La imagen de Felipe VI, a las puertas del Gran Teatro Falla de Cádiz, tocando el cajón flamenco en la jornada inaugural del Congreso Internacional de la Lengua Española que se celebra estos días en la ciudad andaluza, ha llamado la atención sobre un instrumento de larga historia que ha sabido expandirse y evolucionar gracias a su singularidad.
Antes de ser incorporado a la música jonda, el cajón llegó a Perú de la mano, como tantos otros ritmos e instrumentos, de los esclavos africanos en la época del Virreinato. Dichos esclavos se servían de las cajas de mercancías, una de cuyas placas mayores acabaría siendo de contrachapado que vibra ligeramente para crear una sonoridad particular. Pero en aquel entonces todavía no se tocaba en vertical, como hoy, sino en horizontal, apoyado sobre las rodillas del intérprete, tal y como se sigue haciendo con instrumentos similares en Cuba.
“Todo empieza en África, también el ser humano viene de allí”, comenta el musicólogo Faustino Núñez, uno de los más acreditados estudiosos de la historia del flamenco, autor de ensayos como el monumental América en el flamenco, entre otros. “Y los instrumentos de percusión son tan antiguos como el hombre, como las propias palmas, o los sonidos que se hacen con los pies”, dice.
Una noche en Lima
Durante siglos, el cajón estuvo asociado a etnias afroperuanas (los bene, los yoruba, los bantú o los congo), que encontraban en la percusión tanto un modo de comunicarse como de un vehículo de expresión cultural y religiosa. De ahí pasó a formar parte inseparable del folklore costeño del país andino. Según explica Núñez, “hay unos instrumentos llamados idiófonos [los que tienen sonido propio porque usan su cuerpo como materia resonadora] que son de dos tipos: los de sonido determinado, como los bongós y congas, que emiten una nota, y los indeterminados, como las palmas o el cajón, que no lo hacen”.
Esta característica acabaría haciéndolo un idóneo compañero de viaje para el flamenco, pero eso no ocurriría hasta fechas relativamente recientes, en 1977. El encuentro decisivo se produjo en casa del embajador español de Perú, donde Paco de Lucía y los músicos de su grupo estaban invitados. En dicha recepción actuaba la cantautora peruana Chabuca Granda, que se hacía acompañar de un cajonero como percusionista: Pedro Carlos Soto de la Colina, más conocido como Caitro.
Paco de Lucía le preguntó a Caitro por cuánto le vendería aquel artefacto. “Lo he hecho con mis propias manos: te lo dejo en 12.000 pesetas”, respondió. Un precio módico para un elemento que revolucionaría el arte bajoandaluz por excelencia. El percusionista brasileño Rubem Dantas, que militaba entonces en la banda del genio algecireño, recuerda que “cada vez que volvíamos a Perú, Paco siempre le daba una ayuda a Caitro, le estaba muy agradecido. Y a la gente allí le encantaba lo que hacíamos, nos decía que cómo era posible que hubiéramos hecho eso, que habíamos cambiado la historia”.
Una batería flamenca
“Paco se dio cuenta en seguida de que aquel instrumento conjugaba muy bien con las palmas, los pies y los rasgueos, los otros idiófonos indeterminados del flamenco. Le encantó el chirlotazo sobre la parte superior de tapa como el sonido de abajo que sirve para marcar el compás”, comenta Faustino Núñez. En concreto, en su conjunción con la danza flamenca, el cajón poseía el agudo del tacón del bailaor, y el grave de las plantas.
Pero se trataba de algo más que un simple hallazgo sonoro. El genial guitarrista algecireño, que llevaba ya algunos años reuniendo públicos masivos, estaba buscando algo que le ayudara a redondear su concepto de grupo, muy diferente a la vieja idea de la guitarra en la intimidad del cuarto de los cabales. “A Paco el cajón le pareció una especie de batería flamenca, que con el bajo de Carles Benavent le proporcionó lo que quería, una banda de rock and roll. Poder tocar ante 5.000 personas con ese golpeo en el estómago del oyente”, agrega el musicólogo.
Paco de Lucía estaba convencido del éxito de esta idea: “En seis meses –le dijo a Rubem Dantas– no habrá una familia flamenca que no tenga uno de estos en casa”. La primera actuación del grupo de Paco con el cajón fue en el Parque de Atracciones de la Casa de Campo de Madrid, y entre el público se encontraban unos jovencísimos aficionados como Antonio Carmona –quien lideraría años después Ketama– o Israel Suárez ‘Piraña’, que quedaron fascinados y se convertirían en consumados maestros cajoneros.
Un instrumento mundial
Por su parte, Faustino Núñez recuerda también que, estando de gira por Nuevo México con el gaitero Carlos Núñez, vieron en un escaparate un anuncio de cajones flamencos y un compañero peruano que viajaba con ellos suspiró: “Nos habéis robado el cajón”. Faustino Núñez lo desmintió: “Más bien gracias al flamenco se conoce el cajón, es el que le ha dado vida a ese instrumento. También la guitarra de Jimi Hendrix es española en su origen, pero se internacionalizó con el blues y el rock”.
Dantas, por último, celebra que hoy el cajón esté no solo en el flamenco, sino en la música brasileña, el jazz, el rock… “El otro día el baterista de Coldplay estaba tocando el cajón en Sao Paulo”, afirma con el orgullo de quien sabe que tiene que ver en ello. ¿Y la imagen del rey? “Me parece super bien que haga esas cosas, me impresionó verlo, además tocando con compás. Lo único es que me dio cosita por no estar yo también allí”, dice.