con José Troncoso, que dirige el montaje y actúa, asegura que “es un sueño poder juntar nuestra faena profesional con lo lúdico, y que nos remonta a cuando los dos estábamos en el grupo Caramba. Es renovar los votos con la profesión, recordar por qué empezamos a hacer teatro hace 25 años”. En el montaje también participa Fernando Cueto, otro compañero de aquellos primeros pinitos teatrales un cuarto de siglo atrás.
Cuando se les pregunta si la inclusión de dos varones ha condicionado de alguna forma las rutinas de trabajo de la compañía, Las Niñas de Cádiz responden: “El único riesgo asumido es que son dos más para pagar sueldo, seguros sociales y manutención”, sonríe López Segovia. “Pero el texto salió así, con seis personajes, y los otros dos tenían que ser hombres, No podíamos hacer como otras veces, cuando nosotras mismas nos metemos en la piel de personajes masculinos. Hay una intencionalidad aquí, por lo tanto, era absolutamente necesario”.
Por su parte, “Jose estaba loco por venir, y Fernando, que también lleva toda la vida en activo, estaba igualmente dispuesto a traer su bagaje profesional. Lo mejor ha sido reconocer que, tantos años después, conservamos todas las tonterías que teníamos entonces. Somos las mismas personas”.